Bhaktapur, visita en un día desde Katmandú
De las Plazas Durbar del valle de Katmandú ya habíamos conocido dos, la Durbar de Katmandú y la Durbar de Patán. Íbamos a aprovechar el último día que nos quedaba en la capital de Nepal para visitar la última Durbar Square, la de Bhaktapur.
Autobús de Katmandú a Bhaktapur
Con la intención de llegar hasta Bhaktapur en transporte público, nos acercamos andando a la parada de microbuses de Ratna Park, que está relativamente cerca de Thamel. Preguntamos por Bhaktapur y nos metieron en un bus que estaba a punto de partir.
Acompañados por Lidia, una viajera española a la que acabábamos de conocer, esquivamos la peor hora de tráfico y en poco más de 50 minutos nos bajamos a las puertas de la ciudad que fue capital de Nepal durante la dinastía Malla desde el siglo XII hasta el XV.
Plaza Durbar de Bhaktapur
Las sensaciones contradictorias de las Durbar previas se repetían en Bhaktapur, al ver una plaza majestuosa y rodeada por exquisitos edificios Newari de varios siglos de antigüedad en la que sin embargo algunos no habían sobrevivido al terremoto o se encontraban rodeados de andamios de bambú mientras eran restaurados.




A pesar de estas heridas, no hace falta mucha imaginación para visualizar el esplendor de esta ciudad en la época en que era un reino, antes de que sus vecinas Katmandú y Lalitpur le robaran protagonismo. Caminar entre estos palacios y templos es lo más cercano a viajar en el tiempo.




Pero aunque la Durbar Square era lo que yo más ansiaba conocer, las sorpresas de Bhaktapur llegaron adentrándonos más en la ciudad. De pronto, a la vuelta de una esquina, apareció un templo altísimo que me obligó a levantar la mirada hacia el cielo.
El Nyatapola, el templo más alto de Nepal
¿De dónde había salido? ¿Cómo es que no había oído hablar de él? Y lo que más me asombró: ¿Cómo había sobrevivido al terremoto?


Al parecer la pirámide zigurat sobre la que se asienta su estructura de madera y sus cinco niveles en forma de pagoda fueron su salvación, disipando el temblor de forma muy efectiva.
Lo que Nyatapola no fue bueno disipando fue mi sensación de sorpresa, que me invitaba a mirar la enorme pagoda desde diferentes puntos. Convencí a Toni y Lidia para subir a tomar algo a una terraza con buenas vistas.


A medida que nos introducíamos en las calles menos conocidas de Bhaktapur disminuía la presencia de turistas y aumentaba la vida local. El ajetreo comercial levantaba el polvo de la calzada y éste invadía el aire.




A los lados de la calle, sentados en pequeños grupos, los miembros más experimentados de la comunidad jugaban al parchís o conversaban mientras observaban el que seguro era un baile urbano que conocían ya de memoria.




El Dattatraya Temple de Bhaktapur
Más adelante nos topamos con la también antiquísima Dattatraya Square, en la que sobresale el templo del mismo nombre.


Se cuenta que el Dattatraya Temple, que está custodiado por dos guerreros de piedra y una estatua metálica de Garuda, fue edificado en torno al siglo XV con la madera de un mismo árbol. Madera que está, por cierto, repleta de grabados eróticos al igual que otros edificios históricos de Bhaktapur. Nosotros, sin embargo, nos distrajimos con este simpático crío y sus cabritas.
Para terminar nuestro día en Bhaktapur y regresar a la carretera por donde pasaba el bus, decidimos volver por calles alternativas y seguir echando un vistazo a la rutina autóctona, que se desplegaba frente a nosotros sin pudor.




Ya caía la noche cuando a bordo del microbús que nos llevaba a Katmandú el tráfico hizo presa de nosotros y acabó convirtiendo el viaje en una travesía interminable. En cuanto el Google Maps nos chivó que estábamos cerca del centro de la ciudad, supusimos que llegaríamos antes andando y decidimos enfrentarnos a pie a la penumbra polvorienta de estas avenidas.


Aquella última noche en Katmandú cenamos y tomamos una cervezas con nuestro amigo Subin en el Buddha Bar, y prometí que la próxima vez que volviera a Nepal sería para pisar el Himalaya (y así fue).
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