Leh desde el cielo: el Palacio Real y la Shanti Stupa
La cabeza pesaba más aquel primer amanecer en Leh. El cerebro se resentía con un leve movimiento de cuello. No me preocupé, eran los síntomas lógicos durante la aclimatación. Nada, de momento, que no se pudiera paliar con una aspirina y bebiendo mucho líquido.
Salimos a las calles de Leh cuando el sol ya brillaba sobre las montañas. Aun así, parecía que el pueblo no había terminado de despertar. Éramos pocos los que a esa hora nos enfrentábamos al frío mañanero. Tomamos un chai de camino al Palacio Real con ningún turista -y pocos locales- a la vista.
Visita al Palacio Real de Leh
Arriba, por encima de las irregulares fachadas y el caótico dibujo de las azoteas, podíamos ver los altos muros del edificio que el rey Sengge Namgyal construyó sobre la colina. Reminiscente del famoso Palacio Potala de Lhasa porque, de hecho, se basó en él su estructura.
Una serie de cuestas por estrechos callejones en los que pudimos observar un poco más de la vida cotidiana nos llevaron hasta su base, desde donde el panorama de los paisajes circundantes nos alegró la vista.



A pesar de ser quizás el enclave más vistoso de la localidad, entramos al Palacio y recorrimos sus estancias en completa soledad.
Con escaleras empinadas, puertas extremadamente pequeñas, y algún que otro templo en el que se ruega no hacer fotografías, lo cierto es que lo que más se agradece es llegar a su azotea, que regala fantásticas vistas de todo el municipio, desde el río Indus hasta allí donde el valle se junta con las verticales laderas rocosas.



A un lado, mucho más alto que nosotros, se erige el Castillo de Tsemo, que visitaríamos al día siguiente.
El descenso nos llevó por nuevos senderos a través de la población y las horas centrales del día nos permitieron conocer nuevos rincones de la ciudad.
A lo largo de estos días conocimos unos cuantos lugares para comer, tomar un café o desayunar que os mencionaré en el siguiente post.
Visita a la Shanti Stupa de Leh
Al otro lado del valle, donde las casas empiezan a dispersarse, comienza la subida hacia la Shanti Stupa, la estupa que corona Leh en el Oeste. No es una reliquia histórica como otros monumentos de la zona, pero su ubicación la convierte en un punto muy atractivo.
Tras una mudanza que os relataré en el siguiente artículo, elegimos el ocaso como el momento perfecto para subir a la Shanti Stupa, cuando el sol iluminara las montañas que teníamos enfrente. Yo, viendo que mi dolor de cabeza había desaparecido y queriendo atrapar los últimos rayos de luz que golpeaban la estupa, acometí la ascensión casi corriendo. Las consecuencias de este sobreesfuerzo a 3.500 metros de altura las notaría a la mañana siguiente (pista: no lo hagáis).


Las vistas eran tan impresionantes como las de la mañana, pero ahora aparecían los colores dorados y las sombras se alargaban infinitamente uniendo montañas con montañas. Aún brillaba el sol en la colina Tsemo, dominada por el castillo que ahora casi habíamos igualado en altura.
No tardó en oscurecer y entonces llegó la hora azul, cuando el cielo comenzaba a teñirse de violeta y las nieves de las cumbres parecían brillar. La cordillera de Stok, al sur, era ahora un enorme y oscuro muro natural que parecía dibujado, y sus cumbres de 6.000 metros fueron las últimas en reflejar la luz del atardecer.


Era de noche cuando descendimos. Hora de sacar los frontales.
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