Leh, el corazón de Ladakh en el Himalaya indio
Recorrimos por enésima vez el trayecto entre Nueva Delhi y el aeropuerto. Lo hacíamos con los dedos cruzados para que el clima en Cachemira nos permitiera volar a Leh. ¿Esperábamos un milagro? En este segundo intento habíamos confiado en la aerolínea Vistara, cuyo vuelo partía de la terminal internacional.
Que esta aerolínea tuviera base en Singapur, fuera más cara y que partiera de la T1 nos daba esperanzas, quizás ilusamente, de que conseguiríamos salir finalmente de Delhi. Tras unos leves retrasos durante los que nos tumbamos en la moquetas mientras veíamos el resto de aviones despegar, sonaron las trompetas del cielo: nos llamaban a embarcar.
De 237 metros a 3.500 en una hora y media
Por desgracia, la aclimatación que habíamos previsto para el viaje original por carretera se iba al traste. Nos enfrentaríamos a los 3.500 metros de altitud de Leh de sopetón, a palo seco. ¿Cómo respondería nuestro cuerpo?
El vuelo discurrió de manera placentera, convirtiendo a Vistara en una de nuestras aerolíneas favoritas, y nos regaló unas impresionantes vistas de los Himalayas nevados cuando nos aproximábamos a Ladakh.
La condición excesivamente militarizada de Ladakh ya se dejó ver en el aeropuerto, donde grabar o sacar fotos está prohibido y los aviones de pasajeros se intercalan con tanquetas o helicópteros de la armada. Cachemira vive un conflicto político de décadas entre India y Pakistán, con la participación de China, los cuales no acaban por decidir a quién pertenecen legítimamente estas tierras.
La primera sensación al salir del avión fue la del frío seco de las montañas. Todo lo que tuviera que ver con la altitud llegaría más tarde.
Transporte del aeropuerto al centro de Leh
A la salida del pequeño edificio que hace las veces de aeropuerto, a mano izquierda, se encuentra la taquilla encargada de adjudicar los taxis.
De pronto el caos había desaparecido. Seguíamos en la India, pero no lo parecía. El tráfico era menos numeroso, las aceras estaban limpias, los ojos eran más rasgados y las pieles más curtidas. Los Himalayas marcaban la aparición de estos rasgos físicos y culturales tibetanos.


Durante nuestros días en Leh recorrimos en numerosas ocasiones su centro. Lleno de vida, día y noche, gracias a un gentío en el que se mezclaban occidentales vestidos con ropa de montaña, viajeros más hippies abrigados hasta con su última prenda de verano, militares, locales sumidos en sus compras diarias y jóvenes religiosos más o menos concentrados en sus obligaciones ceremoniales.



Leh se movía sin descanso pero bajo la calma de una rutina aletargada por la brisa fría.


Primer alojamiento en Leh
Un perro protestón pero simpático nos recibía en el patio de Mayflower Hotel, el primer lugar en el que dormiríamos. Subiendo las escaleras del edificio notamos por primera vez que el cuerpo no nos respondía igual. Apenas superados dos tramos de escaleras llegaba la asfixia y el mareo. Tendríamos que tener cuidado con los esfuerzos si queríamos aclimatar correctamente.
Debíamos descansar, pero mirar a través de la ventana y observar las montañas nevadas y algún que otro templo apostado sobre empinadas colinas nos tentaba a salir a dar una vuelta.
Tuvimos suerte y, desde la calle principal de la localidad, pudimos ver el Palacio iluminado, cosa que el resto de días no presenciamos.
Protegidos por nuestra ropa técnica, el frío de la noche no hacía mella en nosotros y yo me sentía como en casa. También encontrábamos calor en el interior de un restaurante a la hora de la cena o bajo las gruesas mantas de nuestra habitación. La cabeza comenzaba a pesar.
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