Crematorios de Varanasi, entre humo, fuego y muerte
Cada vez que veo a alguien dibujar una imagen romántica y elegante de la India, no puedo evitar pensar en los crematorios de Varanasi a la vera del Ganges, quizás la mejor representación de que la India auténtica ni es romántica ni se postra ante las sensibilidades occidentales.
Las callejuelas de Varanasi
Mientras recorrer los ghats de Varanasi me transmitía una cierta tranquilidad, tenía que armarme con un poco más de valor para introducirme en los callejones de esta ciudad. La incertidumbre de no saber lo que me iba a encontrar era una sensación imponente.


Por un lado, Varanasi muestra una cara muy corriente (al menos desde el punto de vista indio) con sus puestitos de comida, sus barberías en el suelo, sus pequeños altares repletos de ofrendas y sus vacas itinerantes.




La ciudad ofrece involuntariamente un pintoresco escenario de fachadas coloridas y caras amables que te miran desde los márgenes de la calle. Otras están inmersas en la lectura del periódico o de las escrituras religiosas, y a esas nada las aparta del papel que escudriñan.




En alguna ocasión me uno a esta costumbre observadora relajada mientras me preparan un hirviente chai.


Suelto una risa silenciosa a la vez que hago una mueca de aversión cada vez que veo a turistas de aspecto hippie caminar descalzos sobre el mugriento pavimento. Son muchos. Deduzco que se ven seducidos por ese aparente gesto de rebeldía que supone adoptar una «costumbre local», pensando que «si lo hacen los indios es porque es mejor» y obviando ingenuamente que todo indio que se puede permitir unos zapatos los lleva. Meditación, yoga y ayurbeda… sin despegarse de sus Iphones.


De camino a los crematorios de Varanasi
Andar descalzo por Varanasi es una actitud muy gráfica de quienes romantizan la cruda y a menudo insalubre realidad de la India. Varanasi, en texto y superficialmente, puede parecer esa ciudad cercana al cielo que sana y santifica…
…pero quien no se pierda en la superstición la verá como lo que es: una meca de últimos deseos y vidas moribundas a la que acuden los desesperados. Muchos de sus habitantes son enfermos o mutilados, personas a las que se les escapa la vida o la esperanza. Sólo siguen adelante con un objetivo: morir allí y vivir mejor en la siguiente vida.


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El mayor de los crematorios de Varanasi: Manikarnika
Cuando las fachadas dan paso a paredes de leña de cuatro metros soy consciente de que me acerco a uno de los crematorios de Varanasi.
No me son extraños. A estas alturas, recorriendo los ghats, ya he pasado junto a las piras y junto a los cuerpos en el borde del río que esperan a la ceremonia.


Visitando Manikarnika en barca y de noche
Pero nada me había preparado para Manikarnika cuando por la noche arden en silencio sus múltiples piras. Las llamas deslumbran frente a la oscura figura de los edificios del ghat y hacen de la ribera del río una escena dantesca.


Mientras los turistas miran desde sus barcas y las vacas escarban con el morro entre la montaña de desperdicios funerarios, las familias de los cremados esperan alrededor de las hogueras a que se consuma la leña. Si tienen dinero suficiente, la madera comprada dará para que se queme el cuerpo entero. Si no, no tendrán más remedio que arrojar al Ganges los restos sin incinerar.
Me introduzco a pie en Manikarnika
Una noche presencié el macabro panorama de Manikarnika desde una barca, pero otra quise acercarme un poco más… y quizás lo hice demasiado. Caminé hasta dicho ghat, cámara en mano, y me paré donde comenzaba la multitud. Enseguida, un local que había visto mi cámara se me acercó y me preguntó: «¿Quieres sacar fotos? Yo te llevo a un sitio.».
Fotografiar y grabar las cremaciones está «prohibido», al menos hasta que sacas la cartera. Sabía que ese hombre me pediría después dinero, así que acordé con él un precio y le seguí. Me guio a paso ligero hasta las piras y pasamos entre ellas, tan cerca que noté el abrasante calor de los fuegos en mi cara. No quise mirar a mis lados, por temor a ver restos humanos sobresaliendo entre las llamas. Me llevé la mano a la boca, percatándome de que aspiraba humo y ceniza.
Superados los escombros y las hogueras, ascendimos por unas escaleras estrechas y el hombre me señaló orgulloso una terraza con vistas al ghat, situada directamente sobre varias de las piras.


Allí estaba yo, al borde de un escenario en el que la muerte estaba mucho más expuesta que en cualquier otro sitio que hubiera conocido, pero habituado ya a toda esa locura febril. Varanasi pone a prueba los estómagos, y hay quienes compran un billete temprano y se marchan corriendo, mientras que aquellos que aguantan seguramente salen reforzados. Yo la viví durante nueve días y creo firmemente que me curtió.
Despedida de Varanasi
Justo antes de despedirme de los ghats, entablé conversación con un joven brahmán que se aburría bajo su sombrilla. Me arrolló con preguntas sobre mi vida en Occidente, aprovechó para enseñarme en su móvil mil fotos de él bajo aquella sombrilla, y me bendijo pintándome un tilaka en la frente que me llevé orgulloso como trofeo -al menos temporal- de mi estancia en Varanasi.
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Diario anterior: Ghats de Varanasi, la ciudad más sagrada de India
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