Ruta en moto por Bohol. Las Chocolate Hills y el río Loboc.
Nos despertamos bastante temprano. Hoy era el día de nuestra ruta en moto por Bohol, teníamos un largo camino que recorrer hasta las Colinas de Chocolate y queríamos estar lo más solos posible. No había demasiado tráfico en la carretera, así que atravesamos Panglao y más tarde recorrimos la costa sur de Bohol bastante tranquilos, disfrutando del trayecto, del sol que pegaba de cara y del frescor de la mañana.
Pasamos por el singular Man-made Forest
Tras el cruce que nos conducía hacia el interior de la isla, nuestra ruta en moto por Bohol nos condujo por una carretera sinuosa y preciosa hasta detenernos por primera vez. Estábamos en el Man-made Forest, un precioso bosque de árboles arqueados que cubrían toda la carretera y daban aspecto de túnel a este tramo. Sólo algunos rayos de sol se colaban entre las frondosas copas y espesaban el aire iluminando las partículas y la humedad que flotaban en él.


Atravesado este bosque, alcanzamos una planicie verde y despejada a través de la cual la carretera discurría casi recta. A los lados se extendían campos de cultivo, islas de cocoteros y más allá suaves colinas que indicaban que nos estábamos acercando al principal objetivo del día. Me pareció un paisaje bello y espectacular.
Visita a las Chocolate Hills de Bohol en moto
Al cabo de un rato llegamos al desvío que nos llevaría, carretera arriba, hasta el mirador más conocido de las Chocolate Hills. Por supuesto hay otros lugares desde los que observar este curioso paisaje geológico, pero no teníamos tiempo de explorar demasiado, así que nos conformamos con pagar el acceso a éste.
Apúntate aquí a un tour privado en español por Bohol
Al parecer lo habíamos conseguido, éramos los primeros. Tras aparcar la moto seguimos ascendiendo, esta vez a pie, el largo y algo extenuante trecho de escaleras que conducen a la cima. Yo le había dicho a Neda que evitaría mirar el paisaje hasta que estuviéramos arriba, e incluso a los mandos de la moto mientras subíamos hasta el parking me había limitado a mirar a la carretera. Fue una tentación difícil de resistir pero también una gran idea. El impacto visual que me supuso contemplar por primera vez las Chocolate Hills en aquel mirador fue indescriptible.
Era como tener en la palma de mi mano un paisaje surrealista, pero a la vez perderlo en el horizonte sin poder ver dónde acababa. Increíble.
Dependiendo de la época del año estas redondeadas colinas cambian de color, y pasan de un verde intenso a un marrón cuando el clima es más seco. Debido a ese marrón fueron bautizadas como Colinas de Chocolate. La verdad es que dan ganas de comérselas. Durante nuestra visita la mayoría estaban verdes, pero podíamos distinguir alguna con su característico tono marrón.


Alargamos nuestra estancia allí hasta que el mirador comenzó a abarrotarse. Entonces decidimos que habíamos tenido suficiente. Pero éste era uno de esos paisajes que uno podría estar admirando durante horas, uno de esos ante los que es difícil girarse y no mirar atrás.
Para regresar fue Neda quien condujo la moto y yo pude deleitarme con el impresionante y exótico paisaje que habíamos atravesado antes. Poco después llegamos a nuestra siguiente parada, que como os comenté aquí fue una gran equivocación. Tras esta metedura de pata, descendimos unos cuantos kilómetros más hasta llegar a la rivera del río Loboc y el lugar en el que comeríamos.
Comer en el crucero del Loboc River
Este pequeño «crucero» recorre el río Loboc mientras se disfruta de un buffet libre a bordo y se hacen algunas paradas para contemplar demostraciones de bailes y música populares. En el muelle, tras realizar el pago, te dan un número y esperas a que te adjudiquen un barco y una mesa. Sinceramente, era un plan que yo tenía bastantes ganas de hacer porque, por lo que había visto en Internet, el Loboc era un río precioso y ésta una curiosa manera de recorrerlo.
Por desgracia, el plan no era tan idílico ni tan tranquilo como yo había imaginado. El viaje duró menos de lo esperado, y entre la espera para coger la comida, las fotos, los bailes… tuve que terminarme el plato a todo correr. La barcaza apenas recorre tres kilómetros (aunque consultando el mapa, tampoco podría más, ya que se da de bruces contra un salto de agua), y por ello me resultó, la verdad, bastante apresurado.
Que no falte decir que el río y sus orillas repletas de palmeras son, como las fotos prometían, muy bonitas.
Los bailes interpretados por los niños y la música en directo me recordaron que estábamos al borde del Océano Pacífico, y es que estoy seguro de que cuentan con influencias de las poblaciones oceánicas (o viceversa). Neda se animó a bailar con ellos e intentó testarudamente que yo me uniera también… sin éxito 😛
Regreso a Panglao
Tras esta agradable turistada, pusimos rumbo hacia Panglao parando por el camino en algún que otro rincón vistoso, como la Iglesia Santa Monica de Alburquerque que, quizás por los daños sufridos durante un terremoto en 2013, nos recibía rodeada de andamios.


Finalizaba así nuestra ruta en moto por Bohol. En Panglao nos esperaba un agradable y fortuito encuentro con Iñigo, dueño de Pata Negra Divers y administrador del grupo Mochileros en Filipinas. Iñigo, además, nos regalaría una bonita experiencia que os contaré en el próximo diario.
Diario anterior: Los tarseros de Bohol, o cómo cometí un enorme error
Diario siguiente: Buceando en la increíble Balicasag con Pata Negra Divers
No Hay Comentarios