Boat Trip: murciélagos gigantes de Komodo
Nuestra aventura por los mares al norte de Sumbawa proseguía. Habíamos sobrevivido (jejeje) a la movidita noche que os contaba en el diario anterior y nos sorprendía un nuevo y radiante día cada vez más cerca de nuestro objetivo final. Un avistamiento de delfines nos recordaba lo valioso que es el ecosistema de estas islas. Pero nos esperaba más fauna impresionante, como los murciélagos gigantes de Komodo.
Pronto las costas de Sumbawa dieron paso a las de Komodo. Allí estaba, al fin, esa legendaria isla, totalmente desértica, recortando el cielo con sus lomas y montañas amarillentas. Pero todavía no la pisaríamos, de hecho hasta mañana no lo haríamos.
Nuestra primera parada de aquella jornada fue Laba Island, también llamada Gili Lawa, una pequeña isla al norte de Komodo rodeada por playas y corales increíbles, al igual que todas sus vecinas. Aquí podríamos, como venía siendo habitual en la aventura, explorar el fondo marino pero también deleitarnos con la belleza de la superficie. Un empinado camino subía por una ladera hasta una cima que hacía las veces de mirador. Supuestamente teníamos poco tiempo así que yo elegí el snorkel.
No mencioné que el día anterior comenzó a salirme un sarpullido por toda la cara (pómulo, oreja, párpado y frente), parecido a una quemadura, que acabó convirtiéndose en una herida. Al principio no noté nada hasta que la gente me dijo que tenía el ojo hinchado y al tocarme me escocía especialmente. Casi seis meses después sigo sin saber qué lo ocasionó, y creo que nunca lo sabré, pero teorizo con la posibilidad de que fuera algún tipo de criatura marina, como una medusa. Lo raro es que no me dolió al producirse, sino pasadas muchas horas. Conservo la cicatriz.
Como decía, me dediqué a disfrutar del increíble fondo marino de Gili Lawa:
Volvimos al barco y nos pusimos a comer. Me enteré de que Unai había subido al mirador y de que le había encantado la vista. La espera se prolongó tras la comida y el barco no se movía. ¿Qué pasaba? Al parecer uno de nuestros motores (o el timón, no lo sé la verdad) se había roto y no podíamos movernos. ¿El lado bueno? Tuve tiempo para ir hasta la playa en una barcucha más pequeña que una cáscara de nuez acompañado por la pareja inglesa y Boudj, el chico francés. Unai se unió nadando. Los dos pudimos subir hasta arriba y mi compañero tenía razón: impresionante.
Me pidió durante toda la subida que no mirara el paisaje hasta estar arriba, y fue un gran consejo. Hacía un calor sofocante así que enseguida iniciamos el descenso.
Una vez abajo nos metimos en el agua y esquivando los corales nadamos hasta nuestra «casa». Al parecer iban a remolcarnos hasta el final del día y por la noche harían las reparaciones necesarias. Por cierto, al maniobrar para atarnos a otro barco les hicimos un boquete enorme con el bauprés de proa. ¡Auch! Lo vi venir pero imposible pararlo… Por suerte sólo les abrimos una ventilación improvisada en la zona de dormir 🙂
Poco después llegamos al Manta Point, lugar de paso de muchas mantas, pero aquí la avería del barco nos jugó una mala pasada. Las mantas se mueven, y sin poder mover el barco para aproximarnos a ellas solamente nos quedó saltar desde la proa e intentar alcanzar el lugar donde chapoteaban (y adonde otros barcos sí pudieron llegar). La corriente era tan fuerte y había que nadar tanto que nos resultó imposible. Aun así, nos prometieron que si había tiempo volveríamos al día siguiente…
La tarde se desarrolló tranquila. Bordeamos la costa de Komodo hacia el lugar donde dormiríamos esa noche, el mismo lugar donde anidan miles de zorros voladores, los murciélagos gigantes. Íbamos más lentos de lo habitual y temí perdernos el espectáculo de su vuelo al atardecer. Por suerte, llegamos justo a tiempo:

Sentí una emoción indescriptible. He crecido viéndolos en documentales como los de National Geographic y ahora los tenía volando por encima de mí, iluminados por una luz mágica junto a la isla de Komodo. Es un momento bastante surrealista, demasiado perfecto. Es lo que se siente cuando algo que has imaginado se convierte en realidad.
Mientras los observábamos llegó el cervecero. ¡No es broma! Un padre y su hijo llegaron con su barquita para vendernos figuritas y otros souvenirs, ¡y cerveza! Así que pudimos despedir el día con unos buenos tragos.
Pero la maravilla no acabó ahí, porque tras la cena, ya en oscuridad, cuando algunos se habían ido a dormir, otros nos quedamos en la cubierta jugando con el plancton bioluminiscente. Estos pequeños seres desprenden luz cuando se les agita, así que cogíamos un balde de agua, lo arrojábamos contra la superficie y cientos de pequeñas partículas se iluminaban en tonos azules.
Broche perfecto para un día casi perfecto.
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2 Comentarios
Muy buenas!!! Perdón si la información esta en otro sitio de tu blog pero quería saber con que compania hiciste este viaje en barco? Mola un montón y estoy buscando inspiraciones para mi estancia ahí 🙂
Hola Nolie. Sí está en la parte correspondiente al primer día. Tranquila. Fue con Wanua Adventures. Un saludo! 😉