Mis 10 mayores problemas al viajar
1. Mi maldito estómago
No tengo una buena máquina digestiva que digamos. Creo que me funciona mal. Y si a esa disfuncionalidad le sumas nuevos alimentos, nuevas aguas, nuevos microorganismos… obtienes una bomba de destrucción masiva. Todos tenemos cierta probabilidad de pillar una diarrea del viajero, pero creo que yo más. Aunque he tenido suerte las últimas veces, mi estómago es experto en ponerse malo y hacérmelas pasar p*&#s. ¿Alguien me lo cambia?
2. La comida
Desde hace algunos años me he abierto al universo culinario y cada vez pruebo más cosas y disfruto de nuevos sabores. Pero voy a ser sincero: comer no es mi pasión. Siempre he comido más para saciar el hambre que para disfrutar. Y mientras hay viajeros que se recorren el mundo dibujando mapas gastronómicos, ese ámbito no es una de mis motivaciones. Desde pequeño soy bastante «especialito» con la comida, me influye mucho el aspecto, y me horrorizan las texturas extrañas. Ahora es cuando piensas «Menudo señorito pijo», pero creéme: estoy cambiando.
3. Los mosquitos me quieren
Y cuando digo que me quieren me refiero a que van a por mí, a desangrarme. No sé qué tendrá mi sangre, pero cada vez que pongo mi pie en un país tropical los mosquitos del lugar celebran una fiesta. Sólo les falta recibirme con pancartas en el aeropuerto. Gracias al ingenio humano, cuento con uno de los mejores inventos de la historia de la humanidad: la mosquitera. De no ser por ella, y por el repelente, mis noches serían insufribles. No me gusta que me piquen, pero oírles rondar alrededor del cuerpo mientras se intenta dormir puede convertir a Gandhi en un Bruce Lee cabreado.

4. Nervios en los aeropuertos
En los aeropuertos soy un terremoto. Da igual cuántas veces viva la experiencia, siempre me pondré nervioso. No solamente por la emoción de coger un vuelo y llegar a un nuevo lugar, sino por los trámites, las colas, la hora… que si no llegamos, que si cuánto tiempo por adelantado deberíamos estar, que si un retraso y qué pasa con la siguiente conexión… Si dependiera de mí, me tenéis 12 horas antes esperando como un idiota en la puerta de embarque. Siempre creeré que voy justo de tiempo, SIEMPRE.
5. Los retretes
No me entendáis mal, no me importa especialmente dónde hacer mis necesidades mientras tenga papel higiénico a mano. He «ido al baño» en sitios que nunca imaginaríais (a muchos kilómetros del «retrete» más cercano), pero os mentiría si os dijese que cuando veo un inodoro en lugar de un agujero no doy un salto de alegría. Mi cuerpo no está entrenado para hacer «eso» de cuclillas, y aunque con el tiempo le he cogido el tranquillo… Mundo, dame un sitio donde sentarme.
6. El terror de mi madre
Este punto no es algo que influya directamente en mi viaje, pero es algo con lo que tengo que lidiar antes, durante y después: el terror absoluto que mi madre le tiene al mundo exterior. Es un poco laborioso hacerle saber día SÍ día TAMBIÉN que todavía no he muerto. Si tardo un poco más en llamar, probablemente me hayan descuartizado. Mantenerla tranquila y no matarla del disgusto es más difícil que organizar el más enrevesado de los itinerarios.

7. Miedo a perder algo
Siempre tengo que tener en mente dónde he colocado cada cosa (pasaporte, cartera, cámara, tarjetas SD…) porque -como ya he demostrado alguna vez- si me despisto un segundo puede que me deje algo por el camino. Soy un poco paranoico a veces, hasta el punto de meter el dinero en la riñonera, pasar 30 segundos, y consultar si el dinero sigue ahí de verdad. Si no controlo este impulso, a veces no disfruto de ciertos momentos. ¿Solución? O llevar menos cosas encima… o ir a terapia.
8. Soy tímido
La timidez es un gran inconveniente para que un viaje resulte auténtico y completo. Puede alejarte de las personas y eso puede impedir que hagas amigos o que conozcas la personalidad de los ciudadanos del país. Siempre he sido tímido, y afortunadamente cada vez lo soy menos. Viajar me ha ayudado mucho y, aunque me sigue costando pedir una foto, o acercarme a alguien para preguntarle algo o entablar una conversación, esto de las relaciones humanas cada vez me cuesta menos.
9. Cada poco tiempo, necesito mar
Parecerá una tontería… pero he nacido y he vivido toda mi vida a 10 kilómetros del mar. Pasar un tiempo alejado de él crea una angustia creciente en mí. Y, aunque no lo creas, en la elección de mis destinos de viaje influye MUCHO si el país está bañado por el mar o no. Supongo que si vives en la costa podrás entenderme mejor. Pero sí, es una tontería…
10. Echo de menos mi casa
Dirás «Menudo gilí. Se va de viaje y se pone nostálgico con su casa…». Pues sí, es una ironía muy tonta, pero me suele ocurrir. Me paso todo el año pensando en irme lejos a ver mundo, y cuando al fin lo he conseguido mis pensamientos se agarran como lapas a mi casa y mi familia. Es entonces cuando me dan ganas de agarrarme la cabeza, estamparla varias veces contra una pared y gritarme a mí mismo: «¡¿Pero qué es lo que quiereeees?!» Creo que está relacionado con querer eso que uno no tiene, y cuando lo tiene quiere lo que ha dejado de tener… En fin, cosas del cerebro.

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