La lucha Peresean de Lombok
Unai volvió de su aventura con los Sasak. Había estado estos días en un pequeño poblado del sur de Lombok, cerca de Kuta Lombok. Allí había vivido el día a día de esta tribu local, intentando aprender de su rutina y adaptándose a sus costumbres como un camaleón. Le pedí que volviera este día porque nuestro barco hacia Komodo podía estar a punto de zarpar.
Yo había hablado con el dueño de la agencia de al lado para que nos reservara dos huecos en el próximo viaje de 4 días en barco hasta Flores. Ese mismo día nos dijo que deberíamos esperar hasta el sábado, ya que el barco aún no se había llenado y esperaban a que se apuntaran más viajeros. Por lo tanto, teníamos dos días de espera en Senggigi por delante.
A Unai le enseñé un poco los alrededores, fuimos a la playa y probamos las cristalinas aguas, pero el resto del tiempo serían horas muertas… Por suerte, el Festival de Senggigi nos tenía preparada una sorpresa: torneos de lucha Peresean.
Como ya os comenté en el artículo anterior, estos días de septiembre se realizaba el Festival de Senggigi, una celebración que trata de aunar las distintas vertientes culturales de Lombok, con vestidos, música y actos tradicionales. Uno de esos actos era una demostración de lucha Peresean totalmente gratuita. Nos enteramos por el dueño de la agencia y no nos lo quisimos perder.
El primer día fuimos un poco «a ver qué pasaba», sin cámaras, sin demasiadas expectativas… y la cosa nos dejó alucinados. La segunda tarde, nuestro último día en Senggigi, llevamos la cámara con nosotros, y pudimos grabarlo y sacar fotos.
Ya no sólo la lucha era espectacular, sino que el ambiente molaba mucho. Un grupo de músicos amenizaba la acción con instrumentos locales y cánticos. Poco antes de que comenzaran los enfrentamientos cientos de personas rodearon el ring. Locales, extranjeros, hombres, mujeres, niños… Nos costó entender cómo funcionaba el torneo, porque los contendientes parecían salir del propio público pero a la vez controlar las técnicas de Peresean, por no hablar de las heridas que debían soportar. Llegamos a la conclusión de que eran voluntarios, no profesionales, que conocían cómo se lucha porque es algo ampliamente practicado en Lombok.
Un juez controlaba la competición, y a cada lado varios hombres (entrenadores de Peresean, supongo) gestionaban cada equipo y elegían a los luchadores. Éstos se ponían un udeng o pañuelo similar, un sarong, se les daba un escudo y la vara… ¡y a luchar! Cada ronda continúa hasta que el juez decide el ganador, o uno de ellos se rinde… ¡o uno de ellos sangra efusivamente! Una de las veces uno de los luchadores se puso a sangrar bastante de la frente y eso significó su derrota (fue adecuadamente atendido por un paramédico). Pero lo que realmente asusta son las heridas que la vara deja en el cuerpo (podéis apreciarlas en el vídeo de abajo).
Mientras, todos los espectadores que podían se sacaban fotos con nosotros y con los demás extranjeros. Nos sentíamos como celebridades. Y estando en primera fila el torneo se vivía con especial tensión, porque era fácil que los luchadores acabaran dándose varazos a varios centímetros de la gente, con la probabilidad de recibir uno en la cara. Tuvimos varios momentos así… pero salimos ilesos.
De camino hacia el hostal pasamos por una pequeña clínica, ya que a Unai se le había infectado una de las heridas que se hizo en el pie con los corales de Gili. Le insistí en que preguntara cuánto iba a tener que pagar, pero no lo hizo hasta que el «enfermero» terminó de extraerle el pus y hacerle las curas. Le dolió mucho pero era necesario. Lo que no era necesario era pagarle al «enfermero» la cantidad ingente de dinero que nos pidió después de preguntarnos «si teníamos seguro». Nos negamos a pagarle. «¿Cuanto me dais?» nos decía. Flipamos. Unai le dijo que se quedara con los antibióticos que quería venderle por valor de su peso en oro. Menudo estafador. Le dimos 100.000 rupias para que no nos montara una escena. Yo me imaginaba que pasaría algo así, ya les veo venir a los indonesios, pero Unai salió indignado por que esto viniera de un supuesto «médico/enfermero». Y con razón…
Aquella noche nos esperaba otra odisea. Era el día con más gente durmiendo en la habitación común. Aparte de nosotros, un par de chicas, y tres viajeros más. Yo sabía que en una de las camas (en la que me tumbé el primer día antes de cambiarme de sitio) había bichos. Bichitos de diferentes tamaños, unos marrones, otros rojos… Pero no fue hasta esa noche cuando se desató la plaga.
Yo empecé a notarlos por mi cuerpo. No paraba de sacudirme, encender la linterna y examinar mi cama. ¿Cómo llegaban hasta ahí? Mi deducción es que volaban. Enseguida, los demás se empezaron a agitar en sus camas, uno a uno, «What the f*ck!» se oía. Me di cuenta de que no era el único. Y lo peor era que estos bichos picaban, chupaban sangre, y aplastando alguno contra el suelo o la pared dejaban un enorme manchón de sangre. Asqueroso.
Tras un rato estábamos todos levantados, con la luz encendida, examinando horrorizados las camas y almohadas y descubriendo que estaban infestadas de estos bichos y de sus larvas (en los pliegues de las almohadas). Imaginaos el caos. Salimos tan rápido como pudimos de la habitación. Desplegamos el contenido de las mochilas por el pasillo e intentamos librarnos de todo lo que se pudo haber metido en nuestra ropa.
El señor que se quedaba de guardia por las noches vino a ver, y se quedó alucinado viendo la fauna que había metida en esa habitación. A los más rápidos les dio habitación individual, pero nosotros nos quedamos sin ella. Podíamos compartir cama doble con alguno de ellos pero decidimos quedarnos en el pasillo (había colchones extendidos por él) y exigir a la mañana siguiente el importe íntegro de aquella noche. Lo malo es que este pasillo estaba completamente abierto al jardín y pasamos de lidiar con bedbugs a lidiar con los mosquitos, pero bueno… pude dormir un par de horas.
Me ha empezado a picar todo mientras escribía esto. Por eso os dije que NO os alojarais en The Wira, o al menos NO en la habitación común. O arrastraréis bedbugs en vuestras mochilas durante el resto del viaje. ¡Qué ganas de subirme al barco rumbo a Komodo! A la mañana siguiente llegaba el momento.
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