¿Es India como la pintan? Impresiones generales de nuestro viaje a la India
Artículo y fotos de Unai Martin Mendiguren
y Laura Gutiérrez Ormaechea
Por Unai Martin Mendiguren
Dicen de la India que es una bofetada para los sentidos y el alma. Que reúne a su vez lo mejor y lo peor del ser humano. Que es un viaje que marca un antes y un después en nuestras vidas. Que o la amas o la odias. O las dos. Pero que seguro que no pasará desapercibida.
Los que ya me conocen saben de sobra que me guío por experiencias fuertes; que a mayor impacto más lo disfruto; que lo que busco es aquello que me deje con la boca abierta (independientemente de que sea grato o no). Y por eso mismo, la India ha sido desde que tengo uso de mentalidad mochilera mi destino número uno. En otras palabras, India tenía las expectativas por las nubes.
¿Y ha cumplido las altísimas expectativas? Indudablemente sí. Y aunque reconozco que al principio sentí cierta decepción, la India me ha ido mermando el alma progresivamente. A un día de tomar mi vuelo de vuelta, puedo decir que la India es de lejos el lugar más irreal que he estado jamás.
Y es que la India es una mezcla de olores. La India es un niño hambriento tirándote de la manga para pedirte comida. La India es decenas de hombres en el suelo que no sabes si están muertos o lo están rozando. La India es cientos de coches en un cruce a punto de tener un accidente. La India es un río compartido por vacas, gente duchándose, mujeres lavando la ropa, muertos flotando y turistas en barcas al mismo tiempo.
Sorprende. Sorprende mucho. Y más aún si vas a buscarle las tripas. Nosotros (y aprovecho para agradecer a Laura su predisposición para intentar saciar mi curiosidad) hemos ido en busca de la calle más oscura, del barrio más sucio y de las personas más repulsivas. Y lo que nos hemos encontrado no tiene palabras: me he sentido en el mismísimo apocalipsis en el crematorio de Varanasi, he estado a puntito de vomitar en un barrio invadido por cerdos y a puntito de llorar tras ver a un pobre hombre sin piernas arrastrarse por los suelos.

En definitiva, la India es como la pintan, o peor.
Por Laura Gutiérrez Ormaechea
India es un destino que tenía en mente desde hace mucho tiempo; y en mi cabeza sabía a lo que me exponía al venir aquí… o bueno, más bien eso creía.
Antes de empezar el viaje me dedique a leer un montón de blogs, a ver vídeos de Internet, documentales, artículos… con el fin de no dejarme nada por ver ni por hacer y de prepararme psicológicamente a lo que me iba a encontrar (vacas comiendo de la basura, niños desamparados por la calle, tendidos eléctricos de asombro, caos en las calles…), pero una vez en India y viviéndola tal y como lo hemos vivido nosotros, siendo uno más, ha hecho que ninguna preparación sirva de nada y que los sentidos estén a flor de piel a cada instante.
La acogida que hemos tenido ha sido brutal. Ir paseando por las calles y que la gente te vaya parando para preguntarte de dónde eres, cómo te llamas o qué tal te ha ido el día son cosas que no se ven en todos los sitios; y mucho menos que te inviten a formar parte de sus celebraciones.
Y no me puedo quedar sin mencionar esa ciudad, para mí, de sabor agridulce, Varanasi. Tan espiritual y tan llena de sorpresas. Impactantes sus calles, llenas de gente al borde de la muerte, repletas de mendigos y de gente discapacitada que, por desgracia, no tiene donde caerse muerta y que deambula de un lado para otro. Pero además de por todo esto, Varanasi es conocido por sus cremaciones en el río Ganges, cremaciones en vivo y en directo, abiertas a todo el que se digne a pasar y tenga el valor de mirarlas y que personalmente a mí me dejaron el cuerpo helado.
Todo este remolino de sensaciones es India, y es lo que te hace quererla.
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