Fiesta bajo un tifón en Malapascua: la noche más bizarra de mi vida
Ciertos hechos de la siguiente fiesta en Malapascua han sido adaptados y censurados para no herir sensibilidades y proteger nuestra intimidad (y dignidad).
¿Y qué había sido de aquellos terroristas que habían empezado a liarla parda en Bohol? Sumergido en esta burbuja isleña me había olvidado de los problemas del exterior, pero la propia presencia militar en Malapascua me recordó que algo serio pasaba al otro lado del mar.
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Efectivamente, unos 60 miembros de Abu Sayyaf desembarcaron en una población del norte de Bohol y, al ser delatados por los locales, se liaron a tiros con las autoridades. La meta del Gobierno fue clara desde el principio: aislar a estas personas y asegurar el bienestar de los boholeños y los turistas. Para ello se llevó a cabo el mayor despliegue militar en la historia del país. Incluso llegamos a escuchar que los cazas habían bombardeado la zona montañosa donde se habían refugiado los terroristas. En el resto de islas, aunque lejos del conflicto, los soldados patrullaban pueblos y playas para garantizar la seguridad. La presencia de camiones y tanques impresionaba a los visitantes, y la existencia de controles ralentizaba algunos tránsitos. Pero el fin llegó rápido y los fanáticos fueron aplastados, alargándose la búsqueda de alguno de ellos, escondido en las montañas de Bohol, durante varios días más.
Los simpáticos soldados que veis en la foto de arriba fueron invitados a comer con nosotros en el Malapascua Budget Inn y a protegerse durante un rato del justiciero sol. Jose, el gerente del alojamiento, me pedía selfies y ellos posaban gustosamente.
Fue poco después cuando al hostal llegó Núria, una catalana con la que había hablado brevemente por Facebook. No nos habíamos visto la cara, pero el acento nos delató. Fuimos a comer al pueblo y allí es donde Núria me presentó a Vero y Dídac, también mochileros solitarios a los que el viaje había juntado. Desde entonces los cuatro compartimos paseos y planes variados por la isla, como este espectacular atardecer desde Logon Beach tras tomar algo en Kokay’s Maldito.
Mientras disfrutábamos de los deleites de esta isla, nos llegaban rumores de que una depresión tropical, o little-typhoon, se acercaba y nos pasaría por encima durante la noche del 15 de abril, coincidiendo con la tradicional fiesta nocturna de los sábados. ¿Nos aguaría la fiesta? Nunca mejor dicho…
Villa Sandra: buen sitio para cenar (y alojarse) en Malapascua
Como augurando la llegada de un cataclismo natural (nota: dramatización) durante la noche anterior la luz de toda la isla se fue repetidamente, dejándonos a menudo completamente a oscuras. Así, sin ver un pimiento, es como fuimos Núria y yo hasta Villa Sandra, en cuyo restaurante vegetariano habíamos quedado con Dídac y Vero para cenar. Nos sentamos, a tientas, en una mesa a la tenue luz de algunas velas provisionales, y no fue hasta que la luz volvió que nos dimos cuenta de que los cuatro estábamos ya allí…
Nos quedamos a oscuras unas tantas veces más durante la noche, pero oye, tenía su encanto. El momento mágico llegó con la música en directo al amparo de la penumbra. Por cierto, Villa Sandra, tanto como restaurante como alojamiento mochilero, queda totalmente recomendado.
La fiesta del sábado noche en Malapascua
Durante el día siguiente el cielo se fue nublando, las nubes se hicieron cada vez más negras, y el viento comenzó a soplar. Cuando empezó a llover, ya de noche, estábamos refugiados en la zona común del hostal, entretenidos con música, conversaciones… y abundante ron cola por cortesía de Jose, el dueño.
El plan pintaba tan bien que animamos a Vero y Dídac a que se unieran, y la charla y los juegos se alargaron hasta la medianoche, hora en la que en Malapascua Budget Inn se debía respetar el sueño ajeno.
Pero como calentamiento había bastado. Estábamos borrachos, desinhibidos y con ganas de fiesta. Parece que paraba de llover… Vamos en busca de la música. Nos acompañaba Juanjo, un chaval de Tossa de Mar que trabajaba en Singapur. Seguimos los senderos hacia el interior de la isla y, un poco por casualidad, encontramos la antigua pista de basket en la que habían instalado unos grandes altavoces. Una generosa multitud bailaba ya al son del techno filipino.
Comenzamos a bailar mientras los relámpagos iluminaban fugazmente el paisaje. Las gotas se fueron haciendo cada vez más gordas, más continuas y más abundantes. Llegó la chaparrada, y nos miramos entre nosotros. «¿Qué hacemos?» «Ya estamos mojados, ¿no?» y BOOM. De pronto nos dimos cuenta de que nos daba todo igual, no teníamos nada que perder y aquel momento no se repetiría. Y seguimos bailando como nunca lo habíamos hecho. Perdidas las chanclas, continuamos descalzos sobre la arena mojada, saltando en los charcos, con la ropa pegada al cuerpo por el peso del agua, iluminados por los rayos como la luz estroboscópica de una discoteca. Cuando nos mirábamos sólo había sonrisas y carcajadas. Bailar y saltar sin pensar en nada más. En la oscuridad, en Malapascua, bajo un little-typhoon.
Cuando el agua hizo imposible ver y el viento arreció nos refugiamos en una especie de ¿bar? cercano. La fiesta continuó allí, y lo hizo de maneras que no voy a describir por aquí… Os basta con leer que fue enormemente divertido. A nuestro alrededor todo salía volando, y el agua inundaba los suelos, pero nos lo pasábamos tan bien…
Pero la odisea no terminó hasta llegar al hostal. El viento, la lluvia, la borrachera y la oscuridad total harían de aquella «vuelta a casa» la más complicada de nuestras vidas. Me adelanté al grupo, fardando de -supuesta- buena orientación. En realidad seguía un instinto sin la certeza de caminar en la dirección correcta. Tenía una cortina de agua frente a mis ojos -aunque poco había que ver…- y cada dos por tres me metía en charcos hasta la rodilla. Detrás, Vero y Núria gritaban «¡No es por aquí!» entre risa y risa, pero les pedía confianza, aún sin tenerla en mí mismo. Una eternidad después, cuando reconocí el sendero que llevaba hasta el Malapascua Budget Inn, respiré tranquilo. Habíamos sobrevivido. Vero debía continuar un poco más hasta su alojamiento, algo fácil, pero escuché historias sobre que acabó nadando en un gran charco hasta que Dídac la encontró… Eso tendrá que confirmároslo ella.
Cuando Núria y yo entramos calados en el dormitorio el aire acondicionado nos golpeó como el agua de un lago invernal. Mi cerebro se movía entonces entre dos pensamientos… «Quítate esta ropa ¡ya!» y «Qué gran noche, ¡QUÉ GRAN NOCHE!».
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2 Comentarios
Vale, si ya tenia ganas de ir Malapascua…ahora ya lo estoy deseando!!
Verás, tengo entre 12-14 dias y estoy mirando para ir sola para Abril/Mayo.
Tu que has estado allí, como me recomiendas repartir los dias? Contando que quiero estar en Malapascua varios dias para bucear (quizás hacer Advance)…y luego nosé como me queda ir para Bohol o Siquijor que creo que hay para hacer trekkings.
Gracias!!
Hola Laura. He visto tu comentario con muchos meses de retraso. Discúlpame. Espero que el viaje te fuera muy bien. Un saludo.