Coron y sus pequeñas grandes personas
Noeme nos había invitado a visitar una recóndita isla cercana a su pueblo. Me habría encantado ir, hubiera sido una forma de conocer algo distinto de Busuanga más allá de lo que ven todos los turistas, pero no pude. Mi amiga Neda llegaba en el ferry desde Manila en la madrugada siguiente y debía esperarla.
Así que este día se convirtió en una jornada de espera y de despedida, ya que vería por última vez a David, Ángela, y mis recién hechas amigas filipinas.
Dónde desayunar (o comer) en Coron
Me fui a desayunar al Levine’s, un restaurante cerca de mi hostal con una azotea muy bonita desde la que disfrutar de una panorámica de Coron. De esos rincones que están ahí pero pasan inadvertidos…
Desyuno en el Levine’s
Huevos con bacon, salchicha y batido de frutas: 160 PHP
Me dirigí calle abajo, hacia la pequeña casa que tenían alquilada Ángela y David. La dejarían durante unos días para conocer la isla de Noeme pero volverían. Se encontraba en una pequeña callejuela, que proseguía hacia las humildes casas cercanas al puerto. Los vecinos pasaban por aquí pensando en sus quehaceres rutinarios. Uno portaba herramientas para arreglar algo, otra se acercaba a la precaria fuente para lavar la ropa… y algunos niños iban de aquí para allá mientras nos miraban con ojos curiosos.
Es muy fácil hacer pequeños amigos en Filipinas. Sólo tienes que dedicarles una sonrisa y te la devolverán, sólo hay que mirarles con la misma simpatía con la que te regalan sus miradas sorprendidas. Un simple intercambio de gestos, de muecas, de bromas… y todo su mundo parece girar en torno a ti durante unos minutos.



Estos dos pequeños disfrutaban de su postre mientras no apartaban los ojos de nuestros movimientos.
Acompañaría a David y Ángela hasta el autobús y así podría despedirme de ellos. La «estación» de buses no es más que la explanada polvorienta que hay junto al mercado y el puerto de bangkas turísticas. Antes de coger el bus, nos introdujimos entre los oscuros puestos de comida para que compraran el almuerzo que tomarían durante el viaje (que sería de unas tres horas).


Da igual que lo hicieran con prisa, porque luego nos tocó esperar una eternidad a que el bus estuviera preparado. No fue tedioso, ya que encontramos nuestra manera de divertirnos, y aquí, de nuevo, hicimos amistades.


Me puso bastante triste despedirme de ellos. Ángela y David me hicieron un enorme favor antes incluso de conocerme, y luego descubrí que son de ese tipo de personas felices y risueñas con las que compartir experiencias hace el viaje más grande, más luminoso. Ojalá pudiera haber ido a aquella isla con ellos, pero en estos viajes hay que tomar este tipo de decisiones. Gracias también a Noeme y a Mikaela por animarme a ir con ellos. Me los llevo en el recuerdo para siempre.
Se subieron a un abarrotado bus y prosiguieron su aventura. Yo volví hacia el pueblo, cruzando la explanada envuelto por nubes de polvo dorado, y me di cuenta de que era la tarde y aún no había comido…
En el hostal me encontré con un finlandés que había conocido la primera noche. Me dijo que iba a ir a almorzar con unos compatriotas suyos y que podría acompañarles. Acepté con gusto. Comimos en la Brujita, un restaurante bastante conocido (sobre todo a las noches). La comida estaba rica pero tardaron más de una hora en servirnos, por lo que acabamos almorzando a eso de las 5 de la tarde.
¡Es el ritmo filipino!
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