Visita a Tanah Lot y ¡a surfear en Bali!
La última cena que pudimos disfrutar con Ana y Alberto, el día anterior, la pasamos en un alborotado restaurante de Seminyak en el que australianos y otros viajeros de cara pálida se emocionaban y gritaban con un partido de fútbol. Allí descubrí el sándwich más rico de toda mi vida. ¡Pero venga! Que estábamos en Bali y teníamos pendiente uno de sus más famosos templos: Tanah Lot.
Visita en moto al templo Tanah Lot
Hoy era el último día en Bali de nuestros amigos viajeros. A la tarde les esperaba un vuelo hacia Java, donde darían los últimos pasos de su viaje. Nosotros también degustaríamos las últimas mieles de la Isla de los Dioses, ya que mañana cogíamos un par de vuelos a Borneo.
De nuevo hicimos uso de nuestras motos, y pusimos rumbo a Pura Tanah Lot. Desde Seminyak hacia el norte por la carretera principal y después a seguir las indicaciones. Parecía estar más cerca de lo que en realidad estaba…
Como es costumbre en estas atracciones asiáticas, al monumento le preceden puestillos, tiendas y demás establecimientos donde los turistas pueden dejarse la pasta. ¡Tranquilos! No estoy pecando de hipócrita, porque yo me incluyo. No pudimos evitar entrar en la tienda que Quicksilver tiene aquí y llevarnos alguna camiseta.
Seguramente ya conoceréis esta estampa de Bali, especialmente famosa al atardecer, cuando miles de visitantes se aglomeran aquí para ver el sol caer tras el templo. Durante el día hay menos gente, pero la muchedumbre sigue sacando de quicio. Sí, lo sé, nosotros somos parte de esa muchedumbre. Pero hay visitantes y visitantes, y los chinos son de los segundos. Con sus pamelas, sus palos selfie… ¡su postureo! El lugar les da igual, ellos sólo quieren su foto para subirla a Facebook, y no tienen ninguna consideración por quien esté al lado. En fin…
La tradición balinesa cuenta que de la roca de Tanah Lot emana una fuente de agua sagrada, agua dulce (aunque la roca esté en el mar es verdad que es dulce). Quien quiera puede acercarse a beber y a ser bendecido por varios monjes hindús. Tras beber, uno de ellos te bautiza sacudiendo unas gotas sobre tu cabeza, otro te coloca unos granos de arroz en la frente y el tercero una flor en la oreja. ¿Gratis? ¡JAJA, por favor, que estamos en Indonesia! La cestita de las donaciones «voluntarias» está bien a la vista.
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Deshicimos el camino hasta Kuta y comimos en uno de los warungs de su playa. Después… ¡SURF! Soy de una tierra famosa en el mundo por sus olas y sus surferos, pero nunca había tenido la oportunidad de practicarlo. Ahora me emociona la idea de decir que mi primera vez haciendo surf fue en Bali.
Aprendiendo a surfear en Kuta Bali
Unai sentía un fuerte dolor en el pie, puede que su herida de Gili se hubiera vuelto a infectar, así que decidió dejar el surf para otra ocasión. Así pues, Ana, Alberto y yo alquilamos tres tablas y la breve clase de un profesor local. Tras cinco minutos de instrucciones en la arena nos echamos al agua.
Se me dio mejor de lo que esperaba. Y aunque me pegué unos cuantos revolcones, un chino se chocó contra mí, y acabé con las rodillas en carne viva del impulso sobre la tabla, conseguí coger unas cuantas olas. Yiiiihaa. También acabé agotado. Lo de las rodillas parece una tontería, pero la carne me supuraba y no veáis cómo escocía…
Tras esta inesperada experiencia, tocó volver a pelear con el tráfico de la isla hasta llegar a nuestro hostal. Unai descubrió allí que tenía una piedra dentro de la herida y esa era la razón de su dolor. Ana y Alberto hicieron los últimos preparativos y compartimos la últimas palabras. Fue triste despedirse de ellos, porque esa última semana conviviendo había sido genial. Esperamos volver a verles algún día. ¡Gracias viajeros!
Despedí el día repitiendo el sándwich más rico de mi vida, aunque por alguna razón hoy no estaba tan bueno… Si todo iba bien, mañana pisaríamos Borneo. Cosquillas en el estómago…
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