Filipinas

Port Barton, el fin del mundo, todo para mí


Pasé mi última noche en El Nido, ya en solitario; me despedí de la última compañía que me quedaba, un simpático y tímido gecko que vivía en el porche; y por la mañana me encaminé, rebosante de ganas, hasta la estación de furgonetas para mi traslado de El Nido a Port Barton. Más de una hora nos tuvieron esperando en el interior del transporte, durante la cual pude conocer al resto de viajeros.

Viaje en van de El Nido a Port Barton

Furgoneta de El Nido a Port Barton: 500 PHP


Apenas recorríamos la sinuosa carretera que llega hasta este apartado pueblo, que yo ya hablaba conmigo mismo sobre lo que estaba a punto de encontrar: «Dabid, puede que estés yendo a un lugar especial». Y una idea similar parecía dibujarse en forma de sonrisa en la cara de los demás. La mayor parte de la carretera se encuentra en obras de rehabilitación, para hacerla más ancha y más transitable. Es una respuesta obvia a la potencia turística que el final del camino, Port Barton, ha resultado ser. Cuando el asfalto llegue al pueblo, muchas cosas cambiarán.


Port Barton ya es conocido por muchos. Está en boca de gran parte de los extranjeros que pasan por Palawan, pero una vez llegado aquí da igual el número de gente que haya oído hablar de este pueblo, no hay rastro del turismo que nosotros conocemos. Por supuesto, hay hoteles y un par de bares a pie de playa enfocados al turista, pero el resto de Port Barton parece permanecer impasible a la vorágine masificada en la que se está convirtiendo la isla.


Aunque no es «obligatorio», cuando se llega al pueblo uno debe registrarse y pagar la ya conocida tasa medioambiental con la que poder hacer los tours. Sí, en Port Barton también hay island hopping.

Port Barton Environmental Fee: 50 PHP

Dónde dormir en Port Barton: alojamiento barato

Recorrí esos anchos caminos polvorientos en busca de un alojamiento, dejando atrás a los demás viajeros, y de pronto me vi como único forastero en una tierra extraña. La vida se desarrollaba con normalidad a mi alrededor, y si había más turistas estaban bien escondidos. O eso… o había cruzado a una dimensión desconocida donde yo era el único extranjero. Llegué a la playa y caminé por la arena hasta encontrar El Busero, un humilde alojamiento frente al mar en el que pasaría la primera noche.

El Busero (habitación doble): 600 PHP
– Supuestamente se puede negociar el precio. Yo lo intenté y no lo rebajaron.
– Cuenta con un restaurante y comida muy rica.
– La ubicación, en plena playa, es espectacular.


Los mejores alojamientos de Port Barton


Allí fue donde, nada más llegar, una voz en castellano se dirigió hacia mí. «¿De Bilbao?». «¡Sí! ¿Cómo lo sabes?» le pregunté asombrado. «Lo pone en tu camiseta». Ups… Mira por dónde, podría compartir alguna charla con dos viajeros españoles que se alojaban en El Busero. No había cruzado a ninguna dimensión paralela 😀


Aun así, Port Barton no dejaba de hacerme sentir que había llegado a uno de los finales del mundo. Allí donde la locura de nuestra civilización aún no ha podido llegar. Aquí sólo se escucha, se huele, se ve y se palpa la tranquilidad. Aquella monotonía rural me era desconocida. Los alrededores son pura jungla. El mar y la risa traviesa de algún niño son lo único que se escucha por la noche. Y la electricidad es un lujo solamente concedido durante varias horas al día.



Si todavía queda una «Filipinas original», esto debía ser lo más parecido que había en Palawan.

El sendero de la costa hacia White Beach

Tenía claro cuál sería mi plan para la tarde. Hacia el sur, por la costa, discurre un camino que lleva, entre jungla y palmeras, hasta algunas playas preciosas y solitarias. Lo seguí, y cuando dejé el pueblo atrás volví a verme aislado, en medio de aquel mundo -en apariencia- inexplorado.



A través de caminos estrechos entre hierbas altas y cocoteros, me crucé con precarias casetas, niños curiosos que me pedían galletas… y soledad. Y según avanzaba, y la costa me descubría nuevos rincones, nuevos senderos, me daba cuenta de que éste no era «un lugar más». Port Barton me iba a dejar huella.



Coconut Beach, una playa desierta con cientos de cocoteros custodiando el arenal, regalaba una estampa con la que frotarse los ojos. ¿Cómo era posible que no hubiese nadie más?



Hipnotizado por la belleza de Coconut, estuve a punto de detenerme en mi travesía; pero más allá, atravesando un precario atajo por la foresta, me encontraría White Beach, la joya de la zona. Ésa os la enseñaré en un próximo artículo ya que, obviamente, sentí la necesidad de volver.


Por si Port Barton no me hubiera enamorado ya lo suficiente, a mi vuelta al pueblo el atardecer parecía querer decirme: «Así es. Mira dónde estás. ¡Mira!»



Ya lo veo ya…

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David

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