Perhentian Kecil, viviendo en la perfección isleña
Maxime y yo saltamos a una pequeña barcucha que nos trasladó de la lancha a la orilla. Llegábamos a D’Lagoon, una playa con su propio hotel al norte de isla en la que no hay nada más. Yo intuía que en esta zona se encontraban las mejores playas de Perhentian Kecil. Según atravesábamos el arenal, una chica nos esperaba sonriente en un mostrador sobre el que había colocado dos zumos para nosotros. ¡Buen recibimiento!
Dónde dormir en Perhentian Kecil: alojamiento barato
D’Lagoon (Dormitorio compartido): RM 20
– Se pueden colocar tiendas de campaña por RM 10
– Las habitaciones privadas cuestan RM 50 (hay como parte del edificio principal y como bungalows de distintos niveles)
Elegí instalarme en el dormitorio, una amplia habitación con varias literas a los lados, con la puerta dando a la misma playa. Coloqué mi mosquitera, me puse el bañador y salí a contemplar el entorno. No se escuchaba más que el balanceo de las hojas de las palmeras y el agua rompiendo suavemente en la orilla. Me tumbé en una hamaca y esperé a que llegara la hora de cenar. Aquella noche una luna naranja aparecería por el horizonte.
Las playas del norte de Perhentian Kecil
D’Lagoon era un remanso de paz, lejos del alboroto fiestero y turístico del centro de la isla. Parecía, básicamente, una playa privada. Con un mar turquesa a un lado donde practicar snorkel e ir en busca de corales y tiburones, un arenal cubierto por algunos cocoteros que arrojaban sombra sobre cómodas hamacas, y respaldada por una frondosa selva por la que se abrían diminutos senderos hacia las demás partes de la isla.
Comencé a explorar Kecil con el nuevo día. Algunos de estos senderos conducían directamente a desiertas playas vecinas. Me encantaba recorrerlos y vislumbrar el brillo del agua cristalina tras atravesar la asfixiante selva, por cierto, repleta de mosquitos. A varios minutos de la ya de por sí tranquila D’Lagoon, me descubría completamente solo en orillas de una belleza incomparable, como la de Pauliana Beach:
No tuve que compartir esta preciosidad con nadie.
Desde la misma superficie pude ver un par de tiburones bebé de punta negra merodeando por la zona. Con unas aguas tan transparentes era difícil no verles.
También apareció un mono a pegarse un baño. Tened cuidado con estos macacos (y con éste individuo en particular) porque dan bastantes problemas en esta parte de la isla. Algunos, como éste, son bastante violentos si llevas comida o algo que pueda interesarles. Mantened las distancias.
Otra de las maravillas de la zona es Turtle Beach, a la que me acerqué por la tarde ya acompañado de mis nuevos amigos, Ignacio y Daniela, chileno e italiana, también alojados en D’Lagoon.


En Turtle Beach no sólo descubrimos una nueva playa espectacular (y un buen lugar para hacer snorkel) sino también un punto perfecto para ver el atardecer.
Durante todos aquellos días no saqué la cartera de mi mochila. Todo lo que consumiéramos en D’Lagoon se anotaba en un cuaderno individual y se cobraba al final de la estancia. Este detalle, por insignificante que parezca, me daba la sensación de estar viviendo en una isla que era mía. Sí, consumía sin reparo y de vez en cuando pensaba en la hostia que la factura me daría al final, pero aquella despreocupación contribuía al sentimiento de libertad que ya me transmitían el ir descalzo todo el día y tener playas paradisíacas para mí solo.
¡Ah sí! Y me vicié a estos:
Diario anterior: De la selva a las islas. Hola Perhentians
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