Durmiendo en el Fiordo de los Sueños
Tras nuestra ascensión al Galdhopiggen nos apresuramos a desmontar la tienda y cargar el coche con todas nuestras pertenencias. Brillaba el sol y aprovechamos el tiempo que nos llevó ducharnos para dejar la ropa mojada expuesta al sol con la esperanza de que se secara antes de partir. No teníamos ni idea de que esa noche acabaríamos soñando en el Fiordo de los Sueños, qué poético.
Una vez aseados y mudados nos pusimos en marcha. En ese preciso momento el sol dio paso a unas repentinas nubes negras y empezó a llover. No pudimos evitar compadecernos de todos los que llegaban a Spiterstulen en aquel momento, pero a la vez estábamos satisfechos con que nuestro timing fuera perfecto.
Salimos del Parque Nacional de Jotunheimen y continuamos hacia el Sur por la carretera 55, atravesando un paisaje que pronto dejó lo verde atrás y se volvió frío y nevado. Parecíamos haber entrado directamente en el invierno; una estación de esquí de fondo abierta (Sognefjellet Summer Ski Centre) contribuía a esa sensación. Al fondo se divisaban espectaculares glaciares y picos helados y nos vimos obligados a parar para inmortalizarlos.
La carretera era preciosa.
Según fuimos descendiendo, la vegetación y los vertiginosos barrancos volvieron a aparecer. Recorrimos varios kilómetros cuesta abajo en punto muerto, confiando en los frenos y racaneando en gasolina, pero la fricción es la fricción, y pronto empezamos a oler a quemado. No fue hasta que paramos a un lado de la carretera cuando vimos que salía humo de las ruedas delanteras. Los discos de freno estaban al rojo vivo. Hicieron falta varias botellas de 2 litros rellenadas en un arroyo cercano para enfriarlos, y el humo que desprendían al mojarlos inundaba toda la carretera, haciendo que los que pasaban nos miraran preocupados. Como decía Eder: «El agua se evapora antes de tocar los discos». Así de calientes estaban.
Cuando el coche «se recuperó», reanudamos la marcha y esta vez empleamos el motor como freno durante el resto del descenso…
No tardamos mucho en llegar hasta el fondo del valle y encontramos la localidad de Skjolden, en el extremo del Lustrafjord, el ramal más interno del enorme y famoso Sognefjord, el Fiordo de los Sueños. Allí, nos detuvimos junto a un camping para fotografiar un curioso fenómeno que cubría un pequeño lago de una neblina superficial.
Acampada libre en Lustrafjord
Como todos los días, teníamos la incertidumbre de no saber dónde nos tocaría dormir, pero viendo la belleza de aquel entorno y estando nosotros bastante cansados, supusimos que acamparíamos no muy lejos de allí. Y así fue. Nada más pasar la localidad de Luster, encontramos un agradable área de descanso en la orilla del Lustrafjord en el que se amontonaban varias auto-caravanas. Había un cartel que prohibía pernoctar en ese lugar, pero su césped verde y blandito era irresistible y las vistas un auténtico lujo. Consultamos a varios «caravaneros» y algunos llevaban varios días allí sin ningún tipo de problema. ¡Decidido!
Montada la tienda en un lugar privilegiado, nos dispusimos a cenar y una amable señora nos ofreció compartir la mesa con ella y su nieta. Quizás no se imaginaba que no sólo íbamos a compartir una mesa, sino también una larga y bonita conversación sobre su vida y la vida en Noruega. Se llamaba Marit (curiosamente, igual que la chica con la que habíamos bajado del Galdhopiggen aquella mañana) y la niña no era exactamente su nieta, sino la hija de unos vecinos con los que mantenía un vínculo casi familiar. Sus verdaderos nietos vivían con su hija en Nueva York, y pasar unos días de road-trip con esta pequeña la salvaban de la soledad. Ella era de Bergen y se acababa de comprar la auto-caravana con la que recorrían aquella zona del país.
Nos regaló unas cuantas salchichas recién hechas (y un pelín chamuscadas) mientras nos seguía hablando de las características de la vida noruega, de su lado bueno, de su lado malo, de los duros inviernos… De vez en cuando se sonrojaba avergonzada por su «terrible inglés», pero entendía y se expresaba fantásticamente bien. Creo que le hicimos pasar un agradable rato mientras la luz del día iba menguando, y para nosotros también fue un placer conocerla.
Le dimos las buenas noches a Marit y cada uno se fue por su lado para reencontrarse con la almohada y hacer honor al nombre del fiordo que nos daba cobijo. El Fiordo de los Sueños.


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