Excursión en Bantayan: una Virgin Island muy poco virgen
Durante la cena en MJ Square, Bea, Mari, Roberto, Carolina, Andrés y yo estuvimos planteando la posibilidad de hacer algún plan juntos al día siguiente. Alguien comentó «A mí me gustaría ir a Virgin Island, ¿qué os parece?», y todos estuvimos de acuerdo. Era un plan que, como grupo de seis personas, nos venía al dedillo. Sólo habría que hablar con algún patrón de bangka para que nos llevara hasta allí. En Bahay Kubo hicieron de intermediarios y una bangka nos esperaría frente a la guesthouse por la mañana.
Se nos recomendó comprar nuestra propia comida, así que antes de embarcar nos desperdigamos por Santa Fe en busca de algo que pudiésemos llevar pero que no hubiera que cocinar. Bea y yo nos hicimos con fruta, latas de bonito y pan bimbo en el supermercado del pueblo. Suficiente.
Hace no mucho (y podéis comprobarlo echando un vistazo en Google Maps) Virgin Island era eso: una isla virgen. Poco más había allí que alguna caseta y unas cuantas palmeras. Alguien le vio el filón a este trocito de paraíso y, hoy en día, es una isla privada para cuyo acceso hay que pagar un entrance fee.
La tarifa base son 500 PHP por dos personas, y a partir de la tercera se suman 100 PHP por cada persona. Es decir:
Fee de Virgin Island (6 personas): 900 PHP
La primera impresión de la isla fue de asombro ante su blanca orilla y sus aguas transparentes pero, aunque el lugar está bien acondicionado, en alguno de sus tramos resulta demasiado artificial. Gran parte de su playa ha sido remodelada y el hormigón (aunque colocado con cierto estilo) le quita bastante encanto.


Pero no se puede negar la belleza de estas aguas y no es difícil sentirse relajado, tumbado a la sombra frente a este mar turquesa. A eso habíamos venido, así que no nos arrepentimos de apostar por esta excursión.
De todas formas, si me preguntarais si merece la pena pagar por esta isla, os diría que depende de la climatología. Si el mar no está tan bonito como aquel día, quizás no valga su precio.



El viaje de vuelta a Bantayan fue realmente bonito, con el sol anaranjado pegándonos de lado, las piernas fuera del bote, y el mar de aguas claras salpicándome en los pies. Algún que otro pez volador desafiaba su naturaleza acuática a nuestro paso.
Se aproximaba mi última noche en Bantayan y me resultaba curioso hacer una comparación entre mis emociones al llegar a ella y mis sentimientos al irme. Había llegado solo, sin alicientes, aburrido, e inicialmente eso me había impedido valorar y disfrutar de mi estancia. Pero, por el contrario, había acabado satisfecho, reconciliado con Santa Fe y acompañado de nuevos amigos. Hasta ese punto puede cambiar la experiencia mientras viajas, de verlo todo negro un día a deslumbrante el siguiente. Todo depende de cómo mires las cosas… y de quién esté a tu lado para disfrutarlas.
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