Bantayan, ¿la isla que me decepcionó?
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Cómo viajar de Malapascua a Bantayan
El calor comenzaba a pegar las sábanas a mi cuerpo y los primeros rayos de sol atravesando la ventana me indicaron que era hora de levantarse. Tras despejarme decidí bajar a la playa y explorar esta esquina de la isla, cuyo infinito arenal conducía hacia el sur y doblaba hacia el oeste para formar algunas de sus playas más impresionantes, como Kota Beach.


A esta playa le da nombre el resort homónimo construido sobre ella, y aunque es un lugar idílico y fotogénico, me sobrevino un inesperado pensamiento: «¿Ya está?». Quizás es que me habían hablado muy bien de Bantayan, o que Filipinas me tenía demasiado bien acostumbrado con sus islas impresionantes, pero parecía no estar cumpliendo mis expectativas.


Viendo estas fotos, la verdad es que yo tampoco me llego a entender. Sí es verdad que, tras las celebraciones de Semana Santa, la playa estaba muy maltratada. Los visitantes filipinos habían dejado bastante basura por doquier (no, no siempre tenemos los turistas la culpa de todo…).
Pero Bantayan no es sólo playa, y no sería justo que me forjara una opinión solamente basada en su costa, así que recorrí las calles de Santa Fe e intenté librarme de cualquier prejuicio. No lo lograba, ¿qué me pasaba? El pueblo era tranquilo, tenía encanto… Pero no me llenaba. «¿Bantayan me está decepcionando?»


Creo que el motivo de esta sensación estaba en mí, en el hecho de verme solo tras días de divertida compañía, sin nada que hacer… aburrido. Si conseguía distraerme o conocer a alguien creo que empezaría a disfrutar del pueblo y de la isla que, de por sí, regalaban un ambiente amable y acogedor.
Viaje en bicicleta de Santa Fe a Bantayan
Así que me propuse llegar a Bantayan (ciudad) para encontrar un cajero y sacar efectivo, y ya de paso conocer otros rincones de la isla. Quería hacerlo por mi propio pie… o mejor dicho, por mi propio pedal. Alquilé una bici y me arriesgué a recorrer los más de 10 kilómetros que separan Santa Fe de Bantayan bajo el abrasador sol de abril.
Si la bici hubiese tenido marchas habría sido más sencillo… sobre todo porque la carretera, aunque bien asfaltada, presentaba numerosas cuestas a lo largo del trayecto. Me concentré en mantenerme en el arcén para que no me atropellaran y en disfrutar del viaje lo máximo posible. Extensos campos de cultivo se perdían en el horizonte a ambos lados. En cierto momento, comencé a contar los sapos aplastados en el asfalto, ¡madre mía, eran miles!
Otra cosa de la que carecía mi bici eran frenos, y llegado a Bantayan, entre un inmenso tráfico, ello provocó que chocara frontalmente contra una moto… Pero el susto fue mayor cuando llegué al cajero y vi una enorme cola de gente. Aparqué la bici y me coloqué en la fila. Esto iba para largo… Casi 1 hora y media más tarde conseguí sacar dinero.
Por supuesto, ya que estaba allí debía echar un vistazo al municipio, que aún sin muchos atractivos merecía una oportunidad. Unos bollitos en una bakery local me dieron fuerzas para el regreso.
Visita a Paradise Beach
Entre recuento y recuento de sapos atropellados, pensé que podía aprovechar para visitar Paradise Beach, una playa ubicada en la costa sur de la isla, entre acantilados muy atractivos para los amantes del cliff jumping. Hice uso de la aplicación Maps.me para saber qué desvío tomar, y de esta forma me introduje por caminos de tierra hasta que las señalizaciones comenzaron a aparecer.
Como en el resto de las Visayas, abundaban las familias disfrutando de sus vacaciones de Semana Santa. Y también las algas arrastradas por la tormenta…


Este laaaargo paseo de 20 kilómetros, a parte de sudar, me había hecho ver la isla con otros ojos y aprender a apreciarla. Creo que la clave era esa, mantenerme ocupado, hacer cosas. Y cuando vi que Bantayan podía ofrecerme algo más que cortos paseos por Kota Beach, empezó a gustarme. Aquellas nubes negras se habían ido del cielo el día anterior, y hoy lo habían hecho de mi mente.
Tras ver cómo el sol perdía fuerza en la playa de Santa Fe, en Bahay Kubo me encontré con Mari y Roberto, pareja chilena, Carolina y Andrés, uruguayos, y Bea, española. Si lo que faltaba tras mi «conciliación» con Bantayan eran nuevos amigos, ya los tenía.
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