«Siquijor no tiene playas bonitas»
La llaman «la isla embrujada». La temen. Buscaré esa magia mientras esté en ella…
Dónde dormir en Siquijor: alojamiento mochilero
El triciclo me dejó en Casa Miranda, mi alojamiento, ya de noche. Afortunadamente tenían camas libres de sobra y me adjudicaron una en uno de los dormitorios comunes, junto a una ventana que parecía sobresalir sobre el calmado mar. El lugar tenía una pinta fantástica, con una gran terraza sobre una playa bañada por la plácida marea.
Que la belleza de esta costa no pase desapercibida por estar cerca de «casa». Una línea kilométrica de palmeras delimita un mar de colores claros que llega tranquilo a tierra firme. No cubre más que por el tobillo, y a ciertas horas sobresalen sinuosos y brillantes bancos de arena.


Desde el agua dirijo la mirada hacia Casa Miranda. Es la primera vez que veo con claridad esta casa familiar, hogar temporal de incontables mochileros.
Tras disfrutar de uno de sus generosos desayunos, alquilé una de sus motos, rellené el depósito de gasolina en San Juan, y comencé a recorrer una carretera que no dejaba de invitarme a parar para contemplar el bello paisaje. De esa larga costa y sus aguas someras pronto pasé a terrenos interiores repletos de pastos verdes, pero la carretera, que llegado a un punto subía y bajaba generosas colinas, siempre estaba flanqueada por altos cocoteros.
Recorrido por las cascadas y playas de Siquijor
El punto más alejado al que llegué fue Salagdoong y su playa, rincón estrella para las familias filipinas. En su acceso, rodeado por un vistoso bosque que también es atractivo turístico, hay que pagar una tasa por visitante y por vehículo. Es un lugar enormemente modificado por la mano humana, ni de lejos entre las mejores playas de Siquijor, pero si me preguntáis… sí merece una visita.
Encontré un peñasco de roca con una vista fabulosa en el que podría disfrutar del entorno en soledad, y cuando me hube cansado regresé sobre mis pasos (o huellas de neumático) hacia el sur.
Abandoné la carretera principal en Tigbawan y seguí la pista que conducía hasta las archiconocidas Cambugahay Falls, unas bellísimas cascadas y sus lagos de color turquesa, amados entre locales y turistas para un refrescante baño.
Aquí, entre chapuzón y chapuzón, me encontré con Alba y Mireya, dos viajeras españolas a las que había conocido la noche anterior en Casa Miranda. Decidimos que, como teníamos planes similares, era una buena idea compartir el resto del día. Nuestra recién formada caravana motera de tres volvió a la carretera principal y, hacia el norte, comenzamos a buscar el acceso que conducía hacia otra de las playas de Siquijor: Kagusuan Beach. Los primeros intentos fueron infructuosos y acabamos varados en costas sin nombre. Lo bonito de perderse es que también se encuentran rincones magníficos.
Preguntando aquí y allá, abusando de los giros de 180 grados una y otra vez, acabamos en un pequeño aparcamiento de pago con un simpático guardia que, menos mal, nos indicó que habíamos llegado al destino deseado. Unas escaleras salvaban el terraplén hacia una tímida cala de aguas turquesas casi vacía. Kagusuan.
[Actualización 2019] Al parecer, Kagusuan es actualmente de propiedad privada y por el momento no se permite el acceso.


Kagusuan está dividida por peñascos que aportan una sensación de intimidad a cada zona de la playa. Entre uno y otro la duna de coral blanco despedazado desemboca en el cristalino mar.
Durante estos días en Siquijor en los que se aprovechaban las horas de luz para explorar la isla sin descanso, la vuelta a Casa Miranda coincidía con el ocaso y recorriendo la carretera hacia el Oeste el sol anarajado nos pegaba en la cara y complicaba la conducción. Los innumerables perros y gallos que repentinamente cruzaban la carretera no permitían bajar la guardia ni un sólo segundo.
Una mañana, resarcido con el Este, conduje hacia Poniente y giré pocos minutos después hacia la costa. Aparqué junto a un restaurante de madera y seguí a pie, atravesando una supuesta propiedad privada, hasta llegar a un arenal cubierto por elegantes palmeras. Era Paliton Beach, quizás la más bonita entre las playas de Siquijor.


Es un punto perfecto, también, para disfrutar de esos atardeceres que la isla de Negros anima con su montañosa silueta.
Un buen lugar para cenar en San Juan, Siquijor
Pero con la llegada de la noche Casa Miranda se convertía en el centro neurálgico de Siquijor y la comunidad viajera allí alojada se reunía en la terraza para socializar. Nos encantaba ir en grupo al restaurante improvisado que se montaba todas las tardes a 100 metros de Casa Miranda, entre la playa y la carretera, justo antes de cruzar el puente. Unas cuantas mesas alumbradas con velas, un pequeño puesto de comida y nada más. Insuperable.


«La isla embrujada»… Durante mis primeros días en Siquijor no vi magia alguna. A no ser… que la tuviera delante de mis narices todo el tiempo.
Diario anterior: De Bantayan a Siquijor por la jungla de cristal
Diario siguiente: Siquijor, la isla que me embrujó
No Hay Comentarios