Alojamiento en Yogyakarta y estragos del jet lag
Aún era noche cerrada y las calles estaban casi desiertas. Nos costó bastante ubicarnos, pero afortunadamente uno de mis puntos fuertes es la orientación. Siguiendo mi instinto acabamos cerca de la calle en la que estaba nuestro alojamiento de Yogyakarta, pero no había ninguna prisa, porque era demasiado pronto para hacer el check-in en cualquier hostal, así que fuimos con calma. La poca gente que había en las calles estaba sentada en los soportales de los edificios, posiblemente haciendo tiempo antes de rezar o tras el rezo. Unai vio a unos jugando al ajedrez y decidió echar una partida con ellos, que aceptaron amablemente.
Yo, la verdad, estaba muy cansado. El jet lag estaba a punto de atizarme y esa noche en el tren apenas había dormido una hora. Tenía ganas de llegar a un hostal, tirar la mochila y echarme en una cama.
Dónde dormir en Yogyakarta. Alojamiento barato
Ya en la calle que buscábamos, la Jl. Sosrowijayan, encontramos un hostal muy agradable que nos llamó la atención. Se trataba de Bladok Hotel. Tenía una recepción en una especie de porche abierto a la calle, y junto a él la zona restaurante con muchas mesas de madera. El interior era una especie de patio español (de corrala) con un bonito estanque en medio alrededor del cual se distribuían toda las habitaciones. Al final del pasillo había otro patio parecido pero en el que el centro era una generosa piscina. Nos pareció muy tranquilo y acogedor, además de barato, así que nos quedamos.
BLADOK HOTEL
Jl. Sosrowijayan, YogyakartaWifi en recepción y restaurante.
Piscina.
Baño asiático (agujero en vez de retrete).
Tuvimos que esperar a que amaneciera para poder entrar a la habitación, y cuando lo hicimos no tuvimos otra que tumbarnos un rato en la cama. Yo no quería dormirme, porque entonces dormiría 10 horas, y quería aprovechar ese día. El caso es que no hicimos mucho más que dar vueltas por las calles cercanas y comer. A la tarde queríamos ir a ver un espectáculo de danza al Kratón, la casa del sultán, pero yo no aguanté más y me quedé sobado en mi cama. A Unai creo que le pasó lo mismo, y nos despertamos cuando ya era la hora de cenar. Creo recordar que nos dio tiempo a dar una vuelta por el kraton al atardecer. Caímos en las garras de un señor que quería llevarnos a una extraña cafetería donde se vendía café Kopi Luwak (el café más caro del mundo), un tipo de café elaborado con los granos que han sido comidos y defecados por una civeta. Allí había una joven responsable del negocio muy maja, pero no estábamos interesados en comprar café, y mucho menos un café elaborado con la explotación de un pobre animal.
De vuelta en Malioboro me sentí algo mal, parecía un día desaprovechado, pero con el jet lag que teníamos creo que fue necesaria una jornada de descanso. Lo cierto es que fue un día la mar de raro. No sabía cuántas horas habían pasado, ni siquiera cuántos días llevábamos allí (aunque suene gracioso, parecían haber sido un par de días), si era de noche o de día… Vamos, un jet lag de libro.
Comer y cenar en Yogyakarta
Para comer o cenar no hace falta moverse de Sosrowijayan, así que creo que las noches allí las pasábamos por esa zona. Hay tanto puestos callejeros como locales más elaborados y enfocados al turista. La cerveza hecha en Indonesia, la Bintang, no pudo faltar en mi agenda (ni esa noche, ni muchas posteriores). Creo recordar que la cerveza no estaba especialmente barata, y que varía mucho dependiendo del lugar que la venda. Allí puedes elegir entre la botella que todos conocemos y la versión grande de 0,6 litros.
Mañana, a Borobudur.
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