Tailandia

La islas Phi Phi, esperado paraíso


El día que nos tocaba viajar hasta las islas Phi Phi era un gran día. Tenía entendido que las islas Phi Phi eran un paraíso plenamente apto para mochileros como para bolsillos pesados. Allí, en una de sus islas, en Phi Phi Leh, se encontraba la Playa que hace muchos años me inspiró viajar.
Lo primero que hicimos fue esperar en el hostal a que nos vinieran a buscar, ya que habiéndolo reservado todo con antelación les constaba a yo qué sé quién que debían recoger a dos personas cerca de nuestro hotel y llevarnos hasta el embarcadero. El Songtaew (una especie de furgoneta-autobús sin cristales) que vino a por nosotros estaba repleto de turistas con el mismo destino que nosotros.

Barco de Ao Nang a las islas Phi Phi

Una vez en el embarcadero de Ao Nang nos encaminaron a todos hasta el ferry que nos trasladaría hasta las islas. La organización turística del país nos dejó bastante sorprendidos.

Barco Ao Nang – Koh Phi Phi: 600 THB


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Antes de continuar hacia Phi Phi el barco hizo una parada en Railay para recoger algunos viajeros y pudimos tomar el sol y sacarnos fotos junto al precioso lugar que habíamos visitado el día anterior.



Ya el viaje en barco en sí es un regalo, más si lo disfrutas en la proa. La brisa te golpea en la cara y si las olas son suficientemente pronunciadas la espuma del mar te alcanza a refrescar. Las islas pasan a los lados y en el agua se adivina a ver algún pez y muchas medusas. En el horizonte se empieza a vislumbrar la silueta de una islas, es Phi Phi. Según nos vamos acercando se distinguen las palmeras, las cabañas y las aguas cristalinas. El barco debe rodear parte de la isla principal, Phi Phi Don, para llegar a la bahía que hace las veces de puerto.



Nada más entrar en el embarcadero (si no recuerdo mal) tuvimos que pagar unos cuantos bahts por la entrada y nos dieron un mapa de toda la isla en el que estaban incluidos todos los hostales, restaurantes y lugares relevantes. Encontramos la localización de nuestro hostal y allá que nos dirigimos.


La isla nos gustó bastante desde el primer momento. Aunque todas las calles de la pequeña isla están pensadas para el turista y hay poco clima «tailandés», es exclusivamente peatonal y para lo único que tienes que apartarte a veces es para dejar paso a las bicis de los locales. Gracias a esto paseas tranquilamente por ellas, mirando las tienditas, los clubes de buceo, las palmeras que por encima de las callejuelas salen hacia el cielo… Tiene su encanto.


Alojamiento asequible en Phi Phi Don

Nuestro hostal se llamaba PongPan House. Es de lo más sencillo que se puede encontrar pero para mí era perfecto, aunque ya más familiarizado con los precios del Sudeste Asiático veo la tarifa y me quedo estupefacto. Era bastante caro. Tenía aire acondicionado, estaba bastante limpio y muy cerca de la playa, a unos 100 metros andando. En la recepción había un ordenador y wifi. Lo que no tenía (ni este ni ningún hostal en el que estuvimos) era mosquiteras. Teníamos que atornillar las que llevamos nosotros al techo, haciendo el menor estropicio posible.

PongPang House (habitación doble): 840 THB

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Recuerdo con simpatía un lugar de masajes (y creo que algo más si soltabas la pasta…) al lado del hostal, en cuya entrada siempre había unas chicas sonrientes que decían «Thai massá» (thai massage) cada vez que pasábamos por allí.

La playa de Loh Dalum Bay

El caminito que llevaba hasta la playa era bastante encantador. Justo antes de introducirse en la arena y dejar ver la playa al completo había que pasar entre dos bonitos chiringuitos de bambú (cuyos cócteles probaríamos a la noche).


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Sobre la playa, Loh Dalum Bay, había zonas de ella que en aquel momento dejaban que desear, con tramos fanganosos en el agua, deshechos en la arena… Posiblemente por una pasada tormenta. Unos remolcadores con arena trabajaban -y esta fue nuestra hipótesis- en restablecer el arenal y el aspecto paradisíaco de la playa.



Poco rato después, tras algunos baños y algo de relax, una tormenta tropical al más puro estilo monzón del Índico se posó sobre la isla y descargó sobre nosotros todo el agua que puedo ver yo en un día lluvioso completo en Bilbao. ¡Qué barbaridad! Corriendo a resguardarnos debajo de alguna palmera. Por supuesto ni me plantee sacar la cámara así que os dejo un video similar para que os lo imaginéis:



Pronto las nubes negras pasaron y volvimos a ver el cielo azul, por lo que sólo quedó en anécdota y aquella noche fue magnífica. Después de ir a por algo de comer (unas pizzas que encontramos en un puesto callejero creo) estuvimos varias horas en los chiringuitos de la playa, bajo las luces de colores y al amparo de las antorchas. Tumbados en los «sofás» dispuestos por toda la arena con un cóctel en la mano, escuchando buena música (sorprendentemente buena) y mirando las nubes rojas que en el horizonte reflejaban la ya tenue marcha del sol. Aquello era verdaderamente el paraíso.



Aún recuerdo el leve olor a gasolina que desprendían las antorchas, el rico sabor del mojito, y estar escuchando «With or Without You» de U2 mientras intentaba interiorizar el momento, captar todas las sensaciones, guardar los cinco sentidos de aquel momento en mi memoria… la brisa del mar, el tacto de la arena polvo en mis pies, la temperatura perfecta, la satisfacción de estar al otro lado del mundo… al mismo tiempo que la bebida me subía a la cabeza y ésta se empezaba a balancear. Recuerdo haber querido sentir y aprovechar ese instante al 200%, y me alegro de haberlo hecho.


Cerca de nosotros innumerables tailandeses cogían sus malabares y jugaban con fuego ante los sorprendidos viajeros. ¡Hacen esto en casi todas las islas! Y es un espectáculo digno de ver.



Cuando saliera el sol nos tocaba madrugar e ir a visitar Maya Bay, o la famosa playa de la película La Playa, que se encuentra en la isla vecina de menor tamaño: Koh Phi Phi Leh.

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David

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