Koh Samui, la más desarrollada del Golfo
En Phi Phi quedaban muchos sitios que descubrir y cosas que hacer, pero para cuando nos quisimos dar cuenta ya debíamos partir hacia nuestro siguiente destino: las islas del Golfo, Koh Samui la primera. Así que desde Phi Phi fuimos en barco hasta el puerto de Krabi, donde a nosotros y otros mochileros con destino a las islas del Golfo nos esperaba una furgoneta (un songtaew). Esa furgoneta nos llevó hasta un sitio alejado de la mano de Dios donde todos tuvimos que esperar a que nos recogiera un autobús. Y ese autobús nos llevó hasta Don Sak, el embarcadero de Surat Thani que conecta con Koh Samui, Koh Phangan y Koh Tao. De nuevo aquí, organización turística de diez. ¡Quizás demasiado perfecta, no hay lugar para la aventura! 😉

El ferry en el que montamos en Don Sak era un ferry en toda regla, el típico que tiene lugar para coches, camionetas… ¡de todo! Sólo teníamos que subir por unas escaleras para llegar a la «zona habitable» por humanos. El barco era tan grande que apenas notábamos el oleaje y tuvimos que salir a la cubierta para cerciorarnos de que nos movíamos.
Me sorprendió que el agua del mar del Golfo era característicamente verdosa, y estaba bastante picada, con el aspecto de haber sufrido una tormenta hace bien poco.
El viaje no fue muy largo y pronto vimos con claridad las costas de Koh Samui.
Alojamiento económico en Chaweng, Koh Samui
Una vez en el embarcadero, buscamos la forma de que nos llevaran al otro lado de la isla, a Chaweng. Chaweng y Lamai son las dos zonas más masificadas de Samui. Definiría a Chaweng como el pequeño Bangkok de Koh Samui. Había otras opciones de alojamiento barato al norte de la isla y demás… pero siendo Chaweng el centro neurálgico nos era más conveniente estar ahí para tener una buena comunicación con todo lo que querríamos ver y visitar. Además, al no estar en temporada alta, no había grandes masas de turistas.
Encontramos a un hombre que disponía de una furgoneta (de estas rancheras estadounidenses… con olor a nueva y muy cómoda) y junto a dos mochileros extranjeros (me suena que eran europeos, no estoy seguro ahora) nos llevó, a modo de taxi, primero hasta Lamai (donde la pareja se bajó) y después hasta la puerta de nuestro hostal en Chaweng, el Z Hotel.

Todo estaba muy limpio, el baño era grande y tenía un estilo rústico con bambús y azulejos negros; había buena presentación (las toallitas en forma de florecitas) y se encontraba en una calle con restaurantes y tiendas a la vez que estaba a escasos 50 metros de la playa. También tenía su propio café con servicio de desayuno.
La noche se nos echó encima y después de cenar en un restaurante junto al hostal fuimos a explorar la zona. Empezamos por la playa. La oscuridad no dejaba contemplarla en todo su esplendor pero gracias a las luces de los pubs y chiringuitos y de algunos resorts ya se distinguía una playa con forma de luna menguante, muy larga. El mar estaba como un plato (no llegamos a ver olas en Chaweng en toda nuestra estancia) En el horizonte se apreciaba una tormenta eléctrica y unos pocos viajeros lanzaban sus farolillos de papel flotantes.
Los resorts mencionados ocupaban casi toda la primera línea de playa. Mientras paseábamos y la arena polvo acariciaba nuestros pies, algunos turistas cenaban o tomaban algo en las lujosas terrazas de estos hoteles. Recuerdo que la arena de la playa estaba fresca, y era un gustazo sentir ese frescor en las extremidades. Al no haber olas, era curioso el silencio que se producía.
Tras cansarnos de playa nocturna decidimos dar una vuelta por la calle principal perpendicular a nuestro hostal, y ver qué había un poco más allá. Descubrimos tienditas de souvenirs, las impresionantes entradas de más resorts, un McDonalds, algún que otro restaurante… En algunos te mostraban el pescado fresco que ofrecían.
Ya en nuestra habitación oímos que tiraban cohetes desde la playa. Nos asomamos a la ventana y ahí estaban, fuegos artificiales para celebrar dios sabe qué. Nos recordó a nuestras fiestas de Bilbao. En fin, era hora de irse a la cama.
Antes de recorrer la isla, quisimos ver qué aspecto tenía la playa de Chaweng por el día. Es la típica playa turística con sombrillas y hamacas. Por suerte estaba bastante tranquila, tanto fuera como dentro del agua, y el mar seguía como un plato. Ya tendríamos tiempo a la tarde para bañarnos en ella, ahora había que moverse.
Excursión en moto por Koh Samui
Nuestro plan principal era visitar las selvas del interior de la isla, en las que podríamos hacer un poco de senderismo y ver algunas cascadas. El mejor método para ir allí era la moto, y acudimos a nuestro propio hotel para el alquiler. Nos dejaron elegir y cuando comprobamos que todo estaba en buen estado soltamos la pasta. Tendríamos un par de días para disfrutar de este pequeño transporte privado, así que de lujo.
Aun así, hay que tener cuidado con este tema, porque por el estado de las carreteras o por otros motivos, se producen muchos accidentes y hay veces que incluso muere gente. No hay que tomárselo a la ligera. Hay que pedir un casco (en muchos sitios si no lo pides no te lo dan), y conducir con mucha precaución. Además, si le haces algún rasguño a la moto, tú pagas los gastos (bastante inflados). Conviene estar atentos a las posibles estafas, ya que a veces te adjudican un daño que tú no has producido. Si hay que sacarle fotos a la moto antes, se le sacan.
La carretera principal de Koh Samui es básicamente una que rodea toda la isla, y en un tramo la atraviesa por el interior. No tiene mayor secreto. Así que sólo teníamos que seguirla desde Chaweng, hacia el sur, pasando por Lamai, hasta las cascadas de Namuang (Namuang Waterfalls) que están señalizadas desde cualquier punto de la isla. Primero pararíamos en unas, y después en otras. En las dos, había disponibles -malditos- trekkings con elefantes.
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En el primer desvío, para visitar la Namuang Waterfall 1, había una pequeña oficina. Allí intentaron hacernos creer que si no contratábamos un paseo en elefante no podríamos continuar. ¡Menudos sacacuartos! Tal vez eso funcione con un guiri australiano pero conmigo no. Ni caso y palante. Después de una carretera sinuosa había un parking libre, y decidimos seguir a pie desde allí. Nada más empezar a andar nos encontramos con la entrada a un -maldito- zoo y con el lugar desde el cual comenzaban los paseos en elefante. Allí había varios de estos magestuosos animales, encadenados, esclavos, incluyendo una pequeña cría preciosa.
La utilización de animales para el entretenimiento turístico es algo que aborrezco. En Tailandia, y en casi todo el Sudeste Asiático, se tortura y esclaviza a animales para ponerlos al servicio del capricho turístico. Hay muy pocos lugares, como el Elephant Nature Park de Chiang Mai, que son santuarios reales de rescate y acogida. Todos los demás, incluso muchos que parecen santuarios para limpiar su imagen, son negocios interesados en el dinero y despreocupados por los derechos animales. No paguéis por ese tipo de negocios si veis cadenas, o si los cuidadores llevan pinchos, o si se suben encima de ellos… o simplemente si no sabéis qué pasa cuando no hay turistas delante. Consultad en FAADA Turismo Responsable, o incluso a mí (que he leído mucho sobre el tema).
Nos limitamos a pagar 5 bahts a una señora que vendía plátanos para poder darles unos pocos a estos pobres animales.
Por favor, recuerda no participar en actividades turísticas que involucren animales.
Comenzamos una pequeña ascensión en medio del asfixiante calor tropical. No tardamos mucho en ver una de las cascadas en medio de toda la flora selvática.
El sendero que se adentraba en la selva estaba «asfaltado» con cañas de bambú o de una planta similar que crujían bajo nuestro pies. A mí no me hubiera importado cruzar riachuelos y esquivar piedras, pero la verdad es que con unas chanclas la cosa se agradecía.
Pronto llegamos a la base de la cascada y sólo tuvimos que subir un poco más para alcanzar el tramo más espectacular. Aunque no caía todo el agua que en otras épocas puede caer, el lugar era precioso y muy fotogénico.
Yo lo tenía claro, buscaríamos alguna pequeña laguna para darme un baño, y si no… con un charco me conformaba. Así pues comenzamos el descenso y nos detuvimos de nuevo en la base de la cascada. Allí había un pequeño laguito, perfecto para refrescarse un poco. ¡Al agua!
Antes de llegar al parking nos encontramos con más fauna, pero de nuevo encadenada. A pesar de las insistencias de sus «cuidadores», no quisimos pagar ni un céntimo por participar en su cautiverio, ni si quiera cuando nos decían que nos dejaban sacarnos fotos gratis con ellos. «Thank you, but no thank you».
De vuelta a la carretera para llegar al siguiente desvío, la Namuang Waterfall 2.
Allí nos cobraron algunos bahts por aparcar (si no recuerdo mal), y fuimos un poco tontos porque pudimos haber aparcado en otra parte…
Esta segunda cascada estaba mucho más cerca de la carretera. Apenas había que andar para llegar hasta ella. De nuevo aquí no abundaba el agua (porque nos encontrábamos en el final de la temporada seca) pero el lugar seguía siendo muy bonito. Llamaban mucho la atención los colores incandescentes que tenía la roca pulida por el agua. Con el reflejo del día parecían brillar con luz propia.
Antes de irnos me senté en una roca elevada en frente de la cascada y traté de escuchar y observar la jungla que nos rodeaba. Los sonidos eran muy intensos y continuados, de innumerables insectos y animales desconocidos. Mirando hacia el cielo me percaté de que nos sobrevolaban mariposas y libélulas de gran tamaño, que bien podían ser confundidas con pájaros.
Junto al parking compramos alguna pieza de fruta para degustar al momento, y nos pusimos en marcha de vuelta a la costa. Esta vez me fijé con más detenimiento en la zona de Lamai, para ver cómo era ese segundo reducto turístico de Koh Samui. No aprecié nada en particular más que palmeras y otras playas, así que no nos paramos allí. Decidimos hacer una pequeña pausa en una especie de cabo con un mirador desde el que se veía toda la bahía de Chaweng. El mar, oooootra vez, como un plato.
Atardecer en la playa de Chaweng
En Koh Samui había muchas cosas más que visitar. Más cascadas, algún buda gigante, viewpoints en las montañas, playas inhabitadas… La isla tiene una oferta para varios días, pero nosotros no teníamos mucho tiempo. Ese día, además de que ya era tarde, tuvimos que subsanar el pinchazo de una rueda (que por cierto un amabilisimo local nos hinchó gratis) y queríamos darnos un bañito en las tranquilas aguas de Chaweng.
No diré que fue lo mejor del día, porque vimos cosas muy interesantes y Samui tiene su encanto en cada rincón, pero sí que fue algo curiosamente especial… el baño en Chaweng. Más que en el mar, parecía que estaba en la bañera de mi casa. El agua a una temperatura muy alta, y sin una ola (ni siquiera ondulación) que hiciera ruido en la orilla. No me metí más allá de donde me cubriera por la rodilla porque tardaba mucho en cubrir y porque no era necesario. Me tumbé flotando, mirando al nuboso cielo y sentí el más puro relax.
Al cabo de un rato noté un cosquilleo en las extremidades y miré a través del agua transparente. Eran pequeños pececitos de colores mordisqueandome los dedos en busca de alimento. Parece que no encontraron nada porque al cabo de un rato no volvieron a hacerlo, pero cada vez que golpeaba el fondo arenoso volvían reboloteados para comprobar si había algo de comer, y daban vueltas ansiosos bajo mis manos. Una y otra vez, toquecitos al fondo y venían a mí. ¡Muy curioso!
El día siguiente lo aprovecharíamos para hacer una excursión al Parque Nacional Marino de Ang Thong. Contratar un tour turístico es la única forma de llegar hasta allí ya que es un lugar protegido. Por suerte desde nuestro propio hotel nos daban la opción de contratarlo. El tour incluiría la ascensión a un viewpoint en una de las islas, un aperitivo en el barco, la comida, y un par de horas para elegir entre snorkel y kayak. Todo por 1.300 bahts. No es el presupuesto de ensueño para un mochilero, pero siendo la única manera de ir hasta allí y creyendo que la inversión merecería la pena, no nos lo pensamos.
Nos pasarían a buscar alrededor de las 7:30 de la mañana. A por algo de cenar y ¡a la cama!
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