La vida en El Nido y el mejor atardecer de la historia
Filipinas se desplegaba ante nosotros con una variedad de colores impresionantes, y todavía estaba por desvelarnos sus mejores galas: las de un atardecer en El Nido.
Dónde dormir en El Nido: alojamiento en Corong Corong
Neda y yo volvimos a cambiar de alojamiento. Conseguimos que nos trasladaran a un bungalow del contiguo Dreamland. Algo más caro, pero que consiguió cumplir mi capricho de alojarme en un bungalow frente a la playa.
Aquella noche había comenzado a sentirme mal. Ganas de ir al baño, retortijones, sudores fríos… Los huesos me empezaban a doler, señal de posible fiebre.
La espera por que nos limpiaran la cabaña se me hizo eterna. Sólo quería asentarme y tener un retrete para mí solo. La cosa pintaba mal.
Sin saber todavía la que se me venía encima, pensaba que Corong Corong y aquella cabaña eran un buen lugar para pasar por la enfermedad y reponerse. La tranquilidad que allí se respiraba me ayudaría. Teníamos el mercado cerca, con todo tipo de comida fresca y barata…


…La vida local se desarrollaba como si Bacuit no estuviera a punto de convertirse en el centro del turismo en Asia…
…Y siempre tendríamos la oportunidad de pasear por la playa a la sombra de los cocoteros, contestar con una sonrisa a miradas tímidas, conocer a gente nueva, mantener imprevisibles conversaciones y descubrir fascinantes historias…
…Como la del artista que vivió en Italia y ahora pinta su barco en una dorada playa de Filipinas…
…O las de los niños cuya única luz en la noche era la que desprendían las llamas de una hoguera.


Oportunidad… de mirar arriba y ver las estrellas tras la silueta de una palmera.
Era un buen lugar para ponerse enfermo, descansar y recuperar fuerzas. Pero la realidad suele ser más enrevesada que como uno la imagina. Mi mayor temor se hizo realidad: llegó la diarrea. Y cuando ya no me quedó nada en el estómago, empecé a perder líquidos. La fiebre aumentó.
Visita a la playa de Las Cabañas
Le dije a Neda: «Pues dieta. Y a evitar hacer esfuerzos.» No quería perder ni un sólo momento en aquel lugar, así que le propuse un plan a la medida de mi estado (o casi). Ir en triciclo hasta la playa de Las Cabañas, beber algo fresco y esperar al famoso atardecer de El Nido. La playa en sí me decepcionó, quizás por las expectativas creadas y quizás porque mi creciente debilidad febril no ayudaba a percibir lo contrario.
Triciclo de Corong Corong a Las Cabañas: 80 PHP
Se puede regatear un poco hasta dar con el precio justo
Pasaron un par de nubarrones con alguna que otra gota y, aunque temí que el tiempo nos chafara el atardecer, tuve fe en el horizonte. Caminé convaleciente hacia el extremo de la playa, allá donde abruma una preciosa panorámica de Bacuit y las palmeras se inclinan jugando con la gravedad. El paisaje era precioso pero mi cuerpo no daba de más. Me senté en una roca y esperé.
Y allí al fondo, perfilado por las islas de la bahía, el sol se coló entre el techo de nubes y comenzó a pintar el paisaje de colores. Miré a Neda satisfecho, sabía que ella también lo pensaba, que había merecido la pena.


Decían que aquí están los mejores atardeceres del mundo. Ahora también lo digo yo. El atardecer en El Nido estuvo a la altura de las expectativas y las sobrepasó.
De noche, volvimos a Corong Corong tras encontrar un conductor de triciclo que nos ofreció el precio justo, y al llegar corrí al baño a compensar todo lo que había aguantado en las últimas horas. Aquello no era bonito. Múltiples viajes entre la cama y el baño me demostraron que cada vez me resultaba más difícil siquiera ponerme de pies. Neda intentó cuidar de mí, comprando arroz blanco, instándome a que comiera plátano… pero dio igual.
Una de las tantas veces que me levanté del retrete, mientras volvía a la cama, mi visión comenzó a fundirse a negro, mi sentido del equilibrio desapareció, acerté a decir «Neda, hay que llamar a un médico—«. Lo último que recuerdo fue su cara asustada. Después perdí el conocimiento.
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