Reflexiones

PHI PHI: cómo se destruyó la isla más bonita del mundo



La brisa agita suavemente las hojas de palmera que bloquean el sol. Es el techo de un bosque de cientos, miles de cocoteros cuyo final la vista no alcanza, y bajo los que se camina sobre una suave y fresca arena que desemboca en dos costas enfrentadas con forma de media luna. No se oye más. Quizás el repentino sonido seco de un coco impactando contra el suelo, o el murmullo de un océano que, varios metros más allá, llega calmado y reluciente a la orilla. Deslumbra visto desde la sombra.


Sólo unas pequeñas edificaciones interrumpen este desfile de naturaleza tropical, unas cuantas cabañas humildes para turistas alineadas frente al mar, al amparo de las palmeras. Dormir aquí cuesta unos 50 bahts la noche. Tienen cuatro paredes de nipa y un tejado de hojas secas, y un pequeño balconcito desde el que se observa el mar turquesa, cuyo poderío llega anulado por las intactas barreras de fértil coral que rodean la isla.


En la bahía más accesible a los barcos de gran calado, Tonsai, hay unos cuantos veleros fondeados. Quizás sean de occidentales adinerados a los que atravesar los mares les permite encontrar lugares así, mucho antes de que nadie más los conozca. De todas formas, para llegar a las playas de aguas poco profundas, las más bellas, necesitan los servicios de los longtail boats, los cuales empiezan a proliferar como vehículo turístico a manos de antiguos pescadores que intuyen la futura deriva de la isla. Pescar para sobrevivir puede que sea pronto cosa del pasado.


Los comienzos de Koh Phi Phi Don

Phi Phi Don llevaba habitada, se calcula, desde los años 50, cuando un grupo de pescadores musulmanes se asentó en la isla. Otros locales encontraron en el curioso istmo de Phi Phi un perfecto lugar para la producción de cocos. No fue hasta la década de los 70 cuando los primeros visitantes extranjeros comenzaron a llegar, y entonces aparecieron, aquí y allá, los primeros alojamientos.



El paraíso había sido encontrado. Raro era escuchar la voz de otra persona durante la estancia aquí, aunque fuera fácil cruzarse con otros extranjeros en el palmeral, divisarlos al otro extremo de la playa, o verlos descansando en el bungalow de al lado. Phi Phi vivía sumida en la calma…



… Ella y sus preciosas islas vecinas, que también se desvelaban como una fuente de ingresos para los pescadores, cuyos longtail boats eran la única forma de transporte para los turistas.



Demasiado perfecto era este paraíso como para que fuera un secreto tan bien guardado, deleite de tan pocos. Tailandia comenzaba entonces a sonar por todo el mundo como deseado destino vacacional. Hollywood encontraba en el país un fantástico plató gigante para numerosas producciones, y por éste y otros medios su magia exótica hacía su entrada en la cultura popular.



El ritmo de la isla se mantuvo bastante intacto hasta entrados los años 90, con el estreno de un par de bares y restaurantes que introducían poco a poco tanto la comida como el ocio occidental. Aun así, la mayoría de visitantes volvía por la tarde a Phuket o Krabi, y el resto del tiempo Phi Phi continuaba casi tan desierta como antaño.


La explosión: el turismo de masas y el tsunami

Algunos complejos hoteleros de mayor envergadura ya habían comenzado a clarear sus pequeñas parcelas de terreno a mediados de los 90. Al final de la década, desde el aire, el palmeral cedía espacio a los tejados y las superficies de hormigón. Phi Phi Don daba las primeras señales de un «desarrollo» que no entendía de adaptación estética o sensibilidad medioambiental. La demanda crecía y era importante responder a ella, fuese como fuese.



En esos últimos años del siglo llegaron Danny Boyle y The Beach. Yo soy de los que cree que la película no fue tan culpable como dicen de la destrucción que vino después. Phi Phi estaba condenada desde el momento en que nació y, tardando más o menos, iba a acabar así con DiCaprio o sin él. La realidad, más allá de la película, es que el inicio del siglo XXI supuso una bomba de turismo, y Tailandia no estaba preparada para responder ante ella con sostenibilidad.



El hormigón se multiplicó, la arena dio paso a calles asfaltadas, se sustituyó el muelle de madera por algo más parecido a un puerto, los barcos se hicieron más grandes, más potentes. El rico fondo marino, ese coral que en el pasado paró las olas, no pudo soportar el impacto -ni la dinamita-. La población superó las capacidades de la isla y, aunque las autoridades iniciaron planes de gestión de residuos, muchos hoteles y restaurantes optaron por lo más barato: echar la mierda al mar.



Y entonces, como una cruel ironía, como si el destino supiera que éste era un paraíso perdido, llegó el tsunami. Quién iba a pensar que un lugar que fue tan bello y tranquilo sería testigo de tanto horror y muerte.



Un romántico podría pensar que ésta fue una oportunidad para hacer las cosas bien, un nuevo inicio, pero la ola también barrió lo poco auténtico que quedaba de Phi Phi. Con terrenos despejados, y especulación de por medio, las pocas palmeras que quedaban ya no eran excusa para no seguir edificando, y lo que un día fue fina arena bajo la sombra de cocoteros, ahora es una ciudad gris en medio del mar.


El futuro del planeta ante el turismo de masas

Lo que ha ocurrido en Phi Phi ha pasado por todo el mundo. Phi Phi solamente es un ejemplo, quizás uno de los más viscerales, de lo que un turismo sin control puede llegar a hacer. Se puede pensar que yo y todos los que viajamos tenemos la culpa de ello, y bueno… no es falso, pero la responsabilidad final siempre residirá en los gobiernos e instituciones locales. Ellos son los que tienen la capacidad de decidir cómo se gestiona el potencial turístico de un lugar, qué tipo de turismo se va a impulsar, y en definitiva en qué se va a convertir ese lugar. El turismo, a la par que la población humana, seguirá aumentando, y habrá que encontrar maneras para que no arrase con todo.


En un movimiento valiente por parte del gobierno tailandés, Maya Bay fue cerrada al turismo de forma indefinida en 2018. Por primera vez, Tailandia parecía poner su patrimonio natural por encima de su economía. Ojalá hubiera una solución similar para devolver Phi Phi Don a su estado original, pero me temo que ese paraíso se ha perdido para siempre.


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