Atitlán: El lago más bonito del mundo
Tras nuestra estancia en Xela, nos íbamos a pegar un gustazo en uno de los lugares más visitados y más bonitos de Guatemala: el lago Atitlán. He titulado esta parte del diario como «el lago más bonito del mundo»… bueno, no digo que lo sea, pero en el momento de verlo a mí me lo pareció. De todas formas no son pocos los que dicen que es uno de los lagos más bonitos del planeta, y uno de los mejores rincones de América Central (y de toda América).
Panajachel, a orillas del lago Atitlán
Nuestro «campo base» sería la localidad de Panajachel, un pueblo a orillas del lago, centro turístico del lugar. Pana no se encuentra demasiado lejos de Quetzaltenango, por lo que el viaje no llega a hacerse pesado, pero en Guatemala todas las distancias parecen un poco más extensas debido al estado de ciertas carreteras y a lo sinuoso del trayecto (quienes se mareen con facilidad en el coche, que se lleven un remedio medicinal a Guate). Así que partimos prontito de nuestro hostal en Xela y pusimos rumbo a Pana.
A Panajachel se accede por el municipio de Sololá, justo antes de bajar vertiginosamente hasta las orillas del lago, las cuales se encuentran varios cientos de metros por debajo de la cadena montañosa en la que se encuentran Sololá y las poblaciones previas. Para que me entendáis, Atitlán es un gran «hoyo» rodeado por sierras y volcanes. Aunque sea un lugar de tanto paso turístico, en Pana, y sobre todo en Sololá, la vida indígena del Altiplano se ve totalmente reflejada. Mercados callejeros, vestimentas típicas, dialectos amerindios… En ningún lugar del Altiplano se pierde autenticidad cultural, y la verdad es que eso es un gustazo para disfrutar del país.
La carretera que baja hacia Pana puede llegar a dar cierto vértigo… Vértigo del malo, por el barranco a través del cual se dibuja la carretera, o vértigo del bueno, porque tienes las primeras vistas panorámicas del impresionante lago.
Puede que el contraste entre nuestro país y una primera impresión de Guate en Panajachel causara otra sensación, pero la verdad es que sumergirse en el leve ajetreo de Pana después de haber vivido el casi claustrofóbico desorden de Xela o Chimaltenango, es como adentrarse en un paraíso de relax y buenas vibraciones. Todo tiene un aire más hippie, más distendido, más tropical y tranquilo. No quisiera pensar que esto ha sido moldeado de esta forma por el propio turismo extranjero, y que lo que se vive en Pana es algo más artificial que la verdadera experiencia guatemalteca, pero seguramente sea así. De todas formas, nosotros tuvimos nuestras dosis extremas de realidad en Guatemala, así que desconectar un poco no es pecado.
Alojamiento en Panajachel
El hotel, Hotel Dos Mundos, en la calle Santander, fue una sorpresa total. Nos habían comentado que en detrimento de uno en particular (por estar lleno) íbamos a otro que tampoco estaba mal… y nos dimos de bruces con algo que superaba nuestras expectativas. Será que soy poco exigente o que soy fácilmente impresionable, pero aquello me pareció un lujazo muy por encima de lo que yo podría pedir. Mis compañeros podrían daros otra opinión distinta así que aprovechemos para preguntarles:
Cris: «Relajante, tranquilo, genial»
Asier: «Un tranquilo rincón tropical en medio de las transcurridas calles de Pana»
Maite: «El hotel que mas bonito me pareció, ya que salías fuera y había jardincito. Y eso hacía que pareciese más tropical comparado con los de Antigua»
Parece que no me equivoco…
Al entrar en el recinto del hotel daba la sensación de haberte teletransportado a algún lugar de Cancún o Punta Cana. Las habitaciones eran pequeñas casitas adosadas frente a cuyos porches había jardines con bambú, palmeras y otras plantas exóticas, además de la piscina y sus hamacas. Los caminitos entre un punto y otro del hotel se abrían paso entre la vegetación, y del ajetreo de Pana no se escuchada ni un decibelio. Las habitaciones estaban amuebladas en madera, dejando verse las barnizadas vigas, con un baño bastante espacioso (una ducha de formato «lluvia») y muy limpio. «¿Y ya está?» podríais decir… Y tanto, esto es mucho más de lo que yo considero lujo. Ahora… ¿precio? Unos 50 dólares una habitación doble la noche. Puede que si vas con un presupuesto mochilero necesites buscar algo más barato… Pero si tu presupuesto es más holgado, creo que dos o tres noches aquí lo merecen.
Atardecer en el impresionante lago Atitlán
Una vez acomodados, salimos a conocer el entorno y, intentando evitar la tentación de tantos puestos callejeros y tantas cositas monas, fuimos derechos al embarcadero. Sales a él a través de una calle estrecha que te oculta la visión del paisaje hasta que dejas atrás los árboles que la cubren (lo mismo me pasó en Maya Bay, Tailandia… curioso). Y lo que te encuentras te deja con la boca abierta. Un enorme lago flanqueado en el horizonte por tres gigantes volcanes de más de 3.000 msnm. No sabes a dónde mirar. Lo habías visto en fotos pero la magnitud de aquello te supera por completo. Además, nosotros llegamos al atardecer. Una luz rojiza dibujaba la silueta de los volcanes y el agua estaba rizada por el cálido viento del Xocomil (que comienza a darse casi siempre al mediodía). No despegaba la cara de la cámara de fotos, y de repente me dije: «Dabid, disfrútalo sin ningún cristal de por medio». Así que bajé la cámara y me detuve a observar la majestuosidad de Atitlán y a disfrutar del momento (también ayudó que la batería se agotase…)
Los tres volcanes visibles son: Atitlán (3.537 msnm), Tolimán (3158 msnm) y San Pedro (3.020 msnm). El lago se encuentra a una altitud de 1.560 metros, por lo que entre éste y el volcán Atitlán hay un desnivel de 2.000 metros brutos, ¡imaginároslo!
Ya cuando oscurecía, tomamos el camino por la orilla y fuimos a tomar algo a algún bar con encanto. Nos detuvimos en uno de esos que asomaban sobre el lago con sus estructuras de madera y caña. Y a la vuelta nos topamos con un grupo de músicos locales que tocaban frente a un corro de niños, únicamente alumbrados por la luz de una hoguera.
Algo me decía que nuestra estancia en Pana iba a ser memorable.
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