GOLFO DE TAILANDIA 2012
Diario exhaustivo y personal de mi viaje
GOLFO DE TAILANDIA 2012
Diario exhaustivo y personal de mi viaje
Diario exhaustivo y personal de mi viaje
ÍNDICE (clickea para ir directamente) Bangkok
Krabi - Ao Nang - Railay
Phi Phi
Koh Samui - Ang Thong
Koh Phangan
Koh Tao
Vuelta a casa
Hace ya varios años que vi la película La Playa, y aquel fue mi primer contacto con la figura icónica viajera y mochilera que significa Tailandia. Era un terreno extraño, misterioso y arriesgado para mí. Un país, otra cultura, otro mundo al otro lado del planeta, algo totalmente desconocido. Quién me iba a decir que a comienzos de 2012, por mi propia cuenta, organizaría un viaje en solitario al País de la Sonrisa.
Sin la ayuda de Internet o de la guía Lonely Planet no hubiera sido nada fácil acometer esta aventura, y probablemente no lo hubiera conseguido. Así pues, con todas las herramientas necesarias me puse manos a la obra para planear mi viaje a Tailandia. Entre épocas de clase y exámenes, tenía una ventana de 4 semanas aprox. para visitar aquella zona del Sureste Asiático. Al final, mi prioridad fue visitar el Golfo de Tailandia, y empaparme de islas y playas como hace varios años vi a Leonardo DiCaprio hacer. El maravilloso norte del país que me muero por conocer lo dejaría para un próximo (y espero que temprano) regreso.
Con un tiempo límite, y bastante breve, no tenía opción a la improvisación, y aunque no deseaba un viaje muy "teledirigido" tuve que planear cada día, cada lugar que quería visitar, cada transporte... todo desde aquí, porque debía aprovechar hasta el último segundo de tres escasas semanas. Planearlo, que no organizarlo, ya que eso lo hice al llegar a Bangkok.

Así pues, sólo quedaba comprar un billete de avión y llegar a Bangkok. Antes de eso, comuniqué a mi familia -la verdad es que orgulloso de mí mismo- mis repentinos planes. Mi primo se apuntó a última hora, y a mi madre le alivió la vida saber que finalmente no iba solo.
BANGKOK
El 7 de Mayo tomamos un avión en el aeropuerto de Loiu que nos dejaría un par de horas en el Charles de Gaulle de Paris antes de comenzar un viaje de 12 horas aéreas hasta la capital Thai.

Llegamos a Bangkok, la Puerta del Sudeste Asiático, y tras hacer los trámites burocráticos y descubrir cómo salir del aeropuerto (se veía que éramos novatos), el calor tropical de Tailandia nos da de lleno y nos encontramos con una ciudad enorme, hasta cierto punto caótica, y muy sensorial. Utilizamos el tren elevado (el BTS SkyTrain) para ir desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, y nada más bajarnos un falso agente de turismo (o no sé qué decía ser...) nos intenta convencer de que le acompañemos a un lugar para reservar billetes de tren y hostales, porque es época vacacional para la gente Thai y todo estará abarrotado, sobre todo los trenes. Sabía que había farsantes que intentarían aprovecharse de nosotros, pero había algo en esas palabras que podría ser verdad. Al fin y al cabo, teníamos pensado coger un tren pocos días después, así que probamos suerte y fuimos con él a una agencia turística llamada Internal Box Office. Yo era escéptico, pero siempre podría decir "no". Este pequeño trayecto fue nuestro primer viaje en Tuk Tuk.

En esta agencia me aseguré de si podríamos fiarnos. "Somos parte de la Universidad de Bangkok" nos decía el joven que nos atendió, "No somos timadores, todo esto es legal y lícito". Para convencerme me dio un número de teléfono, un número de oficina y su nombre. Los guiris entraban y salían del lugar, así que me arriesgué. Cuando vi que para los billetes de tren hacía varias llamadas buscando camas nocturnas libres, que se esmeraba en su cometido, y que me mostraba los billetes y me explicaba qué los hacía verdaderos acabó por ganarse mi confianza. Le pedí que nos reservara todo lo que nos fuera a ser imprescindible en nuestro viaje y lo hizo en base al itinerario que yo había hecho en Bilbao. El chaval, muy amable, me aconsejó cambios y acortar ciertas visitas para poder tener tiempo para las demás cosas. La verdad es que fue una genial ayuda. Lo que sí es cierto, es que más tarde nos enteraríamos de que nos cobraron unas leves comisiones y que de haberlo hecho por nuestra cuenta paso a paso nos habría salido algo más barato. Pero esto es algo positivo, es algo que se aprende para la próxima vez, y aun así -según nos dijeron luego también- no nos salió en absoluto mal la jugada, ya que era un precio barato y contábamos con la seguridad de tenerlo todo reservado en nuestro primer gran viaje. Pero sí, tengo mucho que aprender del modo de viaje mochilero.

Cuando salimos de allí, incluso nos ofreció un Tuk Tuk para llegar hasta nuestro hostal en Bangkok, el que yo había reservado desde Bilbao: NapPark Hostel. Se encontraba en Tani Road, una calle paralela -mucho más tranquila- a la archiconocida Khao San Road, el centro mochilero de Bangkok. Sin duda este hostal fue una grata sorpresa. Limpio (había que andar descalzo y no se me ensuciaban los pies, así que imaginaos), con muy buena gente, en un ambiente genial, y moderno pero con espíritu tailandés. Abajo tenía una sala común con cojines y colchonetas, donde se podía ver la tele o andar en el ordenador. Todos teníamos unas pulseras electrónicas, y para entrar en las habitaciones había que pasarlas por un sensor para que se abriera la puerta. Dentro estaban las camas con sus persianas separadoras, sus luces y enchufes individuales... las taquillas con candado... Genial.

Allí hice muchos amigos de otros países, con los que -gracias a las nuevas tecnologías- sigo manteniendo el contacto.
A parte del maravilloso tiempo que tuvimos en el NapPark Hostel, teníamos unos días para disfrutar de Bangkok. "Disfrutarlo" entre comillas, porque aunque es una ciudad que engancha, yo no soy nada urbanita y el caos de las ciudades me agobia. Además, el calor de la época en la que hicimos nuestro viaje no facilitaba las cosas. Lo primero que me viene a la cabeza cuando recuerdo Bangkok -a parte del calor- es el olor. Olor a especias y a salsas exóticas que allí puede asustar en un primer contacto, pero que luego se recuerda con mucho cariño.
Esos días aprovechamos para dar vueltas por la parte antigua de la ciudad, pagar una cara excursión por el río hacia los barrios del extrarradio, conocer el Wat Arun, ver desde fuera el Gran Palacio, entrar a ver el Buda Reclinado y los templos que le rodean...
Una travesía muy light por el "viejo Bangkok", pero muy satisfactoria.
En nuestra visita al Wat Arun nos encontramos con cuatro vascos que habíamos conocido en el aeropuerto de Loiu y que hicieron todo el viaje paralelamente a nosotros. ¡El mundo es un pañuelo! Hablamos un buen rato y quedamos con volver a vernos cerca del barrio chino al anochecer... pero no les volvimos a ver, creo que llevaban "un espíritu viajero diferente".



Tuvimos nuestras primeras experiencias con el regateo para comprar algún que otro souvenir para la familia, y comprobamos que esto y comer en las calles de esta curiosa ciudad es muy muy barato. No pudimos dejar de probar el famoso y rico Pad Thai, aunque no negaré que visitamos una vez el McDonalds de Khao San... Buscamos bichos crujientes con la mirada pero no encontramos ningún puesto de ellos. Otra experiencia más para la próxima vez que visite Tailandia.

Hecho de menos especialmente las noches de Bangkok. Antes de volver al hostal a dormir, se podía disfrutar de una temperatura extraordinaria en la calle. Algunas calles se adornaban de lucecitas alegres y los restaurantes se llenaban de comensales. Se estaba a gusto, muy a gusto. Una de las noches fuimos a cenar con Mieke, holandesa, y Manuel, alemán. Dos grandes amigos. Conversamos de muchas cosas y tras acabarnos los platos y descansar un poco el estómago aprovechamos para ir a hacernos un masaje de pies/piernas. Realmente satisfactorio. Tumbados en hamacas casi en medio de la calle -a ojos de todos los que pasaban- cuatro tailandeses (un par de chicas y un par de chicos si no recuerdo mal) nos masajearon pies y piernas sin pudor a retorcer los dedos o hacernos crujir los huesos. Aun así no llegaba a ser doloroso, ni de lejos. Es un muy buen recuerdo.


Llegamos a Bangkok, la Puerta del Sudeste Asiático, y tras hacer los trámites burocráticos y descubrir cómo salir del aeropuerto (se veía que éramos novatos), el calor tropical de Tailandia nos da de lleno y nos encontramos con una ciudad enorme, hasta cierto punto caótica, y muy sensorial. Utilizamos el tren elevado (el BTS SkyTrain) para ir desde el aeropuerto hasta el centro de la ciudad, y nada más bajarnos un falso agente de turismo (o no sé qué decía ser...) nos intenta convencer de que le acompañemos a un lugar para reservar billetes de tren y hostales, porque es época vacacional para la gente Thai y todo estará abarrotado, sobre todo los trenes. Sabía que había farsantes que intentarían aprovecharse de nosotros, pero había algo en esas palabras que podría ser verdad. Al fin y al cabo, teníamos pensado coger un tren pocos días después, así que probamos suerte y fuimos con él a una agencia turística llamada Internal Box Office. Yo era escéptico, pero siempre podría decir "no". Este pequeño trayecto fue nuestro primer viaje en Tuk Tuk.

En esta agencia me aseguré de si podríamos fiarnos. "Somos parte de la Universidad de Bangkok" nos decía el joven que nos atendió, "No somos timadores, todo esto es legal y lícito". Para convencerme me dio un número de teléfono, un número de oficina y su nombre. Los guiris entraban y salían del lugar, así que me arriesgué. Cuando vi que para los billetes de tren hacía varias llamadas buscando camas nocturnas libres, que se esmeraba en su cometido, y que me mostraba los billetes y me explicaba qué los hacía verdaderos acabó por ganarse mi confianza. Le pedí que nos reservara todo lo que nos fuera a ser imprescindible en nuestro viaje y lo hizo en base al itinerario que yo había hecho en Bilbao. El chaval, muy amable, me aconsejó cambios y acortar ciertas visitas para poder tener tiempo para las demás cosas. La verdad es que fue una genial ayuda. Lo que sí es cierto, es que más tarde nos enteraríamos de que nos cobraron unas leves comisiones y que de haberlo hecho por nuestra cuenta paso a paso nos habría salido algo más barato. Pero esto es algo positivo, es algo que se aprende para la próxima vez, y aun así -según nos dijeron luego también- no nos salió en absoluto mal la jugada, ya que era un precio barato y contábamos con la seguridad de tenerlo todo reservado en nuestro primer gran viaje. Pero sí, tengo mucho que aprender del modo de viaje mochilero.

Cuando salimos de allí, incluso nos ofreció un Tuk Tuk para llegar hasta nuestro hostal en Bangkok, el que yo había reservado desde Bilbao: NapPark Hostel. Se encontraba en Tani Road, una calle paralela -mucho más tranquila- a la archiconocida Khao San Road, el centro mochilero de Bangkok. Sin duda este hostal fue una grata sorpresa. Limpio (había que andar descalzo y no se me ensuciaban los pies, así que imaginaos), con muy buena gente, en un ambiente genial, y moderno pero con espíritu tailandés. Abajo tenía una sala común con cojines y colchonetas, donde se podía ver la tele o andar en el ordenador. Todos teníamos unas pulseras electrónicas, y para entrar en las habitaciones había que pasarlas por un sensor para que se abriera la puerta. Dentro estaban las camas con sus persianas separadoras, sus luces y enchufes individuales... las taquillas con candado... Genial.

Allí hice muchos amigos de otros países, con los que -gracias a las nuevas tecnologías- sigo manteniendo el contacto.
A parte del maravilloso tiempo que tuvimos en el NapPark Hostel, teníamos unos días para disfrutar de Bangkok. "Disfrutarlo" entre comillas, porque aunque es una ciudad que engancha, yo no soy nada urbanita y el caos de las ciudades me agobia. Además, el calor de la época en la que hicimos nuestro viaje no facilitaba las cosas. Lo primero que me viene a la cabeza cuando recuerdo Bangkok -a parte del calor- es el olor. Olor a especias y a salsas exóticas que allí puede asustar en un primer contacto, pero que luego se recuerda con mucho cariño.
Reserva tu estancia en el NapPark Hostel pinchando aquí
Esos días aprovechamos para dar vueltas por la parte antigua de la ciudad, pagar una cara excursión por el río hacia los barrios del extrarradio, conocer el Wat Arun, ver desde fuera el Gran Palacio, entrar a ver el Buda Reclinado y los templos que le rodean...
Una travesía muy light por el "viejo Bangkok", pero muy satisfactoria.
En nuestra visita al Wat Arun nos encontramos con cuatro vascos que habíamos conocido en el aeropuerto de Loiu y que hicieron todo el viaje paralelamente a nosotros. ¡El mundo es un pañuelo! Hablamos un buen rato y quedamos con volver a vernos cerca del barrio chino al anochecer... pero no les volvimos a ver, creo que llevaban "un espíritu viajero diferente".



Tuvimos nuestras primeras experiencias con el regateo para comprar algún que otro souvenir para la familia, y comprobamos que esto y comer en las calles de esta curiosa ciudad es muy muy barato. No pudimos dejar de probar el famoso y rico Pad Thai, aunque no negaré que visitamos una vez el McDonalds de Khao San... Buscamos bichos crujientes con la mirada pero no encontramos ningún puesto de ellos. Otra experiencia más para la próxima vez que visite Tailandia.

Hecho de menos especialmente las noches de Bangkok. Antes de volver al hostal a dormir, se podía disfrutar de una temperatura extraordinaria en la calle. Algunas calles se adornaban de lucecitas alegres y los restaurantes se llenaban de comensales. Se estaba a gusto, muy a gusto. Una de las noches fuimos a cenar con Mieke, holandesa, y Manuel, alemán. Dos grandes amigos. Conversamos de muchas cosas y tras acabarnos los platos y descansar un poco el estómago aprovechamos para ir a hacernos un masaje de pies/piernas. Realmente satisfactorio. Tumbados en hamacas casi en medio de la calle -a ojos de todos los que pasaban- cuatro tailandeses (un par de chicas y un par de chicos si no recuerdo mal) nos masajearon pies y piernas sin pudor a retorcer los dedos o hacernos crujir los huesos. Aun así no llegaba a ser doloroso, ni de lejos. Es un muy buen recuerdo.

KRABI - AO NANG - RAILAY
Después de unos días en Bangkok, aunque habría estado bien ir hacia el Norte a conocer Chiang Mai, Chiang Rai o la cercana Ayutthaya, nuestro viaje proseguía hacia el sur, hacia el Golfo. Esa era la prioridad en esta aventura: el Golfo. Ya habrá otras prioridades en otras ocasiones.
Iniciamos el largo viaje hacia el sur en la estación de trenes de Bangkok, Hua Lamphong Train Station. A eso de las 19:30 cogimos un tren nocturno en el que tendríamos cama para dormir durante casi doce horas. No fue una mala experiencia. El tren estaba limpio, las mantas eran nuevas, había servicio de cena y desayuno... A algun baño había que entrar tapándose la nariz por el hedor, pero eso son luego divertidas anécdotas. Y por la noche tenían puesto el aire acondicionado, así que recomiendo ir algo abrigado para no pasar fresquillo como pasé yo. Otro punto negativo es que algunos tal vez no puedan dormir con el balanceo constante del tren y haya incluso quienes se mareen.

Otro lado negativo es que tienes que estar un poco atento para despertarte y tenerlo todo preparado cuando llega tu parada... Aunque siempre habrá una persona que te viene a avisar de que se acerca la tuya. "Fiftin minuts Surat Thani!!"
Esa era nuestra parada: Surat Thani. Nada más bajarnos del tren, en una plaza con autobuses, una mujer preguntaba a todos los viajeros cuál era nuestro destino y nos pedía que le enseñáramos los billetes. Nosotros a Krabi y de Krabi a Ao Nang. Así pues tuvimos un largo trayecto en bus hasta la localidad de Krabi y allí nos dejaron en una especie de... "punto de dispersión" donde diferentes furgonetas llevaban a los viajeros a sus destinos correspondientes tras hacer cierto trámite y pagar unos cuantos baths más (esto nos lo comentó el agente de Bangkok, así que no hubo sorpresa). La nuestra tardó un poco, pero de mientras pudimos hablar con unos españoles en la misma aventura que nosotros. "Ao Nang!!" Al fin nos recogieron y con otro grupillo de gente nos trasladaron hasta esta turística zona costera, para dejarnos amablemente a pocos minutos de nuestro hostal, el P.K. Mansion.

En la recepción del hostal recuerdo a una chica tailandesa joven muy guapa y simpática, con una maravillosa sonrisa que mostraba su aparato dental. Espero no olvidarme nunca de su cara, porque nunca me atreví a sacarle una foto. Cuando hablaba con nosotros se sonrojaba y reía, y cada vez que pasábamos por la recepción se acercaba al mostrador y sacaba un tema con el que darnos conversación. Realmente muy maja.
Una vez en nuestra habitación, bastante limpia y confortable, no esperamos más. Organizamos un poco nuestras pertenencias y ¡a la playa!, que ya había ganas de ver el mar bañando las costas de Tailandia, el mar de Andaman en esta ocasión.

Disfrutamos un buen rato del sol y del relax en nuestras toallas y probamos por primera vez la calided del agua de Andaman (con picaduras de medusa en mi cuerpo incluidas). Está bien bañarse en una playa tropical con palmeras y temperaturas exóticas, pero el agua nunca llega a refrescar, y para alguien del Cantábrico eso jode un poquitín.
Cuando el sol ya comenzaba a bajar y el calor se hacía más soportable, decidimos dar una vuelta por un paseo costero que llegaba hasta una playa "privada". Por el camino nos encontramos con nativos del lugar: monos. Era curioso verles vivir tranquilamente en la playa y en los árboles ante la mirada y el tránsito de numerosos turistas. Ni siquiera se apartaban cuando te cruzabas en su camino. Poco rato después uno de ellos intentó robarnos. Se acercó sigiloso y agarró la cartera en la que mi primo guardaba pasaporte, dinero... Por suerte se sintió intimidado cuando mi primo le descubrió y la soltó antes de desaparecer entre los árboles. ¡Menudo susto más tonto!

El paseo era precioso. Unas escaleras de madera se elevaban y permitían recorrer una empinada ladera llena de árboles y maleza para acabar por una vertiginosa bajada que llevaba directa a esa "playa secreta" (con una especie de "peaje", por cierto, en el que había que apuntar un nombre y el tiempo que se había estado en ella).
Los sonidos del mar y de la fauna selvática, poco más se escuchaba.

Llegaba la noche, y Ao Nang nos regaló un espectacular atardecer al borde del mar. Queríamos aprovechar el genial ambiente y clima nocturno así que fuimos a por algo de cenar y nos lo llevamos hasta el paseo de la playa. Allí vimos que un hombre vendía esas famosas lámparas voladoras que es tradición arrojar al aire en Tailandia y no pudimos dejar pasar la oportunidad de tirar la nuestra propia. Pensamos en la familia, pedimos buenos deseos y esperamos que el viaje continuara igual de bien. Fue algo bastante mágico.


El día siguiente sería largo (en el buen sentido) e intenso. Junto a la playa de Ao Nang había una pequeña oficina en la que se pagaba por traslados en bote de popa larga a las playas e islas de alrededor. La mayoría eran trayectos relativamente largos y por lo tanto "caros", pero nosotros ibamos cerca, íbamos a la península de Railay. Conocida por ser un lugar tranquilo, un punto importante de escalada y por tener unas preciosas playas. Los alojamientos allí son bastante caros, por lo que los mochileros se suelen quedar en Ao Nang o en Tonsai, una playa justo al lado.



En la Hat Rai Leh West, antes de conocer el lugar, tomé otro bañito y me volvieron a picar las medusas. Ampollas y quemaduras por los tobillos y pies que al cabo de dos horas desaparecieron... ¡Pero cómo escocían!
Después de visitar un poco el interior de la península Rai Leh (que es básicamente una calle peatonal con tienditas a los lados y resorts), comer en ella y ver el otro lado de ésta, decidimos alquilar un kayak (creo que unos 100 bahts la hora) y remar hasta el extremo de Railay, donde se encuentra la preciosa playa Phra Nang Beach o Phra Nang Cave Beach. Como la marea estaba baja, pudimos "aterrizar" en un pequeño islote que está justo en frente llamado Koh Rang Nok. Aquí sacamos algunas fotos del espectacular paraje y tuvimos la suerte de poder nadar con un pequeño tiburón que investigaba la zona y de ver medusas gigantes moradas.


Mientras que la pequeña cala de la Koh Rang Nok estaba formada por corales troceados muertos, la arena de la Phra Nang era fina como el polvo.

Fotos de nuestro amigo el tiburón.


Después de relajarnos un poco en este idílico lugar decidimos tirar de brazos y hombros y kayakear un poco más para dar una vuelta a la península. Acabamos bastante cansados y con las espaldas rojas tostadas al sol, pero mereció mucho la pena. Para volver a Ao Nang y no tener que pagar un bote de popa larga nosotros solos tuvimos que esperar a que se apuntaran más viajeros, y así deshicimos el camino por mar que hicimos a la mañana y regresamos "al hogar".
Iniciamos el largo viaje hacia el sur en la estación de trenes de Bangkok, Hua Lamphong Train Station. A eso de las 19:30 cogimos un tren nocturno en el que tendríamos cama para dormir durante casi doce horas. No fue una mala experiencia. El tren estaba limpio, las mantas eran nuevas, había servicio de cena y desayuno... A algun baño había que entrar tapándose la nariz por el hedor, pero eso son luego divertidas anécdotas. Y por la noche tenían puesto el aire acondicionado, así que recomiendo ir algo abrigado para no pasar fresquillo como pasé yo. Otro punto negativo es que algunos tal vez no puedan dormir con el balanceo constante del tren y haya incluso quienes se mareen.

Tren Bangkok - Surat Thani (nocturno, 2ª clase): 768 THB19,2 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)
Otro lado negativo es que tienes que estar un poco atento para despertarte y tenerlo todo preparado cuando llega tu parada... Aunque siempre habrá una persona que te viene a avisar de que se acerca la tuya. "Fiftin minuts Surat Thani!!"
Esa era nuestra parada: Surat Thani. Nada más bajarnos del tren, en una plaza con autobuses, una mujer preguntaba a todos los viajeros cuál era nuestro destino y nos pedía que le enseñáramos los billetes. Nosotros a Krabi y de Krabi a Ao Nang. Así pues tuvimos un largo trayecto en bus hasta la localidad de Krabi y allí nos dejaron en una especie de... "punto de dispersión" donde diferentes furgonetas llevaban a los viajeros a sus destinos correspondientes tras hacer cierto trámite y pagar unos cuantos baths más (esto nos lo comentó el agente de Bangkok, así que no hubo sorpresa). La nuestra tardó un poco, pero de mientras pudimos hablar con unos españoles en la misma aventura que nosotros. "Ao Nang!!" Al fin nos recogieron y con otro grupillo de gente nos trasladaron hasta esta turística zona costera, para dejarnos amablemente a pocos minutos de nuestro hostal, el P.K. Mansion.
Bus Surat Thani - Ao Nang: 210 THB5,25 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)

Reserva tu estancia en Ao Nang pinchando aquí
En la recepción del hostal recuerdo a una chica tailandesa joven muy guapa y simpática, con una maravillosa sonrisa que mostraba su aparato dental. Espero no olvidarme nunca de su cara, porque nunca me atreví a sacarle una foto. Cuando hablaba con nosotros se sonrojaba y reía, y cada vez que pasábamos por la recepción se acercaba al mostrador y sacaba un tema con el que darnos conversación. Realmente muy maja.
Una vez en nuestra habitación, bastante limpia y confortable, no esperamos más. Organizamos un poco nuestras pertenencias y ¡a la playa!, que ya había ganas de ver el mar bañando las costas de Tailandia, el mar de Andaman en esta ocasión.

Disfrutamos un buen rato del sol y del relax en nuestras toallas y probamos por primera vez la calided del agua de Andaman (con picaduras de medusa en mi cuerpo incluidas). Está bien bañarse en una playa tropical con palmeras y temperaturas exóticas, pero el agua nunca llega a refrescar, y para alguien del Cantábrico eso jode un poquitín.
Cuando el sol ya comenzaba a bajar y el calor se hacía más soportable, decidimos dar una vuelta por un paseo costero que llegaba hasta una playa "privada". Por el camino nos encontramos con nativos del lugar: monos. Era curioso verles vivir tranquilamente en la playa y en los árboles ante la mirada y el tránsito de numerosos turistas. Ni siquiera se apartaban cuando te cruzabas en su camino. Poco rato después uno de ellos intentó robarnos. Se acercó sigiloso y agarró la cartera en la que mi primo guardaba pasaporte, dinero... Por suerte se sintió intimidado cuando mi primo le descubrió y la soltó antes de desaparecer entre los árboles. ¡Menudo susto más tonto!

El paseo era precioso. Unas escaleras de madera se elevaban y permitían recorrer una empinada ladera llena de árboles y maleza para acabar por una vertiginosa bajada que llevaba directa a esa "playa secreta" (con una especie de "peaje", por cierto, en el que había que apuntar un nombre y el tiempo que se había estado en ella).
Los sonidos del mar y de la fauna selvática, poco más se escuchaba.

Llegaba la noche, y Ao Nang nos regaló un espectacular atardecer al borde del mar. Queríamos aprovechar el genial ambiente y clima nocturno así que fuimos a por algo de cenar y nos lo llevamos hasta el paseo de la playa. Allí vimos que un hombre vendía esas famosas lámparas voladoras que es tradición arrojar al aire en Tailandia y no pudimos dejar pasar la oportunidad de tirar la nuestra propia. Pensamos en la familia, pedimos buenos deseos y esperamos que el viaje continuara igual de bien. Fue algo bastante mágico.


El día siguiente sería largo (en el buen sentido) e intenso. Junto a la playa de Ao Nang había una pequeña oficina en la que se pagaba por traslados en bote de popa larga a las playas e islas de alrededor. La mayoría eran trayectos relativamente largos y por lo tanto "caros", pero nosotros ibamos cerca, íbamos a la península de Railay. Conocida por ser un lugar tranquilo, un punto importante de escalada y por tener unas preciosas playas. Los alojamientos allí son bastante caros, por lo que los mochileros se suelen quedar en Ao Nang o en Tonsai, una playa justo al lado.
Longtail boat Ao Nang - Railay (ida): 100 THB2,5 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)



En la Hat Rai Leh West, antes de conocer el lugar, tomé otro bañito y me volvieron a picar las medusas. Ampollas y quemaduras por los tobillos y pies que al cabo de dos horas desaparecieron... ¡Pero cómo escocían!
Después de visitar un poco el interior de la península Rai Leh (que es básicamente una calle peatonal con tienditas a los lados y resorts), comer en ella y ver el otro lado de ésta, decidimos alquilar un kayak (creo que unos 100 bahts la hora) y remar hasta el extremo de Railay, donde se encuentra la preciosa playa Phra Nang Beach o Phra Nang Cave Beach. Como la marea estaba baja, pudimos "aterrizar" en un pequeño islote que está justo en frente llamado Koh Rang Nok. Aquí sacamos algunas fotos del espectacular paraje y tuvimos la suerte de poder nadar con un pequeño tiburón que investigaba la zona y de ver medusas gigantes moradas.


Mientras que la pequeña cala de la Koh Rang Nok estaba formada por corales troceados muertos, la arena de la Phra Nang era fina como el polvo.

Fotos de nuestro amigo el tiburón.


Después de relajarnos un poco en este idílico lugar decidimos tirar de brazos y hombros y kayakear un poco más para dar una vuelta a la península. Acabamos bastante cansados y con las espaldas rojas tostadas al sol, pero mereció mucho la pena. Para volver a Ao Nang y no tener que pagar un bote de popa larga nosotros solos tuvimos que esperar a que se apuntaran más viajeros, y así deshicimos el camino por mar que hicimos a la mañana y regresamos "al hogar".
PHI PHI

El día que nos tocaba viajar hasta las islas Phi Phi era un gran día. Tenía entendido que Phi Phi era un paraíso plenamente apto para mochileros como para bolsillos pesados. Allí, en una de sus islas, en Phi Phi Leh, se encontraba la Playa que hace muchos años me inspiró viajar.
Lo primero que hicimos fue esperar en el hostal a que nos vinieran a buscar, ya que habiéndolo reservado todo con antelación les constaba a yo qué sé quién que debían recoger a dos personas cerca de nuestro hotel y llevarnos hasta el embarcadero. El Songtaew (una especie de furgoneta-autobús sin cristales) que vino a por nosotros estaba repleto de turistas con el mismo destino que nosotros.
Una vez en el embarcadero de Ao Nang nos encaminaron a todos hasta el ferry que nos trasladaría hasta las islas. La organización turística del país nos dejó bastante sorprendidos.
Barco Ao Nang - Koh Phi Phi: 600 THB15 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)

Antes de continuar hacia Phi Phi el barco hizo una parada en Railay para recoger algunos viajeros y pudimos tomar el sol y sacarnos fotos junto al precioso lugar que habíamos visitado el día anterior.


Ya el viaje en barco en sí es un regalo, más si lo disfrutas en la proa. La brisa te golpea en la cara y si las olas son suficientemente pronunciadas la espuma del mar te alcanza a refrescar. Las islas pasan a los lados y en el agua se adivina a ver algún pez y muchas medusas. En el horizonte se empieza a vislumbrar la silueta de una islas, es Phi Phi. Según nos vamos acercando se distinguen las palmeras, las cabañas y las aguas cristalinas. El barco debe rodear parte de la isla principal, Phi Phi Don, para llegar a la bahía que hace las veces de puerto.

Nada más entrar en el embarcadero (si no recuerdo mal) tuvimos que pagar unos cuantos bahts por la entrada y nos dieron un mapa de toda la isla en el que estaban incluidos todos los hostales, restaurantes y lugares relevantes. Encontramos la localización de nuestro hostal y allá que nos dirigimos.
La isla nos gustó bastante desde el primer momento. Aunque todas las calles de la pequeña isla están pensadas para el turista y hay poco clima "tailandés", es exclusivamente peatonal y para lo único que tienes que apartarte a veces es para dejar paso a las bicis de los locales. Gracias a esto paseas tranquilamente por ellas, mirando las tienditas, los clubes de buceo, las palmeras que por encima de las callejuelas salen hacia el cielo... Tiene su encanto.

Nuestro hostal se llamaba PongPan House. Es de lo más sencillo que se puede encontrar pero para mí era perfecto, aunque ya más familiarizado con los precios del Sudeste Asiático veo la tarifa y me quedo estupefacto. Era bastante caro. Tenía aire acondicionado, estaba bastante limpio y muy cerca de la playa, a unos 100 metros andando. En la recepción había un ordenador y wifi. Lo que no tenía (ni este ni ningún hostal en el que estuvimos) era mosquiteras. Teníamos que atornillar las que llevamos nosotros al techo, haciendo el menor estropicio posible.
PongPang House (habitación doble): 840 THB21 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)

Recuerdo con simpatía un lugar de masajes (y creo que algo más si soltabas la pasta...) al lado del hostal, en cuya entrada siempre había una chicas sonrientes que decían "Thai massá" (thai massage) cada vez que pasábamos por allí.
El caminito que llevaba hasta la playa era bastante encantador. Justo antes de introducirse en la arena y dejar ver la playa al completo había que pasar entre dos bonitos chiringuitos de bambú (cuyos cócteles probaríamos a la noche).
Sobre la playa, Loh Dalum Bay, había zonas de ella que en aquel momento dejaban que desear, con tramos fanganosos en el agua, deshechos en la arena... Posiblemente por una pasada tormenta. Unos remolcadores con arena trabajan -y esta fue nuestra hipótesis- en restablecer el arenal y el aspecto paradisíaco de la playa.


Poco rato después, tras algunos baños y algo de relax, una tormenta tropical al más puro estilo monzón del Índico se posó sobre la isla y descargó sobre nosotros todo el agua que puedo ver yo en un día lluvioso completo en Bilbao. ¡Qué barbaridad! Corriendo a resguardarnos debajo de alguna palmera. Por supuesto ni me plantee sacar la cámara así que os dejo un video similar para que os lo imaginéis:
Pronto las nubes negras pasaron y volvimos a ver el cielo azul, por lo que sólo quedó en anécdota y aquella noche fue magnífica. Después de ir a por algo de comer (unas pizzas que encontramos en un puesto callejero creo) estuvimos varias horas en los chiringuitos de la playa, bajo las luces de colores y al amparo de las antorchas. Tumbados en los "sofás" dispuestos por toda la arena con un cóctel en la mano, escuchando buena música (sorprendentemente buena) y mirando las nubes rojas que en el horizonte reflejaban la ya tenue marcha del sol. Aquello era verdaderamente el paraíso.

Aún recuerdo el leve olor a gasolina que desprendían las antorchas, el rico sabor del mojito, y estar escuchando "With or Without You" de U2 mientras intentaba interiorizar el momento, captar todas las sensaciones, guardar los cinco sentidos de aquel momento en mi memoria... la brisa del mar, el tacto de la arena polvo en mis pies, la temperatura perfecta, la satisfacción de estar al otro lado del mundo... al mismo tiempo que la bebida me subía a la cabeza y ésta se empezaba a balancear. Recuerdo haber querido sentir y aprovechar ese instante al 200%, y me alegro de haberlo hecho.
Cerca de nosotros innumerables tailandeses cogían sus malabares y jugaban con fuego ante los sorprendidos viajeros. ¡Hacen esto en casi todas las islas! Y es un espectáculo digno de ver.


Cuando saliera el sol nos tocaba madrugar e ir a visitar Maya Bay, o la famosa playa de la película La Playa, que se encuentra en la isla vecina de menor tamaño: Koh Phi Phi Leh. La tarde anterior habíamos acudido al puerto para concretar una excursión en un bote de popa larga la mañana siguiente, a una hora temprana, ya que es la única forma de evitar la invasión de turistas. No fue especialmente barato. Si hubiéramos sido más, el bote nos habría salido mejor de precio supongo... Así que a la hora acordada nos acercamos al embarcadero y subimos a bordo de nuestro bote (con un "capitán" muy majo).
Longtail boat a Maya Bay (2 personas): 1600 THB40 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)

Antes de salir nos avisaron de que como el mar estaba algo picado -demasiado para el longtail boat- en vez de introducirnos en Maya Bay por la bahía nos dejarían en el otro lado de la isla Phi Phi Leh. ¿Mala suerte? Al final resultó ser mil veces mejor. La próxima vez que vaya voy a asegurarme de que nos llevan de la misma manera. Os cuento.
La mayoría de las lanchas con turistas entran en la bahía de Maya Bay (en la película de Leo DiCaprio es una laguna, en la realidad no) y desembarcan en la propia playa. Bajan y ya está. A nosotros nos dejaron en el otro lado de la isla, en la Loh Samah Bay, una preciosa entrada llena de corales y aguas cristalinas. Los botes no pueden llegar hasta tierra porque pueden chocar contra el fondo y porque no hay playa en la que atracar. Los viajeros deben saltar al agua (con todo el material que se quiera) y nadar hasta unas cuerdas y una escalera por las que subir a tierra firme. Así lo hicimos. Nos costó lo suyo, nadar manteniendo las bolsas en la superficie y una vez hecho pie, arañarse las piernas con las rocas mientras las ondulaciones marinas nos empujaban y nos hacían tropezar. Duro pero emocionante. El longtail boat nos esperaría ahí durante unas 3 horas hasta que volviéramos a repetir la hazaña.

Pero aquí no acababan las ventajas de esta ruta alternativa. Una vez superada esta prueba acuática, el caminito se adentraba en una pequeña selva (con campamento restringido incluido) y la vegetación se iba despejando poco a poco según nos acercábamos a la playa, pero era lo suficientemente densa como para no descubrir el paisaje hasta que cruzabas un pequeño pasadizo natural de plantas y te dabas de lleno con la belleza de Maya Bay.
Sinceramente, tumbado en esta arena, mirando este paisaje no podía creerme que yo estuviera allí. Hacía apenas un mes que hubiera parecido imposible verme en esa magnifica playa con la que tanto había soñado, pero allí estaba, finalmente.
Esas tres horas se pasaron volando y, aunque al llegar había relativa poca gente, cuando nos íbamos la playa ya empezaba a abarrotarse de barcos y de turistas con la piel roja. No me quiero imaginar cómo se pondrá aquello en temporada alta. Fue un gustazo alejarse de aquella masificación y adentrarse de nuevo en la selva que nos llevaría hasta nuestra pequeña bahía. Por otro lado, fue bastante traumático despedirse de aquel lugar tan maravilloso. ¡Agur Maya Bay!
Una vez superada la odisea y de vuelta en nuestro bote, el majísimo capataz de la pequeña embarcación nos dejó más tiempo para que hicieramos snorkel por las inmediaciones. ¡Una pasada! Las aguas cristalinas dejaban verlo todo y los peces de colores parecían no temernos en absoluto. Aquí de nuevo, rebotaba en nuestras cabezas una y otra vez: ¡Menudo paraíso!


Y por si esto fuera poco antes de marchar el "capitán" nos animó a sentarnos junto a él y a un compañero de otro bote y nos ofreció una pipa ancha humeante con alguna especie de tabaco en ella. "Marihuana de Nepal" ¡WTF! Nos ofreció varias caladas y la tos salió de mí como un demonio. Los jodíos no paraban de reírse... Fue un rato genial, pero ya era hora de volver a Phi Phi Don.

De vuelta en la isla principal, buscamos un sitio donde comer, y a la tarde aprovechamos para hacer algunas compras por la isla. Un souvenir por aquí, una camiseta de Phi Phi por allá... Más tarde definimos nuestro siguiente plan: subir al View Point. Una subida ardua (aunque con este clima tropical qué no es arduo) en la que había que pagar 20 bahts (si mal no recuerdo) en un puestito a medio camino. Aquí el caso es sacarte pasta. La ascensión al punto más alto de la isla consistía en una escaleras bastante empinadas primero (a cuyos lados se podían ver casitas o algún restaurante con vistas impresionantes) y luego una bonita travesía entre matorrales y palmeras.

Arriba había un bar y demás sacacuartos turísticos... Además de una foto que se hizo desde el mismo lugar justo después del tsunami del 2004. El lugar quedó destrozado. El mar pasó literalmente de un lado a otro del istmo y se llevó todo con él, estructuras, árboles y personas... Da mucho respeto pensar el terror que se vivió aquí y la tragedia acontecida. Valía la pena pararse a pensar en ello un momento, al menos en homenaje a todas las vidas perdidas. Esperemos que no vuelva a pasar en muchos muchos años, en parte porque es un lugar que ya es parte de nosotros y al que ya queremos.

El atardecer allí arriba es una de las cosas más bonitas que yo he visto y vivido en mi vida. Había bastante gente con nosotros, presenciando el mismo espectáculo, pero pocos hablaban, el silencio era algo curioso. Todos observábamos la lenta caída del sol a través de las nubes, ocultándose poco a poco tras la silueta de Phuket en el horizonte. Los tonos del cielo cambiaban de azules a amarillos, a naranjas, a rojos, a violetas... mientras las palmeras se balanceaban al ritmo de la brisa de Andaman. Es algo mágico que jamás olvidaré.
Mientras desaparecía la luz del sol los animales nocturnos de la jungla que nos rodeaba (mayormente insectos) empezaban a despertar y comenzamos a oir mil y un sonidos de fauna de todos los tamaños. Era hora de empezar a bajar para cenar algo en el "pueblo" y después a "potear" un poco en los chiringuitos de la playa, no sin antes comprar un helado en el bar del View Point :P

Después de ir a por la cena, de camino a la playa, nos encontramos con un hombre local que nos vendía marihuana. El precio nos pareció muy alto e intentamos regatearle (aunque no creo que yo le hubiera comprado nada...) pero ante su negativa nos despedimos de él, siempre con una sonrisa, al igual que ellos, por supuesto.
En los chiringuitos más mojitos y Phi Phi Holidays, thais con malabares de fuego, más relax y más paraíso nocturno. Hubiera estado allí una semana o toda la vida si me hubieran dejado... Pero había más lugares que conocer, más rincones del paraíso que explorar.

KOH SAMUI - ANG THONG
En Phi Phi quedaban muchos sitios que descubrir y cosas que hacer, pero para cuando nos quisimos dar cuenta ya debíamos partir hacia nuestro siguiente destino: las islas del Golfo, Koh Samui la primera. Así que desde Phi Phi fuimos en barco hasta el puerto de Krabi, donde a nosotros y otros mochileros con destino a las islas del Golfo nos esperaba una furgoneta (un songtaew). Esa furgoneta nos llevó hasta un sitio alejado de la mano de Dios donde todos tuvimos que esperar a que nos recogiera un autobús. Y ese autobús nos llevó hasta Don Sak, el embarcadero de Surat Thani que conecta con Koh Samui, Koh Phangan y Koh Tao. De nuevo aquí, organización turística de diez. ¡Quizás demasiado perfecta, no hay lugar para la aventura! ;)

El ferry en el que montamos en Don Sak era un ferry en toda regla, el típico que tiene lugar para coches, camionetas... ¡de todo! Sólo teníamos que subir por unas escaleras para llegar a la "zona habitable" por humanos. El barco era tan grande que apenas notábamos el oleaje y tuvimos que salir a la cubierta para cerciorarnos de que nos movíamos.

Mi cara abordando un barco, después de otro barco, un songtaew, un autobús, y muchas horas...
Me sorprendió que el agua del mar del Golfo era característicamente verdosa, y estaba bastante picada, con el aspecto de haber sufrido una tormenta hace bien poco.
El viaje no fue muy largo y pronto vimos con claridad las costas de Koh Samui.


Una vez en el embarcadero, buscamos la forma de que nos llevaran al otro lado de la isla, a Chaweng. Chaweng y Lamai son las dos zonas más masificadas de Samui. Definiría a Chaweng como el pequeño Bangkok de Koh Samui. Había otras opciones de alojamiento barato al norte de la isla y demás... pero siendo Chaweng el centro neurálgico nos era más conveniente estar ahí para tener una buena comunicación con todo lo que querríamos ver y visitar. Además, al no estar en temporada alta, no había grandes masas de turistas.
Encontramos a un hombre que disponía de una furgoneta (de estas rancheras estadounidenses... con olor a nueva y muy cómoda) y junto a dos mochileros extranjeros (me suena que eran europeos, no estoy seguro ahora) nos llevó, a modo de taxi, primero hasta Lamai (donde la pareja se bajó) y después hasta la puerta de nuestro hostal en Chaweng, el Z Hotel.

Todo estaba muy limpio, el baño era grande y tenía un estilo rústico con bambús y azulejos negros; había buena presentación (las toallitas en forma de florecitas) y se encontraba en una calle con restaurantes y tiendas a la vez que estaba a escasos 50 metros de la playa. También tenía su propio café con servicio de desayuno.
La noche se nos echó encima y después de cenar en un restaurante junto al hostal fuimos a explorar la zona. Empezamos por la playa. La oscuridad no dejaba contemplarla en todo su esplendor pero gracias a las luces de los pubs y chiringuitos y de algunos resorts ya se distinguía una playa con forma de luna menguante, muy larga. El mar estaba como un plato (no llegamos a ver olas en Chaweng en toda nuestra estancia) En el horizonte se apreciaba una tormenta eléctrica y unos pocos viajeros lanzaban sus farolillos de papel flotantes.

Los resorts mencionados ocupaban casi toda la primera línea de playa. Mientras paseábamos y la arena polvo acariciaba nuestros pies, algunos turistas cenaban o tomaban algo en las lujosas terrazas de estos hoteles. Recuerdo que la arena de la playa estaba fresca, y era un gustazo sentir ese frescor en las extremidades. Al no haber olas, era curioso el silencio que se producía.
Tras cansarnos de playa nocturna decidimos dar una vuelta por la calle principal perpendicular a nuestro hostal, y ver qué había un poco más allá. Descubrimos tienditas de souvenirs, las impresionantes entradas de más resorts, un McDonalds, algún que otro restaurante... En algunos te mostraban el pescado fresco que ofrecían.

Tiburón entero incluido...
Ya en nuestra habitación oímos que tiraban cohetes desde la playa. Nos asomamos a la ventana y ahí estaban, fuegos artificiales para celebrar dios sabe qué. Nos recordó a nuestras fiestas de Bilbao. En fin, era hora de irse a la cama.
Antes de recorrer la isla, quisimos ver qué aspecto tenía la playa de Chaweng por el día. Es la típica playa turística con sombrillas y hamacas. Por suerte estaba bastante tranquila, tanto fuera como dentro del agua, y el mar seguía como un plato. Ya tendríamos tiempo a la tarde para bañarnos en ella, ahora había que moverse.

Nuestro plan principal era visitar las selvas del interior de la isla, en las que podríamos hacer un poco de senderismo y ver algunas cascadas. El mejor método para ir allí era la moto, y acudimos a nuestro propio hotel para el alquiler. Nos dejaron elegir y cuando comprobamos que todo estaba en buen estado soltamos la pasta. Tendríamos un par de días para disfrutar de este pequeño transporte privado, así que de lujo.
Aun así, hay que tener cuidado con este tema, porque por el estado de las carreteras o por otros motivos, se producen muchos accidentes y hay veces que incluso muere gente. No hay que tomárselo a la ligera. Hay que pedir un casco (en muchos sitios si no lo pides no te lo dan), y conducir con mucha precaución. Además, si le haces algún rasguño a la moto, tú pagas los gastos (bastante inflados). Conviene estar atentos a las posibles estafas, ya que a veces te adjudican un daño que tú no has producido. Si hay que sacarle fotos a la moto antes, se le sacan.

La carretera principal de Koh Samui es básicamente una que rodea toda la isla, y en un tramo la atraviesa por el interior. No tiene mayor secreto. Así que sólo teníamos que seguirla desde Chaweng, hacia el sur, pasando por Lamai, hasta las cascadas de Namuang (Namuang Waterfalls) que están señalizadas desde cualquier punto de la isla. Primero pararíamos en unas, y después en otras. En las dos, había disponibles -malditos- trekkings con elefantes.
En el primer desvío, para visitar la Namuang Waterfall 1, había una pequeña oficina. Allí intentaron hacernos creer que si no contratábamos un paseo en elefante no podríamos continuar. ¡Menudos sacacuartos! Tal vez eso funcione con un guiri australiano pero conmigo no. Ni caso y palante. Después de una carretera sinuosa había un parking libre, y decidimos seguir a pie desde allí. Nada más empezar a andar nos encontramos con la entrada a un -maldito- zoo y con el lugar desde el cual comenzaban los paseos en elefante. Allí había varios de estos magestuosos animales, encadenados, esclavos, incluyendo una pequeña cría preciosa.

La utilización de animales para el entretenimiento turístico es algo que aborrezco. En Tailandia, y en casi todo el Sudeste Asiático, se tortura y esclaviza a animales para ponerlos al servicio del capricho turístico. Hay muy pocos lugares, como el Elephant Nature Park de Chiang Mai, que son santuarios reales de rescate y acogida. Todos los demás, incluso muchos que parecen santuarios para limpiar su imagen, son negocios interesados en el dinero y despreocupados por los derechos animales. No paguéis por ese tipo de negocios si veis cadenas, o si los cuidadores llevan pinchos, o si se suben encima de ellos... o simplemente si no sabéis qué pasa cuando no hay turistas delante. Consultad en FAADA Turismo Responsable, o incluso a mí (que he leído mucho sobre el tema).
Nos limitamos a pagar 5 bahts a una señora que vendía plátanos para poder darles unos pocos a estos pobres animales.
Comenzamos una pequeña ascensión en medio del asfixiante calor tropical. No tardamos mucho en ver una de las cascadas en medio de toda la flora selvática.

El sendero que se adentraba en la selva estaba "asfaltado" con cañas de bambú o de una planta similar que crujían bajo nuestro pies. A mí no me hubiera importado cruzar riachuelos y esquivar piedras, pero la verdad es que con unas chanclas la cosa se agradecía.

Pronto llegamos a la base de la cascada y sólo tuvimos que subir un poco más para alcanzar el tramo más espectacular. Aunque no caía todo el agua que en otras épocas puede caer, el lugar era precioso y muy fotogénico.


Yo lo tenía claro, buscaríamos alguna pequeña laguna para darme un baño, y si no... con un charco me conformaba. Así pues comenzamos el descenso y nos detuvimos de nuevo en la base de la cascada. Allí había un pequeño laguito, perfecto para refrescarse un poco. ¡Al agua!

Antes de llegar al parking nos encontramos con más fauna, pero de nuevo encadenada. A pesar de las insistencias de sus "cuidadores", no quisimos pagar ni un céntimo por participar en su cautiverio, ni si quiera cuando nos decían que nos dejaban sacarnos fotos gratis con ellos. "Thank you, but no thank you".

De vuelta a la carretera para llegar al siguiente desvío, la Namuang Waterfall 2.
Allí nos cobraron algunos bahts por aparcar (si no recuerdo mal), y fuimos un poco tontos porque pudimos haber aparcado en otra parte...
Esta segunda cascada estaba mucho más cerca de la carretera. Apenas había que andar para llegar hasta ella. De nuevo aquí no abundaba el agua (porque nos encontrábamos en el final de la temporada seca) pero el lugar seguía siendo muy bonito. Llamaban mucho la atención los colores incandescentes que tenía la roca pulida por el agua. Con el reflejo del día parecían brillar con luz propia.
Antes de irnos me senté en una roca elevada en frente de la cascada y traté de escuchar y observar la jungla que nos rodeaba. Los sonidos eran muy intensos y continuados, de innumerables insectos y animales desconocidos. Mirando hacia el cielo me percaté de que nos sobrevolaban mariposas y libélulas de gran tamaño, que bien podían ser confundidas con pájaros.

Junto al parking compramos alguna pieza de fruta para degustar al momento, y nos pusimos en marcha de vuelta a la costa. Esta vez me fijé con más detenimiento en la zona de Lamai, para ver cómo era ese segundo reducto turístico de Koh Samui. No aprecié nada en particular más que palmeras y otras playas, así que no nos paramos allí. Decidimos hacer una pequeña pausa en una especie de cabo con un mirador desde el que se veía toda la bahía de Chaweng. El mar, oooootra vez, como un plato.

En Koh Samui había muchas cosas más que visitar. Más cascadas, algún buda gigante, viewpoints en las montañas, playas inhabitadas... La isla tiene una oferta para varios días, pero nosotros no teníamos mucho tiempo. Ese día, además de que ya era tarde, tuvimos que subsanar el pinchazo de una rueda (que por cierto un amabilisimo local nos hinchó gratis) y queríamos darnos un bañito en las tranquilas aguas de Chaweng.
No diré que fue lo mejor del día, porque vimos cosas muy interesantes y Samui tiene su encanto en cada rincón, pero sí que fue algo curiosamente especial... el baño en Chaweng. Más que en el mar, parecía que estaba en la bañera de mi casa. El agua a una temperatura muy alta, y sin una ola (ni siquiera ondulación) que hiciera ruido en la orilla. No me metí más allá de donde me cubriera por la rodilla porque tardaba mucho en cubrir y porque no era necesario. Me tumbé flotando, mirando al nuboso cielo y sentí el más puro relax.

Al cabo de un rato noté un cosquilleo en las extremidades y miré a través del agua transparente. Eran pequeños pececitos de colores mordisqueandome los dedos en busca de alimento. Parece que no encontraron nada porque al cabo de un rato no volvieron a hacerlo, pero cada vez que golpeaba el fondo arenoso volvían reboloteados para comprobar si había algo de comer, y daban vueltas ansiosos bajo mis manos. Una y otra vez, toquecitos al fondo y venían a mí. ¡Muy curioso!

El día siguiente lo aprovecharíamos para hacer una excursión al Parque Nacional Marino de Ang Thong. Contratar un tour turístico es la única forma de llegar hasta allí ya que es un lugar protegido. Por suerte desde nuestro propio hotel nos daban la opción de contratarlo. El tour incluiría la ascensión a un viewpoint en una de las islas, un aperitivo en el barco, la comida, y un par de horas para elegir entre snorkel y kayak. Todo por 1.300 bahts. No es el presupuesto de ensueño para un mochilero, pero siendo la única manera de ir hasta allí y creyendo que la inversión merecería la pena, no nos lo pensamos.
Nos pasarían a buscar alrededor de las 7:30 de la mañana. A por algo de cenar y ¡a la cama!
Esperando a que nos recogieran en el hotel nos dio tiempo a desayunar algo (ya que se retrasaron) en el café de éste. Cuando llegó el momento un hombre nos guió hasta la calle principal donde nos esperaba una furgoneta en la que también iba una familia de australianos. Nos preguntaron de dónde éramos. "Basque Country, north of Spain" "Ohhhhh, so you do bull fighting!!! hahahaha!!!". "Nop, that is disgusting" me limité a contestarle.
Tour a Angthong Marine Park: 1.300 THB
32,5 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)
Nos dirigimos al norte, por la carretera que rodea la isla, parando en diferentes lugares para seguir recogiendo viajeros. Chaweng, Cheang Mon, Bang Rak, Bo Phut...
Nos llevaron hasta el embarcadero de Na Thon (al oeste de la isla).

El barco constaba de dos pisos. En el de arriba se encontraba el puente de mando, un pequeño bar, y unas mesas cubiertas por una lona donde comer. De todas formas, prácticamente todo el viaje de ida lo pasamos en la proa, disfrutando del balanceo y del viento del Golfo. Me seguía sorprendiendo el color verdoso del mar.


Según nos introdujimos en el Parque fuimos siendo rodeados por diferentes islas de mayor y menor tamaño, y finalmente divisamos la playa que iba a ser nuestra principal parada. Era la típica playa de un paraíso tropical, con aguas tranquilas, arenas blancas y finas y palmeras inclinadas. Desde allí quien quisiera podía quedarse a tomar el sol o disfrutar de la sombra u optar por subir al viewpoint (como hicimos nosotros).



La subida al viewpoint era inclinada, dificil y (teniendo en cuenta el clima) dura. A veces incluso había alguna cuerda fija que te ayudaba a escalar. En definitiva, no era una ascensión apta para cualquier turista.
A lo largo del camino había diferentes miradores para quien se rajara de seguir subiendo.

Yo seguí subiendo -como buen montañero- y ni el cansacio, ni la sudada, ni la roca que chuté con la rodilla y se me incrustó hasta el hueso haciendo brotar la sangre me hicieron retroceder. Estaba ansioso por ver lo que había arriba. Estaba seguro de que no me decepcionaría. El último tramo se hizo de rogar. Unas piedras afiladas como cuchillas te obligaban a apoyar la cuatro extremidades para trepar. Casi temía más por el estado de mi cámara que por mi propia seguridad.
Como yo supuse, mereció la pena.
Una vez superada la segunda parte del reto (la bajada), el bañito en las cristalinas aguas de esa fantástica playa sentó de lujo.

De regreso al barco nos dieron de comer. Creo recordar que nos dieron a elegir entre un buffet libre pero no exactamente el qué, puede que lo que yo comí fuera algo como pollo frito, algo de arroz, frutas de postre... Lo que sí recuerdo es que me quedé a gusto.
A la tarde el barco comenzó a moverse y nos llevaron hasta otro grupo de islas. Allí visitaríamos una laguna oculta y después nos dejarían un par de horas libres para hacer lo que quisiéramos.
Los islotes que componen el Parque Nacional son verdaderamente bonitos, cada uno con su tamaño y su forma característica. La pequeñas playas casi desiertas se esparcen por ellos y cada una es un punto que merece la pena ver. En una de ellas atracamos para iniciar una pequeña ruta por un camino entablado y escalones altísimos. Esa ruta nos llevaría hasta la laguna secreta.

Un dato curioso es que estas islas de Ang Thong fueron las que inspiraron a Alex Garland para escribir su novela La Playa. Mi hipótesis me ha llevado a creer que fue la siguiente laguna secreta la que le llevó a imaginar una playa rodeada por acantilados y aparentemente virgen. Por eso en el libro (y en la película) buscan la isla desde Koh Samui.
De vuelta en esta nueva playa comenzaba el tiempo libre para que exploraramos la zona por nuestra cuenta. Yo decidí utilizar el kayak para conocer alguna playa vecina o incluso alguna cueva. Dentro de la que se ve a continuación había una especie de pasadizo (o sima) que se abría hacia arriba dejando ver la jungla y escuchar sus sonidos. Recuerdo haberme atascado en las rocas al intentar salir de la cueva.

Después de pisar tierra y descansar un ratito (el kayak cansa mucho y más haciendo ese calor), me puse en marcha para regresar al punto donde estaba atracado nuestro barco. Me sobraba el tiempo, pero los brazos empezaban a fallar y el sol comenzaba a achicharrar la piel. La vueltita solitaria que había dado había sido suficiente.

Justo antes de dejar mi kayak junto a los demás nos dijeron que podíamos llevarlo directamente al barco y si nos apetecía podíamos saltar desde el segundo piso de éste. Sería una buena forma de acabar la aventurilla en Ang Thong así que allí que fuimos.
Cuando todos estuvimos preparados, iniciamos el viaje de vuelta a Koh Samui. Pero si pensábamos que las emociones habían acabado por ese día, estábamos muy equivocados. A medida que nos alejamos del Parque pudimos observar como una nubes negras lo engullían y nos comían terreno. Teníamos una gran tormenta tropical detrás nuestro y nos iba a pillar en alta mar. ¡Agárrense las txapelas!

En cuestión de minutos estuvo encima nuestro, se levantó oleaje, frío y empezó a llover, y el barco comenzó a balancearse de lado a lado, por lo que el capitán tuvo que hacer maniobras para evitar los golpes de las olas en la mayor medida posible. A algunos pasajeros se les veía preocupados, tenían frío, se mareaban... Yo tomaba las precauciones necesarias como agarrarme a algo si quería desplazarme por el barco, pero la verdad es que me lo estaba pasando pipa.


Cuando nos dejaron en el embarcadero de Na Thon nos encontramos con unos platos a la venta en los que habían incluido fotos nuestras que nos hicieron al llegar al barco esa misma mañana. Nos hizo tanta gracia que no pudimos evitar comprar los nuestros. Un detalle.
Phi Phi - Koh Samui
Barco + autobús + barco: 900 THB22.5 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)

El ferry en el que montamos en Don Sak era un ferry en toda regla, el típico que tiene lugar para coches, camionetas... ¡de todo! Sólo teníamos que subir por unas escaleras para llegar a la "zona habitable" por humanos. El barco era tan grande que apenas notábamos el oleaje y tuvimos que salir a la cubierta para cerciorarnos de que nos movíamos.

Mi cara abordando un barco, después de otro barco, un songtaew, un autobús, y muchas horas...
Me sorprendió que el agua del mar del Golfo era característicamente verdosa, y estaba bastante picada, con el aspecto de haber sufrido una tormenta hace bien poco.
El viaje no fue muy largo y pronto vimos con claridad las costas de Koh Samui.


Nathong - Chaweng
Furgoneta compartida: 100 THB2.5 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)
Una vez en el embarcadero, buscamos la forma de que nos llevaran al otro lado de la isla, a Chaweng. Chaweng y Lamai son las dos zonas más masificadas de Samui. Definiría a Chaweng como el pequeño Bangkok de Koh Samui. Había otras opciones de alojamiento barato al norte de la isla y demás... pero siendo Chaweng el centro neurálgico nos era más conveniente estar ahí para tener una buena comunicación con todo lo que querríamos ver y visitar. Además, al no estar en temporada alta, no había grandes masas de turistas.
Encontramos a un hombre que disponía de una furgoneta (de estas rancheras estadounidenses... con olor a nueva y muy cómoda) y junto a dos mochileros extranjeros (me suena que eran europeos, no estoy seguro ahora) nos llevó, a modo de taxi, primero hasta Lamai (donde la pareja se bajó) y después hasta la puerta de nuestro hostal en Chaweng, el Z Hotel.
Z Hotel
Habitación doble: 560 THB14 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)
Reserva tu estancia en Koh Samui pinchando aquí

Todo estaba muy limpio, el baño era grande y tenía un estilo rústico con bambús y azulejos negros; había buena presentación (las toallitas en forma de florecitas) y se encontraba en una calle con restaurantes y tiendas a la vez que estaba a escasos 50 metros de la playa. También tenía su propio café con servicio de desayuno.
La noche se nos echó encima y después de cenar en un restaurante junto al hostal fuimos a explorar la zona. Empezamos por la playa. La oscuridad no dejaba contemplarla en todo su esplendor pero gracias a las luces de los pubs y chiringuitos y de algunos resorts ya se distinguía una playa con forma de luna menguante, muy larga. El mar estaba como un plato (no llegamos a ver olas en Chaweng en toda nuestra estancia) En el horizonte se apreciaba una tormenta eléctrica y unos pocos viajeros lanzaban sus farolillos de papel flotantes.

Los resorts mencionados ocupaban casi toda la primera línea de playa. Mientras paseábamos y la arena polvo acariciaba nuestros pies, algunos turistas cenaban o tomaban algo en las lujosas terrazas de estos hoteles. Recuerdo que la arena de la playa estaba fresca, y era un gustazo sentir ese frescor en las extremidades. Al no haber olas, era curioso el silencio que se producía.
Tras cansarnos de playa nocturna decidimos dar una vuelta por la calle principal perpendicular a nuestro hostal, y ver qué había un poco más allá. Descubrimos tienditas de souvenirs, las impresionantes entradas de más resorts, un McDonalds, algún que otro restaurante... En algunos te mostraban el pescado fresco que ofrecían.

Tiburón entero incluido...
Ya en nuestra habitación oímos que tiraban cohetes desde la playa. Nos asomamos a la ventana y ahí estaban, fuegos artificiales para celebrar dios sabe qué. Nos recordó a nuestras fiestas de Bilbao. En fin, era hora de irse a la cama.
Antes de recorrer la isla, quisimos ver qué aspecto tenía la playa de Chaweng por el día. Es la típica playa turística con sombrillas y hamacas. Por suerte estaba bastante tranquila, tanto fuera como dentro del agua, y el mar seguía como un plato. Ya tendríamos tiempo a la tarde para bañarnos en ella, ahora había que moverse.

Nuestro plan principal era visitar las selvas del interior de la isla, en las que podríamos hacer un poco de senderismo y ver algunas cascadas. El mejor método para ir allí era la moto, y acudimos a nuestro propio hotel para el alquiler. Nos dejaron elegir y cuando comprobamos que todo estaba en buen estado soltamos la pasta. Tendríamos un par de días para disfrutar de este pequeño transporte privado, así que de lujo.
Aun así, hay que tener cuidado con este tema, porque por el estado de las carreteras o por otros motivos, se producen muchos accidentes y hay veces que incluso muere gente. No hay que tomárselo a la ligera. Hay que pedir un casco (en muchos sitios si no lo pides no te lo dan), y conducir con mucha precaución. Además, si le haces algún rasguño a la moto, tú pagas los gastos (bastante inflados). Conviene estar atentos a las posibles estafas, ya que a veces te adjudican un daño que tú no has producido. Si hay que sacarle fotos a la moto antes, se le sacan.
Alquiler moto
1 día: 150 THB3,75 €
Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)

La carretera principal de Koh Samui es básicamente una que rodea toda la isla, y en un tramo la atraviesa por el interior. No tiene mayor secreto. Así que sólo teníamos que seguirla desde Chaweng, hacia el sur, pasando por Lamai, hasta las cascadas de Namuang (Namuang Waterfalls) que están señalizadas desde cualquier punto de la isla. Primero pararíamos en unas, y después en otras. En las dos, había disponibles -malditos- trekkings con elefantes.
En el primer desvío, para visitar la Namuang Waterfall 1, había una pequeña oficina. Allí intentaron hacernos creer que si no contratábamos un paseo en elefante no podríamos continuar. ¡Menudos sacacuartos! Tal vez eso funcione con un guiri australiano pero conmigo no. Ni caso y palante. Después de una carretera sinuosa había un parking libre, y decidimos seguir a pie desde allí. Nada más empezar a andar nos encontramos con la entrada a un -maldito- zoo y con el lugar desde el cual comenzaban los paseos en elefante. Allí había varios de estos magestuosos animales, encadenados, esclavos, incluyendo una pequeña cría preciosa.

La utilización de animales para el entretenimiento turístico es algo que aborrezco. En Tailandia, y en casi todo el Sudeste Asiático, se tortura y esclaviza a animales para ponerlos al servicio del capricho turístico. Hay muy pocos lugares, como el Elephant Nature Park de Chiang Mai, que son santuarios reales de rescate y acogida. Todos los demás, incluso muchos que parecen santuarios para limpiar su imagen, son negocios interesados en el dinero y despreocupados por los derechos animales. No paguéis por ese tipo de negocios si veis cadenas, o si los cuidadores llevan pinchos, o si se suben encima de ellos... o simplemente si no sabéis qué pasa cuando no hay turistas delante. Consultad en FAADA Turismo Responsable, o incluso a mí (que he leído mucho sobre el tema).
Nos limitamos a pagar 5 bahts a una señora que vendía plátanos para poder darles unos pocos a estos pobres animales.
Comenzamos una pequeña ascensión en medio del asfixiante calor tropical. No tardamos mucho en ver una de las cascadas en medio de toda la flora selvática.

El sendero que se adentraba en la selva estaba "asfaltado" con cañas de bambú o de una planta similar que crujían bajo nuestro pies. A mí no me hubiera importado cruzar riachuelos y esquivar piedras, pero la verdad es que con unas chanclas la cosa se agradecía.

Pronto llegamos a la base de la cascada y sólo tuvimos que subir un poco más para alcanzar el tramo más espectacular. Aunque no caía todo el agua que en otras épocas puede caer, el lugar era precioso y muy fotogénico.


Yo lo tenía claro, buscaríamos alguna pequeña laguna para darme un baño, y si no... con un charco me conformaba. Así pues comenzamos el descenso y nos detuvimos de nuevo en la base de la cascada. Allí había un pequeño laguito, perfecto para refrescarse un poco. ¡Al agua!

Antes de llegar al parking nos encontramos con más fauna, pero de nuevo encadenada. A pesar de las insistencias de sus "cuidadores", no quisimos pagar ni un céntimo por participar en su cautiverio, ni si quiera cuando nos decían que nos dejaban sacarnos fotos gratis con ellos. "Thank you, but no thank you".

De vuelta a la carretera para llegar al siguiente desvío, la Namuang Waterfall 2.

Esta segunda cascada estaba mucho más cerca de la carretera. Apenas había que andar para llegar hasta ella. De nuevo aquí no abundaba el agua (porque nos encontrábamos en el final de la temporada seca) pero el lugar seguía siendo muy bonito. Llamaban mucho la atención los colores incandescentes que tenía la roca pulida por el agua. Con el reflejo del día parecían brillar con luz propia.
Antes de irnos me senté en una roca elevada en frente de la cascada y traté de escuchar y observar la jungla que nos rodeaba. Los sonidos eran muy intensos y continuados, de innumerables insectos y animales desconocidos. Mirando hacia el cielo me percaté de que nos sobrevolaban mariposas y libélulas de gran tamaño, que bien podían ser confundidas con pájaros.

Junto al parking compramos alguna pieza de fruta para degustar al momento, y nos pusimos en marcha de vuelta a la costa. Esta vez me fijé con más detenimiento en la zona de Lamai, para ver cómo era ese segundo reducto turístico de Koh Samui. No aprecié nada en particular más que palmeras y otras playas, así que no nos paramos allí. Decidimos hacer una pequeña pausa en una especie de cabo con un mirador desde el que se veía toda la bahía de Chaweng. El mar, oooootra vez, como un plato.

En Koh Samui había muchas cosas más que visitar. Más cascadas, algún buda gigante, viewpoints en las montañas, playas inhabitadas... La isla tiene una oferta para varios días, pero nosotros no teníamos mucho tiempo. Ese día, además de que ya era tarde, tuvimos que subsanar el pinchazo de una rueda (que por cierto un amabilisimo local nos hinchó gratis) y queríamos darnos un bañito en las tranquilas aguas de Chaweng.
No diré que fue lo mejor del día, porque vimos cosas muy interesantes y Samui tiene su encanto en cada rincón, pero sí que fue algo curiosamente especial... el baño en Chaweng. Más que en el mar, parecía que estaba en la bañera de mi casa. El agua a una temperatura muy alta, y sin una ola (ni siquiera ondulación) que hiciera ruido en la orilla. No me metí más allá de donde me cubriera por la rodilla porque tardaba mucho en cubrir y porque no era necesario. Me tumbé flotando, mirando al nuboso cielo y sentí el más puro relax.

Al cabo de un rato noté un cosquilleo en las extremidades y miré a través del agua transparente. Eran pequeños pececitos de colores mordisqueandome los dedos en busca de alimento. Parece que no encontraron nada porque al cabo de un rato no volvieron a hacerlo, pero cada vez que golpeaba el fondo arenoso volvían reboloteados para comprobar si había algo de comer, y daban vueltas ansiosos bajo mis manos. Una y otra vez, toquecitos al fondo y venían a mí. ¡Muy curioso!

El día siguiente lo aprovecharíamos para hacer una excursión al Parque Nacional Marino de Ang Thong. Contratar un tour turístico es la única forma de llegar hasta allí ya que es un lugar protegido. Por suerte desde nuestro propio hotel nos daban la opción de contratarlo. El tour incluiría la ascensión a un viewpoint en una de las islas, un aperitivo en el barco, la comida, y un par de horas para elegir entre snorkel y kayak. Todo por 1.300 bahts. No es el presupuesto de ensueño para un mochilero, pero siendo la única manera de ir hasta allí y creyendo que la inversión merecería la pena, no nos lo pensamos.
Nos pasarían a buscar alrededor de las 7:30 de la mañana. A por algo de cenar y ¡a la cama!

Tour a Angthong Marine Park: 1.300 THB

Cambio: 40 THB = 1€ (aprox.)
Nos dirigimos al norte, por la carretera que rodea la isla, parando en diferentes lugares para seguir recogiendo viajeros. Chaweng, Cheang Mon, Bang Rak, Bo Phut...
Nos llevaron hasta el embarcadero de Na Thon (al oeste de la isla).

El barco constaba de dos pisos. En el de arriba se encontraba el puente de mando, un pequeño bar, y unas mesas cubiertas por una lona donde comer. De todas formas, prácticamente todo el viaje de ida lo pasamos en la proa, disfrutando del balanceo y del viento del Golfo. Me seguía sorprendiendo el color verdoso del mar.


Según nos introdujimos en el Parque fuimos siendo rodeados por diferentes islas de mayor y menor tamaño, y finalmente divisamos la playa que iba a ser nuestra principal parada. Era la típica playa de un paraíso tropical, con aguas tranquilas, arenas blancas y finas y palmeras inclinadas. Desde allí quien quisiera podía quedarse a tomar el sol o disfrutar de la sombra u optar por subir al viewpoint (como hicimos nosotros).



La subida al viewpoint era inclinada, dificil y (teniendo en cuenta el clima) dura. A veces incluso había alguna cuerda fija que te ayudaba a escalar. En definitiva, no era una ascensión apta para cualquier turista.
A lo largo del camino había diferentes miradores para quien se rajara de seguir subiendo.

Yo seguí subiendo -como buen montañero- y ni el cansacio, ni la sudada, ni la roca que chuté con la rodilla y se me incrustó hasta el hueso haciendo brotar la sangre me hicieron retroceder. Estaba ansioso por ver lo que había arriba. Estaba seguro de que no me decepcionaría. El último tramo se hizo de rogar. Unas piedras afiladas como cuchillas te obligaban a apoyar la cuatro extremidades para trepar. Casi temía más por el estado de mi cámara que por mi propia seguridad.
Como yo supuse, mereció la pena.
Una vez superada la segunda parte del reto (la bajada), el bañito en las cristalinas aguas de esa fantástica playa sentó de lujo.

De regreso al barco nos dieron de comer. Creo recordar que nos dieron a elegir entre un buffet libre pero no exactamente el qué, puede que lo que yo comí fuera algo como pollo frito, algo de arroz, frutas de postre... Lo que sí recuerdo es que me quedé a gusto.
A la tarde el barco comenzó a moverse y nos llevaron hasta otro grupo de islas. Allí visitaríamos una laguna oculta y después nos dejarían un par de horas libres para hacer lo que quisiéramos.
Los islotes que componen el Parque Nacional son verdaderamente bonitos, cada uno con su tamaño y su forma característica. La pequeñas playas casi desiertas se esparcen por ellos y cada una es un punto que merece la pena ver. En una de ellas atracamos para iniciar una pequeña ruta por un camino entablado y escalones altísimos. Esa ruta nos llevaría hasta la laguna secreta.

Un dato curioso es que estas islas de Ang Thong fueron las que inspiraron a Alex Garland para escribir su novela La Playa. Mi hipótesis me ha llevado a creer que fue la siguiente laguna secreta la que le llevó a imaginar una playa rodeada por acantilados y aparentemente virgen. Por eso en el libro (y en la película) buscan la isla desde Koh Samui.
De vuelta en esta nueva playa comenzaba el tiempo libre para que exploraramos la zona por nuestra cuenta. Yo decidí utilizar el kayak para conocer alguna playa vecina o incluso alguna cueva. Dentro de la que se ve a continuación había una especie de pasadizo (o sima) que se abría hacia arriba dejando ver la jungla y escuchar sus sonidos. Recuerdo haberme atascado en las rocas al intentar salir de la cueva.

Después de pisar tierra y descansar un ratito (el kayak cansa mucho y más haciendo ese calor), me puse en marcha para regresar al punto donde estaba atracado nuestro barco. Me sobraba el tiempo, pero los brazos empezaban a fallar y el sol comenzaba a achicharrar la piel. La vueltita solitaria que había dado había sido suficiente.

Justo antes de dejar mi kayak junto a los demás nos dijeron que podíamos llevarlo directamente al barco y si nos apetecía podíamos saltar desde el segundo piso de éste. Sería una buena forma de acabar la aventurilla en Ang Thong así que allí que fuimos.
Cuando todos estuvimos preparados, iniciamos el viaje de vuelta a Koh Samui. Pero si pensábamos que las emociones habían acabado por ese día, estábamos muy equivocados. A medida que nos alejamos del Parque pudimos observar como una nubes negras lo engullían y nos comían terreno. Teníamos una gran tormenta tropical detrás nuestro y nos iba a pillar en alta mar. ¡Agárrense las txapelas!

En cuestión de minutos estuvo encima nuestro, se levantó oleaje, frío y empezó a llover, y el barco comenzó a balancearse de lado a lado, por lo que el capitán tuvo que hacer maniobras para evitar los golpes de las olas en la mayor medida posible. A algunos pasajeros se les veía preocupados, tenían frío, se mareaban... Yo tomaba las precauciones necesarias como agarrarme a algo si quería desplazarme por el barco, pero la verdad es que me lo estaba pasando pipa.


Cuando nos dejaron en el embarcadero de Na Thon nos encontramos con unos platos a la venta en los que habían incluido fotos nuestras que nos hicieron al llegar al barco esa misma mañana. Nos hizo tanta gracia que no pudimos evitar comprar los nuestros. Un detalle.
KOH PHANGAN
Nuestro tiempo en Koh Samui había finalizado y era hora de partir hacia Koh Phangan, la famosa isla que hace más de una década arrebató a Samui el título de gueto mochilero. Koh Phangan (yo lo pronuncio Pañán) es conocida hoy en día por sus fiestas nocturnas de la luna llena (las full moon parties) en las que miles y miles de personas se reúnen en una playa (luego veremos en cuál) para beber, bailar y rezar por amanecer vivo.
Así que nos recogieron en el hotel y nos llevaron hasta el embarcadero de Lomprayah (una empresa con catamaranes ultra-rápidos) en Mae Nam. Allí compramos el billete, nos dieron la típica pegatina para poner en la camiseta y en la mochila y nos hicieron esperar un rato.
Durante la espera conocimos a una andaluza que estaba viajando sola por el Sudeste Asiático. Anteriormente había estado en Sudamérica, viajando en barco por el Amazonas donde contrajo la malaria por culpa de la vacuna y de sus defensas bajas. Todo en solitario. ¡Una viajera a la que admirar! Ojalá recordara su nombre. Creo que ella fue hacia Koh Tao, porque subió en el barco contrario al nuestro. Si algun día lees esto, "mochilera andaluza", nos conocimos esperando en el embarcadero de Lomprayah en Mae Nam, Koh Samui, en mayo de 2012.

Aquí, desde la costa norte de Samui, podíamos observar continuamente la silueta de nuestro próximo destino, ya que ambas islas se encuentran a excasos 13 kilómetros la una de la otra. Estas playas del norte, Mae Nam en particular, eran preciosas. No tenían nada que envidiar a las abarrotadas Chaweng y Lamai pero ganaban en tranquilidad y en que su primera línea no estaba ocupada por resorts y hoteles de lujo, si acaso por pequeñas cabañas de mochileros. Esperemos que esto no cambie pronto.

Ahora sí, nos íbamos a Koh Phangan.
El catamarán de Lomprayah era lo más cómodo en lo que se puede viajar por mar. Los asientos parecían de avión y la velocidad con la que navegaba hizo que recorriéramos esos 13 kilómetros y pico en apenas unos minutos. Era curioso ver por la ventana cómo esta nave cortaba el mar como una cuchilla.
En el embarcadero de Phangan nos recogería una furgoneta del hostal en el que nos alojaríamos: el Hacienda Resort & Beach Club. La furgoneta era una especie de songtaew con los laterales abiertos, así que además de un rápido transporte supuso un agradable paseo por parte de la isla.
No os dejéis engañar por el nombre del hotel... Es cierto que estaba ubicado en primera línea de playa, que tenía una de esas piscinas que desde cierto punto de vista se difuminan con el mar, que en esa misma piscina había un bar en el que tomar algo mientras te bañabas, que cada habitación tenía su propia terracita... (Uf, va a ser difícil apoyar mi afirmación) A parte de todo eso era más un hostal que un resort (o al menos eso decía su precio). Las habitaciones eran humildes, y en medio de los dos edificios con alojamientos, junto a la piscina, había otro pequeño, completamente abierto al mar, donde se comía o se veía la tele, bien sentado o tumbado en los sofás, colchonetas o cojines que había dispuestos por toda una superficie. Qué cojones, para un turista cualquiera sería poco, pero para mí era un lujazo.

La estructura sin paredes que os comento.


La playa frente al hotel (con estas vistas me da cosa llamarlo hostal)
Esa misma tarde presenciamos cómo una tormenta tropical engullía la isla vecina (Koh Samui, que teníamos justo en frente, ya que nos encontrábamos en el sur de Phangan). Salí a dar una vuelta por los arenales con mi cámara de fotos y en una ocasión tuve que correr a resguardarme bajo una palmera para esquivar la lluvia. El desgraciado de mí volvió corriendo al hotel y llamó la atención de un perro. El txutxo se puso a perseguirme mientras ladraba. Creo que actué bien, me paré, le miré y volvió a la cabaña de la que había salido.

Lo bueno de estas tormentas es que pasan rápido, y mientras pasan, en un lugar tan característico como este mar de islas tropicales, pueden dejarte estampas realmente bellas. Esa noche la tormenta continuó en el horizonte, casi sobre nuestra isla, y nos ofreció un espectáculo de rayos sin parar como pocas veces habíamos visto.

Alquilamos la moto en nuestro propio hotel para poder desplazarnos por la isla (algo más pequeña que Koh Samui) y lo primero que hicimos fue ir a visitar la península de Hat Rin. La zona mochilera por excelencia y el lugar donde se celebra la Full Moon Party. Ya sea por la época o porque no iba a haber luna llena, la zona estaba sorprendentemente tranquila. Poca gente tanto en las callejuelas como en la playa. Así daba gusto.
Este cabo se divide en dos playas, la Hat Rin Nok (la playa del amanecer) y la Hat Rin Nai (la playa del crespúsculo). Aunque las dos son preciosas y dignas de visitar, la más conocida y transitada es la primera. En ellas se acumulan los jóvenes (y también mayores) para pintarse con pinturas fosforescentes de los colores más chillones, bailar al ritmo de la vertiginosa música, beber de cubos llenos de alcohol (la mayor parte de las veces Ron y RedBull) e incluso jugar con fuego.
Es el desmadre por excelencia. No me interesé en absoluto por ello. Si vais aconsejo dejar los objetos valiosos en el hostal, o no seréis los primeros que se despiertan en la arena totalmente desvalijados. Los calendarios para la Full Moon de cada mes se encuentran fácilmente en Internet y en Koh Phangan por todas partes.

La carretera para llegar hasta Hat Rin (y en general para ir a cualquier lado de la isla) no es muy peligrosa... ¡es lo siguiente! Una auténtica montaña rusa con baches y puntos negros por doquier. No pido que esto se mejore, ya que es parte de la identidad de la isla, sino que es uno mismo el que debe tener mucho cuidado.

Después de dar una vuelta por esta península fuimos a comer al primer lugar que encontráramos. Acabamos en unas mesas cubiertas por una pequeña estructura de bambú y hoja de palmera. Estaba cerca del mar y era un lugar tranquilo. Además, la mujer encargada del "restaurante" no sabía NADA de inglés, ¡hora de practicar nuestro tailandés! Nos costó, pero algo aprendimos.

A la tarde decidimos atravesar toda la isla y llegar hasta Mae Haad Beach, una bonita playa al noroeste de Phangan que une, a través de un istmo de arena, la isla principal con un islote. De nuevo, más tranquilidad. Aquí había unos envidiables bungalows de madera justo en frente de la playa con sus pequeños porches y sus hamacas. Me pregunté si serían alojamientos de mochileros o algo más caro.

Justo al lado había un restaurante de la misma temática estética en el que pudimos tomar algo y escuchar... ¡el silencio! Además de ver algo de fauna.


Y era hora de volver a la carretera para atravesar de nuevo la isla y sus bosques de palmeras interiores. En el camino de vuelta encontramos un puesto precioso con distintos productos artesanales, esculturas, collares, bolsos... mil cosas. Fue un buen lugar para comprar algún que otro souvenir para la familia.
Cuando llegamos al hotel y dejamos nuestro transporte decidimos ir a pie hasta la carretera principal a buscar un 7-Eleven cercano (Aaaaiiiss los 7-Eleven, qué habríamos hecho sin ellos). Cuando llegamos al 7-Eleven conocimos a un canario que también estaba de viaje por allí, pero él, a diferencia de nosotros, no sabía cuándo iba a volver a casa. Menuda gozada. Le despedimos al salir de la tienda.

Casitas junto a la playa de Mae Haad
No fue el último hispanoparlante que nos encontramos. En la recepción del hotel nos topamos con un madrileño que se estaba sacando ahí el título PADI (o alguno de esos) de buceador. Nos dio su número de teléfono (uno muy extraño, de un móvil tailandés). Recuerdo su nombre, Dani, porque le tengo aún en mi agenda. Nos dio el número para que a la noche le llamáramos y tomáramos algo juntos en algún chiringuito de la isla. Al final no lo hicimos, quizás porque estábamos cansados, pero me arrepiento porque era un tío la mar de majo.
Por la pinta de las nubes se avecinaba otra tormenta, así que aproveché las últimas horas de luz para bañarme en la piscina. Al fondo, junto a la arena y al bar, tenía la forma de un jacuzzi en el que poder sentarte y observar el mar, quizás mientras te tomabas una copa. ¡Eso no es propio de un hostal!

Desgraciadamente las nubes engullieron pronto la isla y no pude estar mucho tiempo, pero fue agradable estar aún metido en la piscina y notar la lluvia caer sobre mí y el agua que me rodeaba. No tardó en ponerse aún más feo y llegó el viento, los relámpagos y la lluvia torrencial. En el video se aprecia mucho mejor el huracán que nos calló encima... pero de momento sólo os dejo algunas capturas.


Lo siguiente fue yo corriendo a resguardarme bajo algún techo para que no me cayera un rayo, ni una palmera, ni me llevara el viento... Escogí uno de los porches cercanos para poder seguir viendo el espectáculo. La tormenta siguió hasta la noche iluminándolo todo con sus relámpagos e inundándolo todo. Hay que tener en cuenta que aún era de día cuando grabé todo esto y se puso prácticamente oscuro, con unos tonos azulados primero y después bañándolo todo de un gris tétrico. ¡Daba miedo! Pero me gustaba... :D
Como en la "sala común" se estaba muy a gustito tumbado en los cojines y viendo alguna peli, allí que estuvimos un rato, pero no podíamos irnos muy tarde a la cama ya que a la mañana siguiente había que dejar la habitación e iniciar el traslado a Koh Tao.
Así que nos recogieron en el hotel y nos llevaron hasta el embarcadero de Lomprayah (una empresa con catamaranes ultra-rápidos) en Mae Nam. Allí compramos el billete, nos dieron la típica pegatina para poner en la camiseta y en la mochila y nos hicieron esperar un rato.
Durante la espera conocimos a una andaluza que estaba viajando sola por el Sudeste Asiático. Anteriormente había estado en Sudamérica, viajando en barco por el Amazonas donde contrajo la malaria por culpa de la vacuna y de sus defensas bajas. Todo en solitario. ¡Una viajera a la que admirar! Ojalá recordara su nombre. Creo que ella fue hacia Koh Tao, porque subió en el barco contrario al nuestro. Si algun día lees esto, "mochilera andaluza", nos conocimos esperando en el embarcadero de Lomprayah en Mae Nam, Koh Samui, en mayo de 2012.

Aquí, desde la costa norte de Samui, podíamos observar continuamente la silueta de nuestro próximo destino, ya que ambas islas se encuentran a excasos 13 kilómetros la una de la otra. Estas playas del norte, Mae Nam en particular, eran preciosas. No tenían nada que envidiar a las abarrotadas Chaweng y Lamai pero ganaban en tranquilidad y en que su primera línea no estaba ocupada por resorts y hoteles de lujo, si acaso por pequeñas cabañas de mochileros. Esperemos que esto no cambie pronto.

Ahora sí, nos íbamos a Koh Phangan.
El catamarán de Lomprayah era lo más cómodo en lo que se puede viajar por mar. Los asientos parecían de avión y la velocidad con la que navegaba hizo que recorriéramos esos 13 kilómetros y pico en apenas unos minutos. Era curioso ver por la ventana cómo esta nave cortaba el mar como una cuchilla.
En el embarcadero de Phangan nos recogería una furgoneta del hostal en el que nos alojaríamos: el Hacienda Resort & Beach Club. La furgoneta era una especie de songtaew con los laterales abiertos, así que además de un rápido transporte supuso un agradable paseo por parte de la isla.
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No os dejéis engañar por el nombre del hotel... Es cierto que estaba ubicado en primera línea de playa, que tenía una de esas piscinas que desde cierto punto de vista se difuminan con el mar, que en esa misma piscina había un bar en el que tomar algo mientras te bañabas, que cada habitación tenía su propia terracita... (Uf, va a ser difícil apoyar mi afirmación) A parte de todo eso era más un hostal que un resort (o al menos eso decía su precio). Las habitaciones eran humildes, y en medio de los dos edificios con alojamientos, junto a la piscina, había otro pequeño, completamente abierto al mar, donde se comía o se veía la tele, bien sentado o tumbado en los sofás, colchonetas o cojines que había dispuestos por toda una superficie. Qué cojones, para un turista cualquiera sería poco, pero para mí era un lujazo.



Esa misma tarde presenciamos cómo una tormenta tropical engullía la isla vecina (Koh Samui, que teníamos justo en frente, ya que nos encontrábamos en el sur de Phangan). Salí a dar una vuelta por los arenales con mi cámara de fotos y en una ocasión tuve que correr a resguardarme bajo una palmera para esquivar la lluvia. El desgraciado de mí volvió corriendo al hotel y llamó la atención de un perro. El txutxo se puso a perseguirme mientras ladraba. Creo que actué bien, me paré, le miré y volvió a la cabaña de la que había salido.

Lo bueno de estas tormentas es que pasan rápido, y mientras pasan, en un lugar tan característico como este mar de islas tropicales, pueden dejarte estampas realmente bellas. Esa noche la tormenta continuó en el horizonte, casi sobre nuestra isla, y nos ofreció un espectáculo de rayos sin parar como pocas veces habíamos visto.

Alquilamos la moto en nuestro propio hotel para poder desplazarnos por la isla (algo más pequeña que Koh Samui) y lo primero que hicimos fue ir a visitar la península de Hat Rin. La zona mochilera por excelencia y el lugar donde se celebra la Full Moon Party. Ya sea por la época o porque no iba a haber luna llena, la zona estaba sorprendentemente tranquila. Poca gente tanto en las callejuelas como en la playa. Así daba gusto.
Este cabo se divide en dos playas, la Hat Rin Nok (la playa del amanecer) y la Hat Rin Nai (la playa del crespúsculo). Aunque las dos son preciosas y dignas de visitar, la más conocida y transitada es la primera. En ellas se acumulan los jóvenes (y también mayores) para pintarse con pinturas fosforescentes de los colores más chillones, bailar al ritmo de la vertiginosa música, beber de cubos llenos de alcohol (la mayor parte de las veces Ron y RedBull) e incluso jugar con fuego.
Es el desmadre por excelencia. No me interesé en absoluto por ello. Si vais aconsejo dejar los objetos valiosos en el hostal, o no seréis los primeros que se despiertan en la arena totalmente desvalijados. Los calendarios para la Full Moon de cada mes se encuentran fácilmente en Internet y en Koh Phangan por todas partes.

La carretera para llegar hasta Hat Rin (y en general para ir a cualquier lado de la isla) no es muy peligrosa... ¡es lo siguiente! Una auténtica montaña rusa con baches y puntos negros por doquier. No pido que esto se mejore, ya que es parte de la identidad de la isla, sino que es uno mismo el que debe tener mucho cuidado.

Después de dar una vuelta por esta península fuimos a comer al primer lugar que encontráramos. Acabamos en unas mesas cubiertas por una pequeña estructura de bambú y hoja de palmera. Estaba cerca del mar y era un lugar tranquilo. Además, la mujer encargada del "restaurante" no sabía NADA de inglés, ¡hora de practicar nuestro tailandés! Nos costó, pero algo aprendimos.

A la tarde decidimos atravesar toda la isla y llegar hasta Mae Haad Beach, una bonita playa al noroeste de Phangan que une, a través de un istmo de arena, la isla principal con un islote. De nuevo, más tranquilidad. Aquí había unos envidiables bungalows de madera justo en frente de la playa con sus pequeños porches y sus hamacas. Me pregunté si serían alojamientos de mochileros o algo más caro.

Justo al lado había un restaurante de la misma temática estética en el que pudimos tomar algo y escuchar... ¡el silencio! Además de ver algo de fauna.


Y era hora de volver a la carretera para atravesar de nuevo la isla y sus bosques de palmeras interiores. En el camino de vuelta encontramos un puesto precioso con distintos productos artesanales, esculturas, collares, bolsos... mil cosas. Fue un buen lugar para comprar algún que otro souvenir para la familia.
Cuando llegamos al hotel y dejamos nuestro transporte decidimos ir a pie hasta la carretera principal a buscar un 7-Eleven cercano (Aaaaiiiss los 7-Eleven, qué habríamos hecho sin ellos). Cuando llegamos al 7-Eleven conocimos a un canario que también estaba de viaje por allí, pero él, a diferencia de nosotros, no sabía cuándo iba a volver a casa. Menuda gozada. Le despedimos al salir de la tienda.

Casitas junto a la playa de Mae Haad
No fue el último hispanoparlante que nos encontramos. En la recepción del hotel nos topamos con un madrileño que se estaba sacando ahí el título PADI (o alguno de esos) de buceador. Nos dio su número de teléfono (uno muy extraño, de un móvil tailandés). Recuerdo su nombre, Dani, porque le tengo aún en mi agenda. Nos dio el número para que a la noche le llamáramos y tomáramos algo juntos en algún chiringuito de la isla. Al final no lo hicimos, quizás porque estábamos cansados, pero me arrepiento porque era un tío la mar de majo.
Por la pinta de las nubes se avecinaba otra tormenta, así que aproveché las últimas horas de luz para bañarme en la piscina. Al fondo, junto a la arena y al bar, tenía la forma de un jacuzzi en el que poder sentarte y observar el mar, quizás mientras te tomabas una copa. ¡Eso no es propio de un hostal!

Desgraciadamente las nubes engullieron pronto la isla y no pude estar mucho tiempo, pero fue agradable estar aún metido en la piscina y notar la lluvia caer sobre mí y el agua que me rodeaba. No tardó en ponerse aún más feo y llegó el viento, los relámpagos y la lluvia torrencial. En el video se aprecia mucho mejor el huracán que nos calló encima... pero de momento sólo os dejo algunas capturas.


Lo siguiente fue yo corriendo a resguardarme bajo algún techo para que no me cayera un rayo, ni una palmera, ni me llevara el viento... Escogí uno de los porches cercanos para poder seguir viendo el espectáculo. La tormenta siguió hasta la noche iluminándolo todo con sus relámpagos e inundándolo todo. Hay que tener en cuenta que aún era de día cuando grabé todo esto y se puso prácticamente oscuro, con unos tonos azulados primero y después bañándolo todo de un gris tétrico. ¡Daba miedo! Pero me gustaba... :D
Como en la "sala común" se estaba muy a gustito tumbado en los cojines y viendo alguna peli, allí que estuvimos un rato, pero no podíamos irnos muy tarde a la cama ya que a la mañana siguiente había que dejar la habitación e iniciar el traslado a Koh Tao.
KOH TAO (La isla de la tortuga)
Nos dormimos, así que el encargado del hotel (que por cierto creo que era inglés o americano) tuvo que venir a tocarnos la puerta para levantarnos. ¡Qué más le daba, si en temporada baja no se ocupan todas las habitaciones! Así que a recoger todo rápido y "darnos de baja" en recepción. Aún faltaba un rato para irnos, y nos llevarían en furgoneta hasta el embarcadero, por lo que nos quedamos allí un poco más y aprovechamos para desayunar.
El barco que nos llevaba hasta Koh Tao era de nuevo un catamarán de alta velocidad de Lomprayah, pero esta vez el viaje duraría un poco más, ya que la isla se encuentra a algo más de 50 kilómetros de Phangan, y a eso hay que sumarle los rodeos para esquivar los arrecifes de coral.

Las preciosas costas de Koh Tao ya se dejaban ver por las ventanas del catamarán
Koh Tao es pequeña comparada con sus hermanas del Golfo Samui y Phangan. Se puede recorrer perfectamente a pie si no te importa hacer algo de senderismo. En tailandés significa "isla tortuga" porque efecticamente tiene forma de tortuga, además de que no es difícil ver algunas tortugas en sus aguas. Está rodeada por pequeñas construcciones y cabañas pertenecientes a hoteles y resorts, pero también hay mucho mucho lugar para los mochileros. De hecho, Koh Tao es un punto muy importante de encuentro para el viajero independiente, y mucho más significativo para el que quiere aprender a bucear. Se podría decir que esta isla es una de las capitales mundiales del buceo, y pasar por aquí sin probar sus profundidades es un delito.

En el embarcadero de Koh Tao, nada más bajar del catamarán, hablamos un poquito con una pareja catalana. ¡Hay que ver la cantidad de catalanes que hay viajando por el mundo! ¿Los vascos no viajamos? ¡Claro que sí, luego encontraríamos algunos! Según lo comento en mis videos (porque yo no me acuerdo) tenían ya alguna titulación de buceo conseguida en Koh Phangan o Koh Samui, y aquí pretendían ampliar el curso.
Allí nos recogió una furgoneta (de nuevo de estas rancheras americanas sin la parte de atrás... donde fuimos subidos, a punto de convertirnos en huevos fritos al sol) que nos llevó hasta la Ao Chalok Baan Kao. Una preciosa bahía con algunos restaurantes, unos pocos resorts, escuelas de buceo, chiringuitos... bastante encantadora. Entonces buscamos el que sería nuestro hostal durante nuestra breve estancia en la isla: Carabao Diving. Este hostal compartía edificio y nombre de empresa con una escuela de buceo, pero no sería ésta con la que nosotros bucearíamos.

Estábamos encantados con nuestra habitación, porque estaba bien cuidada, el baño era impoluto... y porque teníamos el único balcón -al menos de este lado- con vistas a la playa y toda la bahía. ¡Éramos privilegiados! Justo en frente teníamos un chiringuito al que a la noche le sacaríamos jugo...

Lo que haríamos ahora era ir a visitar a los que, desde entonces, son grandes amigos: la gente de la empresa de buceo IHASIA. Es una empresa española (ahora, si no me equivoco, se dedican también a la multiaventura) que da cursos en inglés, castellano, catalán (y si en el momento anda trabajando algún euskaldun) también en euskera. Se puede hacer desde un sencillo bautizo de buceo hasta convertirte en un profesional con algo de tiempo.
Con el primero que hablamos al llegar al "local" (es un pequeño edificio azul con un porche y una terraza justo encima de la playa) fue con su gerente: Brujo. Un tío majísimo que, aunque nació en Madrid, vivió durante 10 años en Bilbao y -a mí me da la impresión- ¡se siente más vasco que otra cosa! De hecho, la Ikurriña ondea colgada de la fachada de IHASIA y allí seguirá. Hablamos con él de todo un poco y quedamos con que al día siguiente haríamos un bautizo de buceo. Nos preguntó si queríamos hacerlo en euskera porque -como he dicho antes- tenían a un paisano mío trabajando por ahí, y a mí me habría encantado, pero mi primo no lo habla. Da igual, debajo del agua poco hablaríamos.


Aquella bandera del Athletic tiene una explicación que luego daré
Hay cosas de las que me arrepiento. Después de hablar con Brujo nos fuimos de allí a dar una vuelta. La vuelta por la playa estuvo bien pero después debimos haber vuelto con ellos, a conocer esa magnífica cuadrilla. Me gustaría haberles conocido más de lo que lo hice. Bueno, creo que no se moverán de allí... ;)
Como he dicho, dimos una vuelta por Chalok Baan Kao aprovechando que el sol se escondía y ofrecía unos colores preciosos con el atardecer. A medida que la playa se oscurecía el cielo resplandecía con morados, naranjas y rojos, y el paseo se llenaba de lucecitas de restaurantes o hoteles.





Después de cenar en un restaurante de la playa, fuimos a buscar un 7-Eleven (¿para qué? ... Supongo que para comprar algunas chuches) y cuando, desde la habitación, oímos la musiquilla del chiringuito de abajo nos dijimos "¿Vamos a potear algo?", y allá que fuimos. No sé si el término potear se entiende fuera de Euskadi. Es básicamente "ir a tomar algo". Pero lo que acabó ocurriendo no lo llamaría "tomar algo". Algunas imágenes que veréis a continuación son capturas de los "documentos desclasificados" de aquella noche.

Allí, en ese magnífico chiringuito de madera, construido sobre pilotes sobre la playa, con buena música y buena ambientación luminística, descubrimos una bebida bastante barata (70 bahts) llamada Night Dive. Los ingredientes... sólo yendo a Koh Tao ;) El caso es que sentados y conociendo a unas chavalas muy simpáticas, y tomando una y otra y otra... la cosa se fue desmadrando y se convirtió en una noche de parranda como la que me pegaría en el Casco Viejo de Bilbao.

Aquí todavía era una persona decente y con dignidad
Como decía, se acercaron a nosotros tres canadienses muy majas, y quizás fueron ellas las que nos contagiaron el entusiasmo ya que no paraban de pedir chupitos y tragos demoledores de mil tipos... El "tabernero" (en todo caso, chiringuitero), bastante salidorro, no paraba de insinuarnos que ligáramos con ellas. "¡No hace falta que me lo digas!" Un tío muy majo.
Otros de los "taberneros", ya colega nuestro, bajó a la playa a hacer malabares con fuego. ¡Espero que no estuviera borracho!

Comenzamos a hablar con estas tres chicas y nos contaron que eran de Canadá... y poco recuerdo más... Pero no creo que nos dijeran muchas más cosas porque ya estaban bastante borrachas. Y ellas no eran las únicas... Aquello se nos estaba yendo de las manos... ¡Parecíamos guiris con ganas de Full Moon Party! ¡Y no!
Por si aquello no fuera suficiente locura se pusieron a lanzar fuegos artificales (de esos que no tienen nada que envidiar a los de la fiestas de Bilbao) desde la playa. La verdad es que verlos explotar justo encima nuestro y ver su reflejo en el calmado mar era precioso. ¿Habría algo de peligro? No lo sé, parecía bastante controlado, pero sí que explotaban cerca... Bueno, el alcohol eliminaba cualquier sentido del riesgo.

Night Dive, Night Dive, Night Dive... y los recuerdos se van difuminando. Los videos de aquella noche cesan en un momento determinado. A partir de ahí seguimos entablando conversaciones con nuestros nuevos colegas y amigas y sólo me acuerdo de la vez que tuve que bajar a todo correr a la arena para... bueno, para refrescarme. Luego volví al chiringuito, diciendo a todo el mundo "It's okay, I'm okay!".
La siguiente imagen que tengo es la de mí, tumbado boca arriba en el suelo entre el baño y la habitación a las tantas de la madrugada. Prefiero no saber cómo me quedé dormido ahí. Cuando saliera el sol había que ir a bucear. Buuuuffffff...
Cómo se nos ocurría ir a bucear con resaca... Menudos piezas. Nos reunimos pronto con la gente de IHASIA, y después de rellenar una hoja con algunas preguntas de seguridad nuestros monitores Melo y Anna nos ofrecieron un breve cursillo teórico. Una vez aprendidas varias reglas básicas fuimos a buscar los equipos al edificio de Carabao y un bote nos llevó a todos hasta el barco.

Bordeamos el sur de la isla hasta llegar a una preciosa bahía llamada Ao Leuk. Una costa con palmeras y cabañas, arenas blancas y agua turquesa cristalina. Allí nos bautizaríamos en el buceo.
Antes de meternos en el agua nos dieron pistas de las especies de animales submarinos que podíamos llegar a ver. Llegada la hora nos pusimos toda la equipación, chalecos, gafas, aletas y bombona... y saltamos al agua del modo correcto. Lo primero que hicimos fue ir hacia la orilla donde fuera suficientemente profundo para colocarnos de rodillas y aprender a "vivir" debajo del agua y practicar datos básicos con nuestros monitores. Una vez visto que nos desenvolvíamos bien fuimos avanzando hacia las profundidades, y pronto nos inundaron los corales y los peces de colores. Aquello era otro mundo, un mundo magnífico. La sensación era completamente nueva en la vida, así que la experiencia fue increíble, impagable. Maldije no quedarme más semanas en Koh Tao para seguir explorando los mares.
Es curioso lo rápido que pasa el tiempo bajo el agua. Cuando salimos a la superficie habría jurado que fueron unos 20 minutos, pero me dijeron que habíamos estado cerca de una hora allí metidos. No lo creía. ¡Era como viajar en el tiempo!
Una vez en el barco tuvimos tiempo para comentar la experiencia, conocer a la gente y descansar un poco. De mientras, profesionales y futuros profesionales de IHASIA practicaban bajo las aguas. Comimos allí mismo un rico bocadillo que nos habían preparado junto al edificio de IHASIA a la mañana.

Tuve la oportunidad de subir a la parte superior del barco, y tumbarme a la sombra de una lona en una hamaca colgante improvisada. Con aquellos momentos sólo se sueña hasta que por suerte te toca vivirlos. Pobre del que osara quitarme de ahí... El sol iba cayendo y su luz cada vez era menos potente. Pronto habría que dejar esa preciosa bahía para volver a Chalok Baan Kao. Qué preciosa bahía... qué precioso día... qué preciosa Koh Tao.


El barco zarpó hacia Chalok y la inclinada luz del sol nos regaló unas preciosas siluetas de las costas de Koh Tao, esculpidas con las palmeras y los resorts de lujo que burlaban a la gravedad asomados sobre los acantilados. El día estaba a punto de acabar

Quiero agradecer a toda la cuadrilla de IHASIA el haber sido tan majos y tan acogedores. Verdaderamente me arrepiento de no haber pasado más tiempo con ellos. Les mando abrazos y saludos, en especial, a Anna, Melo, Xime y Brujo. Espero volver a veros, amigos.
En un nuevo día en Koh Tao habría que explorar un poco más sus aguas y sus costas. Decidimos ir a buscar tiburones de puntas negras a la Shark Bay. El equipo de snorkel nos lo dejaron nuestros amigos de IHASIA. Recuerdo que aquel día hacía un calor insoportable y meterse en el agua, como para desprenderse del cargado aire, era un gustazo.

Así que recorrimos por cuestas y caminos un pequeño tramo de la isla para llegar a esta bahía, y después descendimos unas empinadas escaleras rodeadas de bungalows y pequeñas casitas de madera hasta llegar a nivel del mar. La zona era preciosa. Al fondo se veía la playa, pero nosotros habíamos aparecido en unas redondeadas y blancas rocas bañadas por unas aguas transparentes en cuyo fondo había una gran manta de corales y otros seres marinos.


Aquí, justo en frente de la orilla, había unos preciosos bungalows colocados sobre pilotes.
Así que gafas, tubo... y a maravillarse con la belleza subacuática. No vi ningún tiburón, una pena, pero sí muchos peces de colores, corales y plantas extrañas... Intenté explorar zonas algo más profundas, justo al límite de la oscuridad del mar abierto que se abría a varios metros de mí, y seguí observando, siendo uno más de las criaturas que pululaban por allí. Si hubiera llevado la GoPro habría podido grabarlo todo y sacar fotos. ¡La próxima vez!
Cuando las tripas comenzaron a gruñir era hora de buscar un lugar donde comer. Encontramos un restaurante con piscina en el que por consumir te dejaban utilizarla. Estaba justo al borde de la playa y daba la sensación de ser huéspedes de uno esos lujosos resorts.


Nuestro tiempo en Koh Tao se iba a acabar pronto, demasiado pronto. Esos pocos días habían pasado muy rápido. Así que, para despedirnos de la gran gente que conocimos allí, decidimos regalarles la bandera del Athletic que habíamos llevado a Tailandia en caso de que nuestro equipo ganara la final en Europa. Nos sacamos unas fotos con ellos y para cuando les estábamos dejando ya la habían colgado de la fachada (de ahí la foto publicada anteriormente). ¡Grandes!

Como curiosidad, una chica tumbada en la playa y que nos había visto desde allí nos dijo que también era de Bilbao, pero que había estado viviendo en la India. ¡Un saludo para ella también!
El barco que nos llevaba hasta Koh Tao era de nuevo un catamarán de alta velocidad de Lomprayah, pero esta vez el viaje duraría un poco más, ya que la isla se encuentra a algo más de 50 kilómetros de Phangan, y a eso hay que sumarle los rodeos para esquivar los arrecifes de coral.

Koh Tao es pequeña comparada con sus hermanas del Golfo Samui y Phangan. Se puede recorrer perfectamente a pie si no te importa hacer algo de senderismo. En tailandés significa "isla tortuga" porque efecticamente tiene forma de tortuga, además de que no es difícil ver algunas tortugas en sus aguas. Está rodeada por pequeñas construcciones y cabañas pertenecientes a hoteles y resorts, pero también hay mucho mucho lugar para los mochileros. De hecho, Koh Tao es un punto muy importante de encuentro para el viajero independiente, y mucho más significativo para el que quiere aprender a bucear. Se podría decir que esta isla es una de las capitales mundiales del buceo, y pasar por aquí sin probar sus profundidades es un delito.

En el embarcadero de Koh Tao, nada más bajar del catamarán, hablamos un poquito con una pareja catalana. ¡Hay que ver la cantidad de catalanes que hay viajando por el mundo! ¿Los vascos no viajamos? ¡Claro que sí, luego encontraríamos algunos! Según lo comento en mis videos (porque yo no me acuerdo) tenían ya alguna titulación de buceo conseguida en Koh Phangan o Koh Samui, y aquí pretendían ampliar el curso.
Allí nos recogió una furgoneta (de nuevo de estas rancheras americanas sin la parte de atrás... donde fuimos subidos, a punto de convertirnos en huevos fritos al sol) que nos llevó hasta la Ao Chalok Baan Kao. Una preciosa bahía con algunos restaurantes, unos pocos resorts, escuelas de buceo, chiringuitos... bastante encantadora. Entonces buscamos el que sería nuestro hostal durante nuestra breve estancia en la isla: Carabao Diving. Este hostal compartía edificio y nombre de empresa con una escuela de buceo, pero no sería ésta con la que nosotros bucearíamos.

Estábamos encantados con nuestra habitación, porque estaba bien cuidada, el baño era impoluto... y porque teníamos el único balcón -al menos de este lado- con vistas a la playa y toda la bahía. ¡Éramos privilegiados! Justo en frente teníamos un chiringuito al que a la noche le sacaríamos jugo...

Lo que haríamos ahora era ir a visitar a los que, desde entonces, son grandes amigos: la gente de la empresa de buceo IHASIA. Es una empresa española (ahora, si no me equivoco, se dedican también a la multiaventura) que da cursos en inglés, castellano, catalán (y si en el momento anda trabajando algún euskaldun) también en euskera. Se puede hacer desde un sencillo bautizo de buceo hasta convertirte en un profesional con algo de tiempo.
Con el primero que hablamos al llegar al "local" (es un pequeño edificio azul con un porche y una terraza justo encima de la playa) fue con su gerente: Brujo. Un tío majísimo que, aunque nació en Madrid, vivió durante 10 años en Bilbao y -a mí me da la impresión- ¡se siente más vasco que otra cosa! De hecho, la Ikurriña ondea colgada de la fachada de IHASIA y allí seguirá. Hablamos con él de todo un poco y quedamos con que al día siguiente haríamos un bautizo de buceo. Nos preguntó si queríamos hacerlo en euskera porque -como he dicho antes- tenían a un paisano mío trabajando por ahí, y a mí me habría encantado, pero mi primo no lo habla. Da igual, debajo del agua poco hablaríamos.


Hay cosas de las que me arrepiento. Después de hablar con Brujo nos fuimos de allí a dar una vuelta. La vuelta por la playa estuvo bien pero después debimos haber vuelto con ellos, a conocer esa magnífica cuadrilla. Me gustaría haberles conocido más de lo que lo hice. Bueno, creo que no se moverán de allí... ;)
Como he dicho, dimos una vuelta por Chalok Baan Kao aprovechando que el sol se escondía y ofrecía unos colores preciosos con el atardecer. A medida que la playa se oscurecía el cielo resplandecía con morados, naranjas y rojos, y el paseo se llenaba de lucecitas de restaurantes o hoteles.





Después de cenar en un restaurante de la playa, fuimos a buscar un 7-Eleven (¿para qué? ... Supongo que para comprar algunas chuches) y cuando, desde la habitación, oímos la musiquilla del chiringuito de abajo nos dijimos "¿Vamos a potear algo?", y allá que fuimos. No sé si el término potear se entiende fuera de Euskadi. Es básicamente "ir a tomar algo". Pero lo que acabó ocurriendo no lo llamaría "tomar algo". Algunas imágenes que veréis a continuación son capturas de los "documentos desclasificados" de aquella noche.

Allí, en ese magnífico chiringuito de madera, construido sobre pilotes sobre la playa, con buena música y buena ambientación luminística, descubrimos una bebida bastante barata (70 bahts) llamada Night Dive. Los ingredientes... sólo yendo a Koh Tao ;) El caso es que sentados y conociendo a unas chavalas muy simpáticas, y tomando una y otra y otra... la cosa se fue desmadrando y se convirtió en una noche de parranda como la que me pegaría en el Casco Viejo de Bilbao.

Como decía, se acercaron a nosotros tres canadienses muy majas, y quizás fueron ellas las que nos contagiaron el entusiasmo ya que no paraban de pedir chupitos y tragos demoledores de mil tipos... El "tabernero" (en todo caso, chiringuitero), bastante salidorro, no paraba de insinuarnos que ligáramos con ellas. "¡No hace falta que me lo digas!" Un tío muy majo.
Otros de los "taberneros", ya colega nuestro, bajó a la playa a hacer malabares con fuego. ¡Espero que no estuviera borracho!

Comenzamos a hablar con estas tres chicas y nos contaron que eran de Canadá... y poco recuerdo más... Pero no creo que nos dijeran muchas más cosas porque ya estaban bastante borrachas. Y ellas no eran las únicas... Aquello se nos estaba yendo de las manos... ¡Parecíamos guiris con ganas de Full Moon Party! ¡Y no!
Por si aquello no fuera suficiente locura se pusieron a lanzar fuegos artificales (de esos que no tienen nada que envidiar a los de la fiestas de Bilbao) desde la playa. La verdad es que verlos explotar justo encima nuestro y ver su reflejo en el calmado mar era precioso. ¿Habría algo de peligro? No lo sé, parecía bastante controlado, pero sí que explotaban cerca... Bueno, el alcohol eliminaba cualquier sentido del riesgo.

Night Dive, Night Dive, Night Dive... y los recuerdos se van difuminando. Los videos de aquella noche cesan en un momento determinado. A partir de ahí seguimos entablando conversaciones con nuestros nuevos colegas y amigas y sólo me acuerdo de la vez que tuve que bajar a todo correr a la arena para... bueno, para refrescarme. Luego volví al chiringuito, diciendo a todo el mundo "It's okay, I'm okay!".
La siguiente imagen que tengo es la de mí, tumbado boca arriba en el suelo entre el baño y la habitación a las tantas de la madrugada. Prefiero no saber cómo me quedé dormido ahí. Cuando saliera el sol había que ir a bucear. Buuuuffffff...
Cómo se nos ocurría ir a bucear con resaca... Menudos piezas. Nos reunimos pronto con la gente de IHASIA, y después de rellenar una hoja con algunas preguntas de seguridad nuestros monitores Melo y Anna nos ofrecieron un breve cursillo teórico. Una vez aprendidas varias reglas básicas fuimos a buscar los equipos al edificio de Carabao y un bote nos llevó a todos hasta el barco.

Bordeamos el sur de la isla hasta llegar a una preciosa bahía llamada Ao Leuk. Una costa con palmeras y cabañas, arenas blancas y agua turquesa cristalina. Allí nos bautizaríamos en el buceo.

Es curioso lo rápido que pasa el tiempo bajo el agua. Cuando salimos a la superficie habría jurado que fueron unos 20 minutos, pero me dijeron que habíamos estado cerca de una hora allí metidos. No lo creía. ¡Era como viajar en el tiempo!
Una vez en el barco tuvimos tiempo para comentar la experiencia, conocer a la gente y descansar un poco. De mientras, profesionales y futuros profesionales de IHASIA practicaban bajo las aguas. Comimos allí mismo un rico bocadillo que nos habían preparado junto al edificio de IHASIA a la mañana.

Tuve la oportunidad de subir a la parte superior del barco, y tumbarme a la sombra de una lona en una hamaca colgante improvisada. Con aquellos momentos sólo se sueña hasta que por suerte te toca vivirlos. Pobre del que osara quitarme de ahí... El sol iba cayendo y su luz cada vez era menos potente. Pronto habría que dejar esa preciosa bahía para volver a Chalok Baan Kao. Qué preciosa bahía... qué precioso día... qué preciosa Koh Tao.


El barco zarpó hacia Chalok y la inclinada luz del sol nos regaló unas preciosas siluetas de las costas de Koh Tao, esculpidas con las palmeras y los resorts de lujo que burlaban a la gravedad asomados sobre los acantilados. El día estaba a punto de acabar

Quiero agradecer a toda la cuadrilla de IHASIA el haber sido tan majos y tan acogedores. Verdaderamente me arrepiento de no haber pasado más tiempo con ellos. Les mando abrazos y saludos, en especial, a Anna, Melo, Xime y Brujo. Espero volver a veros, amigos.
www.ihasia.net
www.bajoelazul.com
En un nuevo día en Koh Tao habría que explorar un poco más sus aguas y sus costas. Decidimos ir a buscar tiburones de puntas negras a la Shark Bay. El equipo de snorkel nos lo dejaron nuestros amigos de IHASIA. Recuerdo que aquel día hacía un calor insoportable y meterse en el agua, como para desprenderse del cargado aire, era un gustazo.

Así que recorrimos por cuestas y caminos un pequeño tramo de la isla para llegar a esta bahía, y después descendimos unas empinadas escaleras rodeadas de bungalows y pequeñas casitas de madera hasta llegar a nivel del mar. La zona era preciosa. Al fondo se veía la playa, pero nosotros habíamos aparecido en unas redondeadas y blancas rocas bañadas por unas aguas transparentes en cuyo fondo había una gran manta de corales y otros seres marinos.


Así que gafas, tubo... y a maravillarse con la belleza subacuática. No vi ningún tiburón, una pena, pero sí muchos peces de colores, corales y plantas extrañas... Intenté explorar zonas algo más profundas, justo al límite de la oscuridad del mar abierto que se abría a varios metros de mí, y seguí observando, siendo uno más de las criaturas que pululaban por allí. Si hubiera llevado la GoPro habría podido grabarlo todo y sacar fotos. ¡La próxima vez!
Cuando las tripas comenzaron a gruñir era hora de buscar un lugar donde comer. Encontramos un restaurante con piscina en el que por consumir te dejaban utilizarla. Estaba justo al borde de la playa y daba la sensación de ser huéspedes de uno esos lujosos resorts.


Nuestro tiempo en Koh Tao se iba a acabar pronto, demasiado pronto. Esos pocos días habían pasado muy rápido. Así que, para despedirnos de la gran gente que conocimos allí, decidimos regalarles la bandera del Athletic que habíamos llevado a Tailandia en caso de que nuestro equipo ganara la final en Europa. Nos sacamos unas fotos con ellos y para cuando les estábamos dejando ya la habían colgado de la fachada (de ahí la foto publicada anteriormente). ¡Grandes!

Como curiosidad, una chica tumbada en la playa y que nos había visto desde allí nos dijo que también era de Bilbao, pero que había estado viviendo en la India. ¡Un saludo para ella también!
VUELTA A CASA
El momento de dejar Koh Tao y comenzar el larguísimo viaje de vuelta a casa había llegado. Como en casi todos los lugares que habíamos conocido, me habría quedado allí semanas y semanas visitando calas, subiendo a viewpoints, explorando el fondo del mar, andando descalzo entre palmeras y arenas blancas... Pero me consuela pensar que el querer hacer todo esto me impulsará a volver allí algún día.

El primer paso era volver al continente. En el embarcadero de Koh Tao hicimos el pequeño trámite necesario para que nos dieran el pase del barco, y después de esperar un largo rato con el calor sofocante nos llamaron a subir a bordo. Este barco nos llevaría hasta Chumphon, el punto medio entre Bangkok y Surat Thani desde el cual se suele acceder también a las islas del Golfo.

El barco no era un catamarán super-rápido de Lomprayah, y el viaje sería algo más lento que si lo fuera. Aun así, en el piso superior encontramos unos asientos muy cómodos que nos harían el trayecto más llevadero. Pero la mayoría no estaban vacíos sin razón, ya que aquel piso superior se trataba de la "primera clase" y había que pagar un precio adicional. El encargado nos vino pidiendo "el impuesto" y me quedé sorprendido, ¡era demasiado bonito para ser verdad! De todas formas, apoquinamos los -si no recuerdo mal- 40 bahts extras (1€) y tan panchos.

Agur Koh Tao!
Una vez en Chumphon un songtaew nos recogió a la mayoría de los viajeros (justo en frente nuestro había una pareja de catalanes, otra vez...) y nos llevó hasta la estación de tren de dicha localidad. Aún tendríamos que esperar allí unas horas así que buscamos algo de comer, un bar donde pasar el rato... hasta que anocheció. En el andén tuvimos que esperar un rato más rodeados de algunos turistas, thais y monjes budistas porque el tren se retrasó bastante (esto debe ser normal). Para cuando subimos ya eran las nueve, las camas estaban hechas y no nos quedó otra que irnos directamente a dormir.

La chulada de bar en la que hicimos tiempo

Ya en mi cubículo del tren
El tren llegó a la estación de Hua Lamphong a eso de las cinco de la mañana. Ya estaba amaneciendo y, aunque Bangkok es una de esas ciudades que dicen que nunca duermen, el centro de la ciudad estaba curiosamente silencioso y desértico, sin apenas tráfico. Nuestro hotel, el S.K.House, se encontraba justo en frente de la estación. Allí pasaríamos nuestra última noche en Tailandia.

Como llegamos muy pronto y no se podía check-in hasta cierta hora, tuvimos que esperar en la zona de descanso cargados con nuestras mochilas. Al menos tuvimos unas horas para tumbarnos en los sofás y dormir un poco.
El hostal estaba bien cuidado, en la recepción eran muy majos y bromistas (pero me resultaba difícil pillar las bromas en inglés con su acento thai, y a veces me quedaba mirándoles como un tonto), había un servicio de restaurante, ordenador que utilizamos una vez... Las habitaciones estaban limpias y la presentación era muy cuidada.

Teníamos un día para visitar algún que otro rinconcito del centro de Bangkok, hacer las últimas compras... A mí me daba bastante pereza salir a la vibrante ciudad, pero más por el cansancio del viaje y porque el chip de mi cabeza estaba en modo "vuelta a Bilbo" que por otra cosa. De hecho, ese día dejé las cámaras bien guardaditas en el hostal, y me conformé con las fotos que sacara mi primo.

Cogimos un tuk tuk y decidimos ir a dar una vuelta a la zona del MBK, uno de los megacentros comerciales de Bangkok, que es ya de por sí una atracción turística (en parte por contener productos "sin ley", copiados, falsificados...). Nos habían dicho que merecía la pena visitarlo, así que probamos. Nada especial para mí, un edificio enorme, muchísimas tiendas, todo tipo de souvenirs tailandeses, combates de muay thai, cines, salas de videojuegos, restaurantes, colegiales/as thais después de haber salido de la escuela... Algo como las grandes superficies de aquí pero más a lo bestia.


Mi primo se hartó a comprar cosas, yo ya tenía lo que necesitaba para la familia. Lo único por lo que pagué allí fue por un McFlurry, sí, ese helado que venden en todos los McDonalds del mundo. Allí resultó ser un miniMcFlurry, ¡no le llega ni a la suela de los zapatos a los nuestros!
Chorradas a parte... Bangkok, para los anti-urbanitas como yo, es una ciudad que hay que aprender a disfrutar. Puede ser algo traumática nada más llegar a ella, pero si te lo tomas con tranquilidad y humor te llegará a gustar. Hay que soltarse un poco, dejarse llevar, apreciar el momento.
Algo que pudimos haber hecho en Bankok, a parte de otras mil cosas, es subir a uno de los rascacielos (ya sea de día o de noche) para deleitarse con las panorámicas de esta gran urbe desde el cielo. Es algo muy recomendable y a nosotros, sinceramente, no se nos pasó por la cabeza buscar un rascacielos y hacerlo... Una pena.
Al día siguiente nos levantamos muy prontito para dejar libre nuestra habitación y coger un taxi que nos llevara hasta la parada del SkyTrain. Éste nos llevó directamente al aeropuerto dejándonos por el camino bonitas vistas de la ciudad, y una vez llegados allí comenzaron las esperas para validar el billete, facturar, los controles, etc etc...


Por suerte en los controles me dejaron pasar una botellita de arena que había cogido de Maya Bay. Me miraron con cara extraña y me sacaron todo lo que tenía en la bandolera, pero una vez visto que lo de aquella botella sólo se trataba de arena no me dieron más problemas. No me habría parecido raro que me la hubieran requisado por ser, simplemente, un objeto extraño.

Así que ya estaba, nuestra aventura había finalizado. "Sólo" quedaban 12 horas hasta París, y desde París hasta Bilbao otro par de ellas. Intentaríamos disfrutar lo más posible del viaje y esperar que pasara rápido. En el aeropuerto de Loiu nos esperaría parte de la familia y ya había ganas de verles y de contarles todo lo vivido.
Como curiosidad os dejo la foto que para mí supuso la guinda del pastel: poder contemplar los Himalayas con mis propios ojos, en un día claro como el cristal. Mágico. Se me humedecieron los ojos...


El primer paso era volver al continente. En el embarcadero de Koh Tao hicimos el pequeño trámite necesario para que nos dieran el pase del barco, y después de esperar un largo rato con el calor sofocante nos llamaron a subir a bordo. Este barco nos llevaría hasta Chumphon, el punto medio entre Bangkok y Surat Thani desde el cual se suele acceder también a las islas del Golfo.

El barco no era un catamarán super-rápido de Lomprayah, y el viaje sería algo más lento que si lo fuera. Aun así, en el piso superior encontramos unos asientos muy cómodos que nos harían el trayecto más llevadero. Pero la mayoría no estaban vacíos sin razón, ya que aquel piso superior se trataba de la "primera clase" y había que pagar un precio adicional. El encargado nos vino pidiendo "el impuesto" y me quedé sorprendido, ¡era demasiado bonito para ser verdad! De todas formas, apoquinamos los -si no recuerdo mal- 40 bahts extras (1€) y tan panchos.

Una vez en Chumphon un songtaew nos recogió a la mayoría de los viajeros (justo en frente nuestro había una pareja de catalanes, otra vez...) y nos llevó hasta la estación de tren de dicha localidad. Aún tendríamos que esperar allí unas horas así que buscamos algo de comer, un bar donde pasar el rato... hasta que anocheció. En el andén tuvimos que esperar un rato más rodeados de algunos turistas, thais y monjes budistas porque el tren se retrasó bastante (esto debe ser normal). Para cuando subimos ya eran las nueve, las camas estaban hechas y no nos quedó otra que irnos directamente a dormir.


El tren llegó a la estación de Hua Lamphong a eso de las cinco de la mañana. Ya estaba amaneciendo y, aunque Bangkok es una de esas ciudades que dicen que nunca duermen, el centro de la ciudad estaba curiosamente silencioso y desértico, sin apenas tráfico. Nuestro hotel, el S.K.House, se encontraba justo en frente de la estación. Allí pasaríamos nuestra última noche en Tailandia.

Como llegamos muy pronto y no se podía check-in hasta cierta hora, tuvimos que esperar en la zona de descanso cargados con nuestras mochilas. Al menos tuvimos unas horas para tumbarnos en los sofás y dormir un poco.
El hostal estaba bien cuidado, en la recepción eran muy majos y bromistas (pero me resultaba difícil pillar las bromas en inglés con su acento thai, y a veces me quedaba mirándoles como un tonto), había un servicio de restaurante, ordenador que utilizamos una vez... Las habitaciones estaban limpias y la presentación era muy cuidada.

Teníamos un día para visitar algún que otro rinconcito del centro de Bangkok, hacer las últimas compras... A mí me daba bastante pereza salir a la vibrante ciudad, pero más por el cansancio del viaje y porque el chip de mi cabeza estaba en modo "vuelta a Bilbo" que por otra cosa. De hecho, ese día dejé las cámaras bien guardaditas en el hostal, y me conformé con las fotos que sacara mi primo.

Cogimos un tuk tuk y decidimos ir a dar una vuelta a la zona del MBK, uno de los megacentros comerciales de Bangkok, que es ya de por sí una atracción turística (en parte por contener productos "sin ley", copiados, falsificados...). Nos habían dicho que merecía la pena visitarlo, así que probamos. Nada especial para mí, un edificio enorme, muchísimas tiendas, todo tipo de souvenirs tailandeses, combates de muay thai, cines, salas de videojuegos, restaurantes, colegiales/as thais después de haber salido de la escuela... Algo como las grandes superficies de aquí pero más a lo bestia.


Mi primo se hartó a comprar cosas, yo ya tenía lo que necesitaba para la familia. Lo único por lo que pagué allí fue por un McFlurry, sí, ese helado que venden en todos los McDonalds del mundo. Allí resultó ser un miniMcFlurry, ¡no le llega ni a la suela de los zapatos a los nuestros!
Chorradas a parte... Bangkok, para los anti-urbanitas como yo, es una ciudad que hay que aprender a disfrutar. Puede ser algo traumática nada más llegar a ella, pero si te lo tomas con tranquilidad y humor te llegará a gustar. Hay que soltarse un poco, dejarse llevar, apreciar el momento.
Algo que pudimos haber hecho en Bankok, a parte de otras mil cosas, es subir a uno de los rascacielos (ya sea de día o de noche) para deleitarse con las panorámicas de esta gran urbe desde el cielo. Es algo muy recomendable y a nosotros, sinceramente, no se nos pasó por la cabeza buscar un rascacielos y hacerlo... Una pena.
Al día siguiente nos levantamos muy prontito para dejar libre nuestra habitación y coger un taxi que nos llevara hasta la parada del SkyTrain. Éste nos llevó directamente al aeropuerto dejándonos por el camino bonitas vistas de la ciudad, y una vez llegados allí comenzaron las esperas para validar el billete, facturar, los controles, etc etc...


Por suerte en los controles me dejaron pasar una botellita de arena que había cogido de Maya Bay. Me miraron con cara extraña y me sacaron todo lo que tenía en la bandolera, pero una vez visto que lo de aquella botella sólo se trataba de arena no me dieron más problemas. No me habría parecido raro que me la hubieran requisado por ser, simplemente, un objeto extraño.

Así que ya estaba, nuestra aventura había finalizado. "Sólo" quedaban 12 horas hasta París, y desde París hasta Bilbao otro par de ellas. Intentaríamos disfrutar lo más posible del viaje y esperar que pasara rápido. En el aeropuerto de Loiu nos esperaría parte de la familia y ya había ganas de verles y de contarles todo lo vivido.
Como curiosidad os dejo la foto que para mí supuso la guinda del pastel: poder contemplar los Himalayas con mis propios ojos, en un día claro como el cristal. Mágico. Se me humedecieron los ojos...

TAILANDIA fue el primer y gran viaje de mi vida. Una aventura maravillosa y especial para cumplir un sueño propio. Un día me propuse visitar aquel maravilloso país, y pasó un tiempo hasta que confié en mí mismo y decidí llevarlo a cabo, aunque fuera solo. Por eso, no es sólo un viaje en el que he conocido parajes, gente y cultura maravillosas sino uno en el que me he descubierto a mí mismo y que me ha definido como persona para el resto de mi vida.
Sin duda, la experiencia se puede mejorar. Se puede mejorar volviendo allí durante más tiempo, a conocer más gente e ir a más lugares. Conociéndome mejor y permitiéndome más libertades, más conciencia del momento, de lo que me rodea en un instante. Éste, viajar con la mochila en busca del paraíso, es un estilo de vida, mi nuevo estilo de vida.
Tailandia me ha abierto al mundo y es el punto de partida para conocer todos los rincones de este planeta con los que sueñe. Me ha hecho ver que cumplir mis sueños es posible si me lo propongo y lucho por ellos. Y es por eso, por lo que ha significado para mí, por lo que le estaré a este increíble país eternamente agradecido.
Hasta la próxima, Tailandia, hurrengora arte!

¡Enhorabuena por tu blog David! me está ayudando a planificar mi viaje a Tailandia en el mes de junio. La pena es que voy a tener menos tiempo que tú y no voy a poder visitar todo lo que quisiera. Una maravilla de país, sin duda. Saludos desde Madrid.Cristina
ResponderEliminarHola Cristina! Me alegro que te sirva de ayuda. Como verás el blog está parado porque ahora mismo estoy estudiando y no viajo nada de nada, pero en el futuro quiero tener esto en movimiento con todo lo relacionado con mis viajes y los viajes que quisiera hacer. Pero oye mira, estoy feliz de que el diario de Tailandia te esté ayudando. Si tienes cualquier duda o quieres más información puedes preguntarmelo por aqui o mandarme un mensaje al correo que aparece en el apartado "aviso". Un saludo Cristina!
ResponderEliminarBueno, tienes toda la vida por delante para viajar...esto es solo el comienzo! Tengo una duda importante y es que queremos ir a Ao Nang un par de dias y luego a koh Tao pero no sé cuál es la forma más rápida. Creo que hay buses que tardan una 4 horas, pero eso más el barco...se puede poner en un día, no?. Entonces, estoy pensando que sería más relajado ir solo a una costa, pero a cuál de ellas? Ya me cuentas qué te parece. Saludos. Cristina.
ResponderEliminarEn un día podéis llegar desde Ao Nang hasta Koh Tao, pero es lo que dices, son bastantes horas y bastantes transportes. Tendríais que pillar una furgoneta en Ao Nang que os llevaría hasta el centro de Krabi, desde el cual os subirían en un autobús y os llevarían al embarcadero de Don Sak, y alli pillar un ferry directo a Koh Tao. Todo esto contratado previamente para hacerlo todo directo y rápido claro. Si dices que quieres ir a Koh Tao en cualquier agencia o incluso en algunos hoteles te reservan todo el camino hasta la misma isla. Es realmente muy cómodo. La pregunta ahora es si merece la pena "sacrificar" tantas horas. Si dices que vais poquito tiempo quizás habría que sacrificar uno de los dos lugares. Te voy a dar datos y te dejo la elección a tí. Las costas de Andaman (Krabi, Ao Nang, Phi Phi, Phuket...) están más lejos por lo que se "pierde" más tiempo en ir y por lo tanto más tiempo en volver hasta el Golfo si luego se quiere visitar éste. Ten en cuenta que a partir de lo que para nosotros es verano (Julio, Agosto, Septiembre) en Andaman el tiempo empieza a ponerse revoltoso por la época de monzones. Si dices que vas en Junio no tendrías problema con el tiempo, pero bueno, es algo para tener en cuenta. Las islas del Golfo (Koh Samui, Koh Phangan y Koh Tao) son lugares preciosos con muchas muchas cosas que ofrecer. En caso de no ir hasta Andaman, ahí tendrías varios días más para poder disfrutar de ellas (aunque sólo fuera de dos, Koh Phangan y Koh Tao, por ejemplo; o de una! quién sabe). Y creéme, Koh Tao no tiene NADA que envidiar a las paradisíacas playas de Andaman. Puede que quedarse en el Golfo sea algo más agradecido: menos horas de viajes e islas preciosas igualmente. Aunque conocer la zona de Railay o incluso Phi Phi también es algo a tener en cuenta. Sea lo que sea lo que decidáis, yo creo que acabaréis satisfechos, pero puede que una opción os sea más provechosa que la otra (las dos costas o una sóla)
ResponderEliminarEspero haberte aclarado un poquito las cosas. Tú pregunta todo lo que quieras y más! De aquí a junio tienes tiempo de solventar todas las dudas que tengas. Un saludo
Muchas gracias Dabid. Ya me voy aclarando un poco más y es verdad que cualquiera de las dos costas es alucinante. Bueno, lo seguimos valorando. Cristina
ResponderEliminarCristina. Qué tal fue ese viaje?
EliminarVaya post más currado :)
ResponderEliminarGracias Jesus! En futuros viajes me gustaría ir escribiendo las crónicas paso por paso mientras los realizo.. pero como creé el blog después de ir a Tailandia tuve que escribirlo todo de golpe. buf! Un saludo, y felicidades por tu web, es magnífica.
EliminarHola! gracias por el post, sirve de mucha ayuda. Solo me queda una duda, cuanto tiempo estuviste por las islas del golfo?? yo solo voy a visitar esa parte y querria ver todo lo que tu comentas, pero no se cuanto tiempo dedicarle a esa parte del viaje. gracias!
ResponderEliminarHola! En las islas estuve alrededor de 15 días. Quise ver demasiado y al final tuve poco tiempo en cada lugar... Pero dos semanas está bien para conocer las islas (incluso menos si sacas algunas de la ecuación). Para todo lo que quieras acude al Facebook de la página y pregunta. Estaré encantado de ayudarte. Un saludo!
EliminarAupa David!!! menudo figura. enhorabuena por el blog de parte de otro tximbito de Barakaldo. La verdad es que está muy currado y por la manera de contar el viaje con anecdotas y 'salero' made in Bilbo se hace muy agradable de leer.
ResponderEliminar4 bilbainicos nos vamos en Noviembre a Thai a hacer un recorrido típico (BGK, Ayuthaya, Chiang Mai) y luego a disfrutar unos días por la zona de Koh Tao.
Ondo ibili
Aupa Borja! Me alegro de que te haya gustado. Como ves es más anecdótico que informativo, pero en la anécdota también se pueden encontrar consejos implícitos. Ánimo con ese viaje, disfrutadlo a tope, vais a conocer una parte de Thai que yo aún no conozco! Si quieres contarme qué tal o enseñarme fotos cuando volváis, pásate por aquí o por el facebook y hablamos!
Eliminarhttps://www.facebook.com/MochilaAlParaiso
Ondo pasa!!
Que buen diario. Y que bien me esta viniendo para mi viaje. Lo único que me ha llamado mucho la atención es que defiendes a los animales a capa y espada sobre el maltrato por el espectáculo o diversión, pero por otro lado si que veo que te los comes... algo no cuadra
ResponderEliminarGracias viajer@.
EliminarSobre los animales, te puedo dar mi punto de vista. Tú lo has dicho. Defiendo a los animales ante la esclavitud que sufren para un mero entretenimiento, pero creo en el funcionamiento de la naturaleza y en el hecho de que unos mueren para que otros vivan. Si estoy disminuyendo mi consumo de carne y me planteo en dejar de comerla es porque la industria alimentaria hace uso de métodos crueles.
Pero no, en general matar para comer no me parece mal. Amo la naturaleza y todo lo que la caracteriza, incluyendo la muerte. Yo condeno la esclavitud, no la cadena alimentaria natural.
Un saludo y gracias. Buen viaje!
Hola Dabid! Gracias a gente como tú, es fácil organizar un viaje a estos paises tan desconocidos para los occidentales.
ResponderEliminarMe gustaría preguntarte, si sabes decirme, ¿vale la pena llevar comprados los ferrys entre las islas o alli salen mejor de precio?
Gracias por tu tiempo.
Un saludo
Hola! Gracias por tus palabras ;)
EliminarLos billetes los podéis comprar allí perfectamente con uno o dos días de antelación. Incluso es posible justo antes de coger los transportes. A no ser que sea vacaciones thais o pico de temporada alta (navidad por ejemplo) no tendréis problema. Y si no te fías pues lo compras con varios días antes, pero vamos, que lo puedes hacer allí.
Un saludo!