Religión y sentimientos encontrados en Xela
Volver a Xela fue bastante agradable. Tras los nervios en San Mateo, las dificultades en la carretera al comienzo de la vuelta, el tiempo desapacible de los Cuchumatanes… de pronto todo era tranquilidad, y la ciudad nos era familiar. Xela transmitía ese día un sentimiento de «Hogar dulce hogar», aunque el reto esas horas que estaríamos los tres allí (Maite, Asier y yo) era buscar la manera de no aburrirnos. Y no lo hicimos. Aquella jornada era una transición a Antigua (porque ésta quedaba demasiado lejos), pero creo que supimos aprovechar la tarde, o al menos Quetzaltenango se dejó aprovechar.

Volvimos al hostal de «Los Olivos» para pasar ese día y noche. Nada más llegar a Quetzaltenango fuimos a comer, que el viaje había sido largo y, aunque habíamos tenido la oportunidad de desayunar en un bar de carretera, había hambre. En el horario guatemalteco era muy tarde para comer, pero no pudimos hacerlo antes. ¿A dónde fuimos? Al Tecún, por supuesto. Creo que pedimos unas hamburguesas y nos quedamos bastante llenos, pero teníamos el capricho de acercarnos al McDonals a pedirnos un McFlurry. Así que tras el Tecún atravesamos la plaza y nos pedimos un rico McFlurry de Oreo con chocolate (que por cierto es más grande que los que te ponen en España). A mí creo que nunca me ha costado comerme uno de estos, pero Maite y Asier las pasaron algo puñeteras para terminárselo. ¡Lo que es la gula! Somos un poco brutos. Pero qué rico.
Hubo un rato de descanso en el hostal y más tarde Maite y yo disfrutamos de un bonito atardecer desde la azotea, mientras Asier se duchaba tras cinco días de hippismo en San Mateo. A estas horas empezaba a refrescar. Se escuchaba de fondo, aparentemente procedente de la plaza, música a todo volumen. Teníamos curiosidad por ver de qué se trataba, y cuando saliéramos a cenar lo comprobaríamos.
Procesión de Semana Santa en Xela
El sol ya se había ocultado y nosotros nos acercamos a la plaza para dar una vuelta antes de cenar. La plaza estaba a rebosar de gente, y en una de las esquinas de ésta habían instalado un escenario con sus truss y su sistema de iluminación. Seguíamos escuchando música, pero esta vez era diferente, parecía una orquesta con instrumentos de viento y tambores. Vimos que la carretera estaba cortada a la circulación (qué gusto) y por ella transcurría una procesión religiosa que daba toda la vuelta a la plaza, hasta llegar a la catedral. La gente se agolpaba en las aceras para ver a la virgen y al santo pasar, y más allá de la multitud se extendían innumerables puestos de comida.
Sin comerlo ni beberlo, nos vimos en medio de una celebración de Semana Santa en Quetzaltenango al inicio de la Cuaresma, algo realmente curioso y digno de ver. Resultaba algo complicado moverse entre tanto ajetreo, y nos acercamos a las puertas de la catedral para ver el final del circuito religioso. Yo me dí cuenta de que debía inmortalizar aquel momento, y pedí a Maite y Asier que me esperaran en ese punto concreto para ir al hostal a por la cámara.
Había apenas cinco minutos andando hasta el hostal, así que decidí hacerlos corriendo. No tuve en cuenta que a 2.400 metros de altitud el porcentaje de oxígeno pasa factura. Llegué al hostal totalmente agotado, exhausto, por los suelos. La vuelta a la plaza la hice más despacio, como os podéis imaginar. Y en aquel punto, casi en primera fila, presenciamos el paso de las plataformas con sus respectivas orquestas musicales. Nos llamó especialmente la atención que entre los penitentes y las personas que cargaban las andas procesionales había niños muy jovencitos.
Tras la procesión decidimos ir a tomar algo antes de plantearnos dónde cenar, porque necesitábamos más tiempo tras la comida que nos habíamos metido hace solo tres horas. Acudimos al rinconcito encima de las galerías que nos habían enseñado en nuestra anterior estancia en Xela. Nos pedimos unas chelas y salimos a la terraza a relajarnos un poco tras el bullicio de la plaza. Desafortunadamente un sinvergüenza con intenciones de robarme la cámara (el tío era bastante malo disimulando…) nos estropeó el momento, y estuvimos más pendientes de sus movimientos que de disfrutar. No te encuentras en una posición como para provocar ningún enfrentamiento, así que nos quedó esperar a que el desgraciado se fuera. Yo avisé a los encargados del bar para que ficharan al ladrón y evitaran que un lugar tan chulo como aquél fuera manchado por la presencia de delincuentes como ése.
No había transcurrido suficiente tiempo para hacer hambre, pero la hora nos obligó a bajar al Tecún. Allí tocaron otras chelas y finalmente nos metimos una rica pizza entre pecho y espalda mientras discutíamos los sucesos de una película que emitían en la televisión del bar. Tras el incidente con el pseudo-ladrón estábamos algo tensos (y oyes tantas cosas…), además el alboroto en la calle a cuenta de la celebración religiosa era algo irritante, pero aquella (al margen de nuestro susto) era la identidad de un Viernes Santo en Quetzaltenango, y no dejaba de resultar interesante vivirlo en primera persona. El Tecún, por otro lado, era un lugar enormemente acogedor que -a mí por lo menos- me devolvió a mi estado zen.
No quisimos tentar a la suerte en un día con tantos altibajos emocionales, y tras ese rato de esparcimiento durante la cena decidimos atravesar las oscuras calles de Xela hasta nuestro hostal. Mañana, volveríamos a nuestra querida Antigua.
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