Bangkok, amor y odio hacia una vieja amiga
Sin apenas darme cuenta me había subido a ese avión. ¿Qué estaba haciendo? Aún quedaba una pequeña parte de mí que me llamaba loco, que me recordaba el terror que hace tiempo le tenía al mundo y a la soledad. Pero obvié esa vocecita y me dejé llevar, ya estaba a 11.000 metros de altura rumbo a Asia para comenzar un viaje de varios meses y en el fondo sabía que eso era lo que quería hacer. El primer contacto, como siempre, sería en Bangkok, con la que descubrí una relación de amor y odio.
Quizás por el entrenamiento aportado por últimas experiencias viajeras, mi reacción a Bangkok fue totalmente opuesta a la de la otra vez. La ciudad seguía igual a como la recordaba, pero yo había cambiado enormemente.
Del aeropuerto de Bangkok a Khao San Road
Decidí acercarme a la archiconocida Khao San Road en una de las furgonetas que salen desde la planta baja del aeropuerto. Desde la puerta número 8 las encontraréis preparadas para partir cada hora hacia el «gueto mochilero» de la capital.
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El calor húmedo me abofeteó en la cara como es costumbre pero lo sobrellevé mejor de lo esperado, y eso que aún llevaba sobre mí la sudadera que me libró de morir congelado en el vuelo.
Recuerdo que me alegró ver el cielo azul sobre una ciudad que, la pasada vez, se agitaba bajo un triste manto gris.
Pasé de largo Khao San Road. No me alojaría allí. ¿Creéis que estoy loco? ¡Quiero poder dormir! Atravesé ese micro-cosmos creado por el turismo, esa especie de universo aparte que no es ni Tailandia ni mundo occidental sino más bien el hijo deforme de ambos, y llegué a Rambuttri, calle con ambiente pero muchísimo más tranquila. Cuando me introduje en un callejón y llegué al patio de mi hostal creí estar observando un oasis.
Dónde dormir en Bangkok: alojamiento mochilero
Lamphu House: 320 THB (Habitación individual)
-Baño compartido.
-WiFi en zona común.
-Restaurante.
-Agencia turística.
Humilde pero barato y limpio, lo que de verdad me conquistó de este alojamiento fue ese patio cubierto por los brazos de un enorme árbol, aderezado con bancos, mesitas y plantas que lo hacían aún más verde. No se oía nada. Bangkok había desaparecido tras una pared insonorizada. Soplaba una brisa deliciosa que mecía las hojas y desvanecía el calor sofocante, y me encontré a gusto en medio de una de las ciudades más caóticas del mundo.
«No salgas de aquí» me decía esa vocecita maligna que cuestionaba mi aventura al subirme a aquel avión. La aparté de un manotazo.
Ahora que estaba instalado tocaba hacerse la pregunta: ¿qué hacer? Algo que no hubiera hecho la primera vez, algo que acarreara sencillos desplazamientos, algo que me mostrara una cara amable de la urbe… ¡Ya lo sé! ¿Qué tal un paseo por las nubes?
Diario siguiente: Lumphini y Cloud 47, la cara más amable
y espectacular de Bangkok
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