Amigos, cervezas y un atardecer en Atitlán
Seguíamos en Panajachel, Lago Atitlán. Para comer Itziar quiso que fuéramos a visitar el hotel «Jardines del Lago» (al que inicialmente íbamos a ir a alojarnos). Se encuentra en un lugar privilegiado, en «primera fila de costa», con sus ventanas y terrazas dirigidas directamente hacia el agua. En medio, a parte del usual embarcadero y trocitos pequeños de playa rocosa, se encontraban unos bonitos jardines que daban nombre al hotel. Muy idílico.

Para las horas de la digestión había que volver al hotel a descansar un poquito y ya de paso darse algo de crema hidratante porque el sol del trópico nos había frito la piel (daos crema en abundancia por favor!). Y no soy yo precisamente el que se ha pasado el viaje entero con una nariz roja de payaso (eh? Maite y Asier…), lo que yo lucí fue una bonita máscara roja causada por el pañuelo que me suelo poner en la cabeza para no quemarme el cuero cabelludo. Con el cuero lo conseguí, pero me olvidé de la cara.
Además, después de asentar un poco la comida estrenaríamos la piscina. Hubo que buscar algún que otro rayo de sol que las nubes traídas por el Xocomil habían tapado, pero finalmente Cris y yo disfrutamos de un bañito.
No había minuto que perder, así que tras el chapuzón en la piscina y una calentita ducha, nos tocó de nuevo salir al callejero ambiente de Panajachel, a regatear de nuevo por bonitos souvenirs o prendas artesanales, y a tomarnos un rico helado de cucurucho (que teníamos mono). Helado = 12 quetzales, si no recuerdo mal. Yo corrí al embarcadero mientras los demás compraban, para ver si el atardecer de ese día me ofrecía alguna bonita estampa, y así fue. Los últimos rayos de sol rojizo se dejaban ver tras los volcanes del Lago Atitlán.
Cena y ocio nocturno en Panajachel
Pana estaba a rebosar. La hora de la cena se acercaba y los restaurantes ocupaban todas sus mesas. Nos detuvimos en un chiringuito/restaurante junto al embarcadero, con vistas al precioso lago. Estaba lleno de guiris (probablemente todos pertenecientes a algún tour). Nos costó encontrar una mesa para los cinco. Decidimos que sería un poco complicado cenar allí, pero aprovecharíamos para tomarnos unas chelas antes de buscar otro sitio.
El restaurante, construido en caña, madera y paja, tenía un aspecto tropical encantador, alumbrado con lámparas y velas. Completamente abierto al lago, la exquisita brisa del Xocomil lo atravesaba. Y una banda ofrecía música en directo consistente en versiones «centroamericanas» de canciones famosas. Asier decía que el cantante se parecía a Santana, además de tener un estilo musical muy similar.
Fue un momento genial aquel. Guardo geniales recuerdos de momentos como éste, en el que el sol ya se oculta, comienza a sonar la música, la brisa del trópico te acuna, y te tomas una cerveza en compañía de unos amigos. En muchos de los lugares en los que he estado he vivido momentos así, y siempre son igual de especiales.


Nos tocó movernos, y salimos de aquel restaurante/bar/chiringuito esquivando a las y los guiris que se habían animado a salir a bailar (algunos daban verdadera vergüenza ajena… Otros no lo hacían nada mal). No nos alejamos mucho de allí cuando encontramos un bonito restaurante en el que quedarnos, que por cierto también tenía música en directo de la mano de un señor y su guitarra. Ésa sería nuestra última noche en Pana, y siempre da pena que cosas como aquella lleguen a su fin.
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